viernes, 14 de septiembre de 2018

Amanecer de nubes rojas: 2

“Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado”.



II. 
LO QUE PASÓ DESPUÉS DE ESE DOS DE JULIO 


Dos años después del incidente con el cuartel de bombas, yo no quería ni salir de mi casa. Mis padres trataban de consolarme de todas las formas que conocían, pero ni el helado de zarzamora con treinta y cinco montañas tutti-frutti en descuento del 2x1, especialidad de Iwagakure, podía curar mi corazón roto. 
A eso de las dos de la tarde estaba mirando las telenovelas mientras comía de un bote de helado. Ya estaba tocando fondo, amigos. Y entonces sentí que llamaron a mi puerta. 
—Mire nada más—era mi madre que se asomaba al cuarto—. Ha estado así por meses. 
—Acogedor—dijo alguien más.
Se me evaporó algo de la depre al ver que Kurotsuchi-sama en la puerta de mi cuarto, sonriente como siempre.

—Kurotsuchi-sama. N-no la esperaba… perdone el desorden. 
—Nah. No es nada—miró a un lado, como buscando las palabras entre los libros regados por todo el cuarto—. Y… ¿cómo vas? 
—Pues ya ve. 
—Yo lo único que veo es una cosa horrible—dijo jalando el ala del sombrero de mariachi que todavía residía en la bolsa de regalo arrugada.
Caí en la cama y estuve a punto de romper a llorar de nuevo. 
—Aún no puedo creer que se haya ido… 
—Seeee. Es como… bueno, fue duro, pero no sé. No me sorprende. 
—Ah, ¿no? 
—Nah. Él… Deidara-nii. Ya sabes. Nunca estuvo a gusto en la aldea. 
Guardamos silencio y miramos al piso. Abracé fuerte la bolsa en mi regazo. 
—¿Y ese sombrero tan horrible? Para qué es o qué. 
—Ah. Un regalo que ya nunca entregaré. 
Al silencio que se coló no lo violaban ni los grillos de la noche… pero sí mis quejidos guturales de la pena que comenzó a invadirme.
—Espera—Kurotsuchi-sama frunciendo el ceño—. ¿Eso era para él? 
—S-sí—dije ocultando la cara en la bolsa. 
—¿Es en serio? ¿Un sombrero de mariachi? Cielos, Raina, de verdad que ahora sí lo he visto todo, pero no lo… Ugh, mierda, casi lo olvido—entonces se levantó de un salto—. El viejo mandó a buscar por el discurso de pasado mañana. 
—Ay, mi madre, ¡sí! A…aquí está—dije alargándole un montón de papeles doblados. 
—Dios mío, Raina. Esto está todo hecho un desastre. 
—Lo sieeeeento—dije bajando la cabeza. 
—No. No lo sientas. Más bien vístete. Vamos, para que lo entregues tú misma. Después podemos ir a tomar algo. Anda, apresúrate. 
Kurotsuchi-sama me llevó prácticamente arrastrada hasta la mansión Tsuchikage. 
—Ah, Kurotsuchi—dijo Lord Tsuchikage después de un carraspeo intenso. Al lado suyo estaba Akatsuchi. El Honorable Señor me miró con una sonrisa y añadió—: Raina, ese discurso que hiciste… vaya, ese discurso los dejó encantados, ¿sí sabes? Por ahí es la cosa, Raina querida. 
—Honor que me hace, Lord Tsuchikage. 
—Niña, te estoy dando grandes noticias. ¡Cambia esa cara! 
—Es lo que yo digo—dijo Kurotsuchi-sama. 
—¿Todavía estás así por lo de Deida…? 
—¡Akatsuchi! 
—Oh. 
—Ya qué. Ya se puso emo de nuevo. 
Con emo se refería a mí, estando en posición fetal en la esquina de la oficina. 
—Bueno, bueno, pero arriba ese ánimo que no se ha acabado el mundo—dijo Lord Tsuchikage—. Sí fue algo duro para la ladea y para todos nosotros, pero han pasado dos años y nos estamos levantando.
Era tal la malparidez existencial que me invadía que no pude expresar lo bien que me hicieron sentir los piropos del Honorable Señor. 
—Ah, y… sobre las páginas pendientes del discurso de pasado mañana… 
—Ay, ¡s-sí, señor! Aquí están. 
—Bien. Muchas gracias. 
Hice una reverencia hasta donde las fuerzas me lo permitieron. Ya iba saliendo cuando Kurotsuchi-sama me atajó. 
—Hey, espera. 
—¿Sí? ¿Dígame? 
—Vamos a tomar algo. ¿Qué dices? Cambiar de ambiente te subirá los ánimos… 
—Ah… de acuerdo, Kurotsuchi-sama. M-muchas gracias. 
Caminamos con dirección a la bifurcación norte que da a la cascada, y nos detuvimos en la casa de té Ichiban. Había un hombre musculoso e intimidante en la puerta. Luego de que tuviera que emplear todas mis fuerzas para que Kurotsuchi-sama disimulara el fastidio de su cara y evitar una pelea innecesaria con ese tipo, entramos y nos sentamos. Akatsuchi pidió un jarrón de sake y Kurotsuchi-sama y yo pedimos té negro. Cuando trajeron nuestro pedido, vi que, en una de las mesas del fondo, el súper saiyajin con esteroides de la puerta se sentaba al lado de un hombre en kimono, bien opulento, con un sombrero alto negro. El hombre me lanzó una mirada sombría, la más sombría que he recibido de un ser humano en la vida. 
