sábado, 21 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 13

Sólo quería despertar de esa pesadilla horrenda. Mi Shimamura estaba en brazos de Ukyou, que después se pasaba entre los pastosos antebrazos de Ukai… y hacían que yo ardiera en rabia, señores. 
Ni el alba que entró en mi habitación logró exorcizar la migraña que me abatía. Mis pensamientos, todos, se iban tornando del color canela que distingue a Shimamura. Después todo es color de rosa… llegando casi a rojo, ya que me estaba desangrando. 
En fin. Eso no es de mucha importancia que digamos. Más bien me voy a centrar en lo que pasó en ese momento. Señores, desde este momento voy a dejar de echar carreta y voy a ir siempre al grano. 
Bueno, desde mi habitación, sentí unos sigilosos pasos que iban hasta la sala principal; mi mente ansiaba reconocer la silueta, así que decidí correr un poco la puerta de mi cuarto. Oh sorpresa, la Ukai se había levantado… un poco desgreñada, eso sí. 
Mi mirada se concentró en su largo kimono blanco, casi parecido al mío, sólo que mi kimono es corto. Luego, mis ojos cayeron hasta su exuberante melena. Resplandecía con los rayos del sol pegándole en el cuero cabelludo. La envidia que le sentía hace tiempo a Ukyou volvió a nacer con la reluciente silueta de Ukai. En fin, solté un largo pero sentido suspiro y salí del cuarto.

Mi cama estaba tendida. No soy de las mujeres irresponsables que dejan sus camas desarregladas y todo lo demás, no señor. Oh por Dios, estoy haciéndolo de nuevo. ¡Nunca voy al grano! Bueno, pues en ese caso, les tocará aguantarse, señores. Mi manera de ser es así y ni modo de cambiarla para bien o para mal. 
Ay, señor. Lo hice otra vez. Bien, ya no más. Les voy a decir qué hice en ese momento. Mis palabrerías siempre los llevan a todos lados menos al grano, ¿no creen señores? 
Bien, como iba diciendo, yo salí del cuarto en busca de Shimamura. Sí, creo que eso fue lo que dije, igual, ya ni me acuerdo de tanta carreta que hago. Bueno. Mi caminata fue a dar a la sección de los samuráis. 
Mi mirada se concentró por unos instantes en el marco de una puerta; mis ojos parecían de niña retrasada mental, pero en fin, desperté de esa larga espera después que Shimamura salió tan guapo como siempre. 
Me gusta, la verdad, cuando se pone su común kimono blanco con esa armadura que le resalta el torso y… ¡ay! ¡Lo he hecho de nuevo! 
Siempre me fijo en los detalles y detallitos. Mi mente es así, yo qué culpa. 
Oh, bien, me dirijo a él y se me queda mirando con cara idiotizada. Mis manos se revoloteaban en mi corta falda y mis cabellos, aún desgreñados, jugueteaban con el viento refrescante. Su mirada miraba mis ojos castaños y yo sólo apretaba los labios. Sus manos enormes se mantenían apoyadas en el mango de la espada; su boca estaba babosa pero a la vez se conservaba seria. Decidí hablar. El silencio, verdaderamente, me incomoda. 
-Buenos días. 
No soné del todo animada, pero igual no escuché murmullo de parte de él. Shimamura sólo esperaba que dijera algo más que un simple saludito. 
Levanté un poco la voz, creyendo que no me había escuchado. 
-Buenos días, Shimamura. ¿Me oíste? 
-Sí, sí te oí. Buenos días…, oye, ¿no sabes si ya Ukai se levantó? 
Caramba. Ni un “¿cómo estás?” de su parte… sólo pregunta por esa estúpida. Mis mejillas ardían pero igual le contesté con la verdad, sólo que con un toquecito de mentira, ya que le dije que se había ido a la aldea. Ja, que ingenuo es cuando de Ukai o Ukyou se trata. 

Todavía mi cabello revoloteaba por el viento. Mis mejillas poco a poco fueron bajando el grado de ardor, e incluso, mis manos dejaron de enfurruñarse contra mi falda. Sólo observé que mi hombre se iba de mi lado y me dejaba sola. Mi corazón se dividió en dos: una parte le pertenecía y la otra era de Kuno. 
Me doy cuenta que no he hablado casi de mi amigo Kuno. Él siempre me halagaba, me elogiaba cuando hacía algo bien, me consentía y es más, me abrazaba en momentos de desesperación. Ah, y también yo era su paño de lágrimas en sus infortunas con Ukyou. Yo sólo lo abrazaba… y le amaba. Mi corazón estaba unido en ese entonces, eso sí. 
Mi pasado lo llevo en mis venas; el pecho me arde de tanto llorar por aquel pasado que pudo ser, fue, es, lo sigue siendo y lo será por los siglos de los siglos… amén. Ah. Qué importa ya esa porquería de vida que tenía. Mi pasado lo trataré de olvidar… tengo que vivir este putrefacto presente, y así poder “amar” a Shimamura, olvidar a Kuno, rezarle a mamá y a Akemi, a Futari, y etcétera, etcétera, etcétera… etcétera. 
Y muchos más etcétera… 
En fin, vi a Shimamura dirigirse a la sala principal. Mi calor ascendía a cada palpitar de mi corazón. El deseo de comerlo a besos era insoportable, pero me tragué la ansiedad. 
Él seguía sin rumbo fijo. Yo sólo le seguía con la mirada y con el paso. Digo, claro porque yo andaba detrás de él. Me tenía prendida a su piel como esclavo a su dueño. 
Igual, ni siquiera miró a ver si alguien lo seguía. Como quien no quiere la cosa, señores. Al fin y al cabo, mis sentimientos no cambiaron. Mi afán acrecentaba cada vez más. El anhelo de que alguna vez él se fijase en mí, seguía de pie en mi mente, como un judío errante. Digo judío ya que así dice una leyenda. No es por ofender, si es que aquí hay señores y señoras judíos (as). Mi pensamiento va más allá de toda lógica, señores. No soy igual a los demás pero tampoco soy una santa. Eso sí que no. Ay señores, discúlpenme de nuevo, es que no puedo evitarlo. Nunca voy al desgraciado grano. 

