LO QUE PREGUNTÓ LA CALABAZA CON ESTRÍAS
La ciencia dice que todos los seres humanos somos 70% agua. Siendo franca, creo que ese 70% de agua se me había regado ya, entre sudor y lágrimas, mientras huía de Iwagakure. Me giraba a cada dos segundos para mirar por encima de mi hombro. Podía sentir los pasos de muchos ninjas persiguiéndome. Siguiéndome para acabar conmigo en menos de lo que dura un rayo. Después de mucho correr, decidí detenerme en medio de la nada y sentarme en una roca alargada y plana para descansar.
Recuerdo que lloré. Mucho, y en silencio. Dios. No había ni podido borrar el historial de internet. Y ni siquiera pude despedirme de mis padres. O al menos no propiamente. Ellos llegaron corriendo a la bifurcación de la cascada, preguntando por mí. Akatsuchi los frenó y me miraban pidiéndome explicaciones que yo no podía darles, porque… ¡ni siquiera yo sabía lo que estaba pasando! Pero como pude me despegué de ellos y salí corriendo. Nunca, en mis veinte años de vida, había hecho llorar a mi madre, y esa noche pude ver que le dejé el corazón roto en mil pedazos.
Pero recapitulemos.
Kurotsuchi-sama, en un principio, no dijo nada. Al menos no usando las palabras, porque con la expresión de su rostro lo dijo todo. Akatsuchi llegó a nuestro encuentro. Yo no podía escuchar sino el zumbido de las tres o cuatro abejas que rondaban mi cabeza.
—¿Qué… qué has hecho, Raina? —dijo. Pero en lo que a mí respecta, por más que quería decir algo, de mi boca no salía absolutamente nada. Solo temblaba—. ¿Así eran las ganas de ir al baño que tenías?
—¡Akatsuchi! ¡Esto es serio! —dijo Kurotsuchi-sama.
—Bueno, ¿y qué se supone que es esto? ¿Qué está pasando?
—¡No sé! Pero… Diablos. Esto se ve mal. Muy mal. Es una puta mierda, de verdad…
Después de quitarse las manos de la cabeza y maldecir un poco más, Kurotsuchi-sama se acercó a la esquina donde me encontraba acurrucada.
—Raina.
Silencio.
—¡Raina! ¡Reacciona!
Y me cacheteó.
—¡Yo no lo hice! ¡Yo no lo hice! —farfullé sin atreverme a abrir los ojos. Después me llevé las manos a la cabeza—. K-Kurotsuchi-sama… las abejas…
—Pero tú misma las… ugh-dijo Kurotsuchi-sama, levantándose con fastidio. Hizo unas posiciones de manos, y en un dos por tres escupió aguijones de agua que acabaron con las abejas—. Ya. Ya las acabé, Raina.
Solo entonces abrí los ojos y levanté la cara.
—Hey—dijo Akatsuchi frunciendo el ceño y señalando algo con el dedo.
Al bajar la vista descubrí que en las puntas de mis brazos se habían formado unos muñones anaranjados.
—¡AAAAAAH! —grité pegando un brinco—. ¡Y-yo nunca había hecho eso!
Kurotsuchi-sama volvió a arrodillarse conmigo, acercó mi mano a su cara y olió.
—Es miel—dijo. Después, con la boca temblando, añadió—: Raina, ¿sabes lo que esto significa?
No contesté. Kurotsuchi-sama bajó la cabeza, suspiró y dijo:
—Significa que tienes que irte. Ya.
—¿Qué? ¿Pero por qué? ¡Yo no he hecho nada!
—Eso no importa. Tienes que desaparecer antes de que esto se vuelva un mierdero más grande del que ya es.
—¿Eh? Pero… p-pero…
—¿No te das cuenta? ¡Tú misma sacaste toda esa miel! Y esas abejas responden a ti.
—¡Pero le digo que no sé hacerlo!
—Está en tu sangre, Raina. Recuerda de dónde vienes—dijo Akatsuchi. Después, señalando con la cabeza el cuerpo del señor feudal, añadió—: ¿Y qué hacemos con él?
—Nos encargaremos de eso después. Ahora—dijo Kurotsuchi-sama mirándome otra vez—, tienes que irte de aquí cuanto antes.
Salimos del baño y Kurotsuchi-sama agarró mi mochila, metió un par de galletas, el mesero nos miró con sorpresa y se asustó cuando le pidieron agua. Entonces guardó un poco en un recipiente con tapa y me la entregó, dándome además unas hierbas del Monte Kurokazan. Luego me tomó por los hombros y me miró fijamente:
—Ahora vete. Y no mires atrás.
—Kuro…Kurotsuchi-sama…
—Prometo que lo arreglaré. Lo arreglaré, y podrás volver. Pero ahora… ahora necesito que te largues.
Akatsuchi se había puesto en la puerta.
—Dense prisa—dijo—. Ya la gente está sospechando.
—Raina. Vete ya.
—Pero yo no hice nada—insistía.
—Eso lo sabemos. Pero las pruebas dicen lo contrario.
—Además está lo de… ya sabes, lo que pasó con Dei…—el mesero lo miró abriendo bien los ojos—. Ejem, el Innombrable…
—Sí. La orden del Vejete es de matar a cualquiera que represente una posible amenaza a la aldea. Y el asesinato del señor feudal… bueno, eso es como la mamá… qué digo, la mega tatarabuela de todas las amenazas.
—Bueno, siempre podemos alegar que fue porque se demoraba mucho en el baño.
—¡Akatsuchi!
—Solo es una idea…
—Ugh. En fin. Raina. Vete ahora. Ni Akatsuchi ni yo podremos protegerte de toda la escuadra jonin de la aldea. Lo siento.
Entonces me dio la mochila.
—Lo arreglaré. Prometo que lo arreglaré.
Devuelta al tiempo presente, seguía llorando, como si fuera una fusión de María la de Barrio con José Miel. Y de tanto llorar me había quedado dormida.
No fueron los rayos del sol sino unos golpecitos en la frente lo que me despertaron.
—Hey, hey. ¿Estás muerta? —dijo una voz.
Con los ojos todavía cerrados, pude distinguir que era una voz masculina, aunque bastante aguda e infantil. Una mezcla de sirena de bomberos y canto de cuervos con catarro.
—¿Estás muerta? —insistió la voz—. Hey. Hey. Heeeey. Tengo que hacerte una pregunta. Vamos, despierta.
Abrí los ojos muy lentamente y comencé a dudar hasta de estar viva o al menos lo suficientemente consciente como para interpretar lo que preguntó a continuación:
—¿Qué se siente cagar?
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