A mis dos padres, dos hermanos y pocos amigos…
Introito
Las calles largas de la metrópoli sin nombre nacen de la oscuridad y surcan a través de una descolorida neblina, debajo del firmamento cuyas nubes apenas se revestían del sol de mediodía. La escena se atiborraba de gente de ropas incoloras que recorría las calles anchas durante una media mañana común y corriente, mientras la figura del niño de mirada celeste se perdía en el agua.
En la terraza de una casa acomodada frente a los trupillos, bajando por el puente proveniente de la Avenida del Río, se hallaba una mujer de color sentada en una mecedora, tejiendo algo parecido a una bufanda bicolor. Tarareaba una canción y con la mano trataba de alcanzar el estuche de costura tirado al lado de la silla. La mujer pertenecía a la tercera edad, pero su físico corpulento manifestaba una juventud enérgica. Entretanto, más adentro de la casa se encontraba un hombre gordo, viejo e igualmente negro, leyendo mediante gafas bifocales el periódico mientras arrancaba pedazos de un pan acomodado en una especie de comedor. Vestía la misma ropa incolora, y las canas habitaban la mayor parte de su calva. Sus manos separaban el ajado papel y daba una vista rápida a una de sus secciones, cuyas letras exhibían numerosos fallecimientos de niños ahogados en albercas; a él eso no le preocupaba mucho, ya que contaba con que la alberca de su casa siempre estaba sellada bajo una tapa de metal irrompible, y los niños de la casa tenían conocimiento de los peligros que la rondaban. Eran unos muchachitos muy inteligentes, pero eso no impidió que el pequeño cuerpo del niño de mirada celeste navegara en aquellas aguas tentadoras.
Una paz incalculable se percibía dentro del profundo pozo. El niño de mirada celeste experimentaba lo que siempre fue su fantasía. Fue tal la calma, que al niño no le importó volver tocar la superficie terrestre. Permanecía ahí, esclavo de la paz y la tranquilidad que lo adormecía. Lentamente fue cerrando los ojos. Durante su trance soñó incontables fantasías, un par de insensatos melodramas y una que otra pesadilla; todos acabaron con un haz de luz en el extremo de un horizonte imaginario. Como una violenta oleada, en la mente del niño aterrizó la idea de que tal vez ese era el mundo que siempre quiso, el que siempre le lloró e imploró a su abuela, el que tanto le había hecho sufrir con esas molestas migrañas prematuras y del que probablemente nunca hubiera deseado volver. Un fantástico mundo que siempre lo llamaba cuando dormitaba en las tormentosas noches. Pero, como todo, aquella paz de ensueño tuvo que terminar. La mujer de color divisó desde la cocina su más grande temor: vio la profunda alberca abierta. Desde donde estaba, el niño de mirada celeste vio reflejada sobre el agua la figura blanca de un hombre y ya no podía contener la respiración. Trató de nadar en busca de la superficie, ensimismado en la desesperación, intentando arrojarse a los brazos de una posible salvación, pero sus fallidos intentos terminaron por dejarlo en su posición inicial. Sin esperarlo, a su pecho había llegado la molesta presión, la incómoda solicitud de oxígeno. El microchip no le permitiría respirar debajo del agua. Ahora exhalaba burbujas de todos los tamaños, y entonces el chico se resignó a morir ahogado, de manera que cerró fuertemente los párpados, condenado a esperar el último aliento. Sin más, la figura blanca de la superficie introdujo en el pozo una especie de brazo robótico tremendamente largo y jaló del cuello de la camisa del niño de mirada celeste. Los labios rojos de éste último tiritaban de frío cuando la mujer lo miró; el cuerpecito flaco y pálido temblaba terriblemente en los brazos de su abatida abuela, quien había gritado y por ende informado del incidente al paramédico del brazo largo. El chico de los ojos celestes expectoraba agua por la boca y por los ojos. Inmediatamente después de haberle dado los primeros auxilios, un par de médicos especializados atendieron las heridas abiertas de las muñecas y la parte inferior de los brazos, más específicamente en los sitios que delimitaban sus recién estrenados antebrazos robóticos.
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