—Uy. Ese tipo tiene la mirada muy intensa—susurré. 
—Bueno—dijo Kurotsuchi-sama metiéndose una galleta en la boca—, ese sombrero tan ridículo intimida a cualquiera. 
—Y ni hablar del pelambre como de payaso del otro—comentó Akatsuchi. 
Los tres reímos. 
—Aun así, no puedo evitar sentir escalofríos—dije sorbiendo un poco de té. 
—¿Escalofríos? Vamos, Raina, solo es el señor feudal, no un ninja renegado de clase S… 
—U…un ninja… un ninja renegado, clase S… c-como… como Dei… 
Me derretí en el piso ni bien terminé de balbucear la frase. 
—¡Akatsuchi! —dijo Kurotsuchi-sama golpeándolo en el brazo. 
—¿Y yo qué dije?—dijo el aludido viéndome en posición fetal en el rincón—. ¿Es que todo le recuerda a Deidara o qué? 
—Dei…Deidaaaaaraaaaaaa… 
—¡Qué te he dicho, carajo!—dijo Kurotsuchi-sama—. ¡Deja de hablar de Deidara en presencia de…! 
—DEIDARAAAAA… 
—¡Ah, Kurotsuchi! ¡Ahora tú mencionaste a Deida…! 
—¡Ya!—interceptó Kurotsuchi-sama, poniendo una mano en la boca de Akatsuchi. 
—Oh, no otra vez—comentó el mesero al verme. Lo vi entrara la cocina y salir otra vez con un vaso humeante. Luego de unos minutos de tensión, el mesero me ayudaba a levantar y me daba algo de la bebida de hierbas que había preparado. 
—Hierbas del Monte Kurokazan—comentó—. Buenas para los nervios. 
—G-gracias—gemí. 
Kurotsuchi-sama suspiró. 
—Sentimos ponerlo otra vez en esas, Muroaki—dijo riendo incómodamente. 
—No se preocupe. Yo también he tomado medidas—dijo el mesero señalando un letrero en la pared que tenía el rostro de Deidara tachado y con la leyenda: “Prohibido mencionar a Este Innombrable. Al menos no en presencia de Raina Kamizuru. Atte: la administración”.
Comí un par de galletas algo duras que me provocaron unas punzantes ganas de ir al baño. Entonces salí corriendo, poniéndome una mano en el trasero mientras Kurotsuchi-sama se burlaba de mí. No dejé de gemir hasta que aterricé en el inodoro. Por fin. Qué descanso. Hasta había cerrado los ojos. De pronto sentí que alguien entraba y comencé a ventear con las manos el olor con algo de vergüenza. Vi que unos pies se deslizaron al baño de al lado para luego volver al mueble del lavamanos. Al salir me encontré cara a cara con una mirada que volvió a darme escalofríos a través del espejo. 
—Eres Raina Kamizuru, ¿verdad?—dijo una voz masculina. 
¿El señor feudal? ¿En el baño de mujeres? 
—S-sí. Así es.
Y lo que es peor: ¿No se piensa lavar las manos? 
A partir de ese momento todo pasó como un estornudo: rápido y doloroso. El tipo de antes entró también al baño, chocando mi hombro. Vi que hizo una posición de manos y aparecieron de la nada un par de abejas. Yo me paralicé. Ah. Las abejas. Mis antiguas archienemigas. Recuerdo que la boca me temblaba más que la mano de un maraquero con párkinson. Traté de obligarme a mover las piernas para salir corriendo, pero ni siquiera pude gritar. ¡Abejas! ¡Por qué justo abejas, maldita sea! 
Entonces pasó. El hombre se quitó la peluca y dejó ver una reluciente banda de regulación sobre su frente, cuyo símbolo no asocié a ninguna aldea conocida. Una de las abejas secretó miel sobre el hombro del ninja, y éste pasó a tener una mole de piedra amarillenta por brazo que desembocaba en una punta asquerosamente filosa. Después se abalanzó sobre el señor feudal y lo apuñaló. 
Sí. 
Así como lo leen. 
—O-oh, vaya—fue lo único que dijo la víctima—. Me habían dicho que no iba a ser tan doloroso… y está doliendo como mil demonios… 
Gran parte de la sangre del hombre aterrizó en mi pecho y en mis manos. Hasta en la boca, que la tenía abierta y temblando. Me dejaron ahí, congelada como estaba y salieron del baño. 
No sé cuánto tiempo permanecí ahí congelada hasta que apareció Kurotsuchi-sama. 
Nunca olvidaré la mirada que me lanzó.
A pesar de que traté con todas mis fuerzas de explicar las cosas a Kurotsuchi-sama, lo único que alcancé a decir fue: “Yo no… yo no quería…”. 
Solo en ese momento caí en cuenta de mi situación. 
Claro. Yo, Raina, del Clan Kamizuru, me había convertido en un maldito chivo expiatorio. Yo simplemente estaba en el lugar y en momento equivocado. 
Tal vez esa misma noche pusieron mi foto en el libro Bingo.




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