Creo que esto va a hacer más largo este parloteo. Eso sí, más de lo que está. Mi agobio se come poco a poco mi ser y la ansiedad me atraganta; el cabello se enreda en mi frente mientras observo a Shimamura está jugando con mis sentimientos, hablando con la Ukai esa. Mi mente estaba en blanco. Si a caso estaba una foto de Shimamura y un corazón torpemente dibujado con “Te amo” escrito nerviosamente. 
El pequeño corazón representaba mi blanda personalidad. La frase esa, que la repito a cada parpadeo de mis ojos, plasma lo que en verdad estoy sintiendo, y la foto de Shimamura, arrugada un tanto, representaba una ira fatal que me comía entera. Y hablando de ira, mi rabia iba subiendo de grado cada vez que Ukai le ponía una mano encima al hombre que amaba. ¿Hombre que amaba? ¿No soné un tanto cursi? ¿Sería cuestión de despecho esa ira que sentía? 
-Shimamura me dejó aquí, plantada. Como si yo no le importara—me dije a mí misma. 
Traté de escuchar gran parte de la conversación de los susodichos, y lo conseguí. 
Oí que Ukai le dirigía la palabra a Shimamura. Yo ardía en furor y desesperación, porque sentía que Ukai me estaba haciendo enfadar por placer, ya que sabía muy bien que yo estaba ahí, sólo que en silencio. 
-Y, ¿cómo amaneció hoy? 
-Muy bien, gracias. Sólo que con un poco de pereza, es todo—dijo él estirándose. 
-Ah, claro. Pero más le vale que la pereza se le vaya rápido porque el señor Shizo no gusta de samuráis flojos—dijo ella. 
-Claro, eso es. Por supuesto que sí, en este momento me voy a vigilar. Con permiso. 
-Siga. Está en todo su derecho. 
La común cara de idiota que ponen todos los hombres al ver a una mujer bonita, en efecto, si es lo que están pensando, la puso él. Mi ceño se frunció y mis manos ardían en rabia. La ira me penetraba hasta lo más hondo y la ansiedad me hacía morderme los nudillos. 
Igual eso no hizo cambiar la cara de imbécil que tenía en ese momento mi hombre. Él sólo observaba la resplandeciente cara de la estúpida que, tras de ser arrastrada, es una cualquiera. Ya hubiera dicho yo. 
Enseguida, y sin más preludio, él volteó la cara y se fue a la terraza que daba al suelo arcilloso; mi ira fue cesando poco a poco y cada vez que intentaba calmarme, más me enfermaba de agitación. Mi cuerpo sudaba a chorros y la carne blanda del interior de mis muslos estaba tensa y suave. Cualquier hombre se derretiría por tocar unas piernas así de mojaditas… a cualquiera le hubiera gustado, señores, incluso a ustedes. 
Después de todo, vi que Shimamura se quedó quieto en el escalón que separaba el piso arenoso y el tatami que adornaba el suelo del doyo. En fin, decidí acercármele y acariciar si quiera un poco ese ancho hombro que tanto me gusta. Créanme, peor hubiera sido quedarme allí parada con los brazos cruzados esperando que me gritara o me hablara fuerte. 
No pasó nada. Me dejó acariciarle suavemente el hombro, recuerdo. Ay, aún siento su calor…, bueno, eso no importa ahora. Su mirada primero se posó en mi delicada mano y después subió a mi cara. Yo sólo miraba sus ojos negros y brillantes; cómo me gustan esos ojos… En conclusión, creo que a Shimamura le pareció reconfortante una manita en el hombro para animarle no sé a qué. Con seguridad recordó a Ukyou. Hasta lo puedo apostar, si me lo pidiesen. 
Sus labios se mojaban cuidadosamente con la lengua, y sus manos se frotaban nerviosamente entre sí. Mi ansia por abrazarle el cuello creció y estalló en un loco estímulo, del cual me arrepiento, rodeándole el cuello y las mejillas con besos. Mis ojos estaban cerrados, y los de él también. Puso sus manos en mi cintura y luego acarició toda mi cadera; me inundaba de besos y decidí parar. Sí, señores, escucharon bien. PARAR. 
Le di una cachetada que supuse se escuchó hasta en China. 
-¡Yoko! Demonios, ¡¿porqué hiciste eso?!—dijo sobándose el cachete. 
-¡Simplemente porque me parece que eres un atrevido!—grité—. ¡Ni siquiera te conozco bien y ya me estás besando!
-¡Pero si yo no comencé a besarte! ¡Fuiste TÚ la que empezó! 
No dije nada. Y el tampoco. Nos quedamos sin nada que decir ambos. Y luego, me levanté y me largué. El me siguió con la mirada. Yo tuve que dañar aquel momento frenético de pasión desenfrenada. ¿Cómo me podía estar besando con un hombre que ni siquiera me ama? O sea, ¿qué era lo que me sucedía en ese entonces? No lo sé aún. Y creo que nunca lo sabré. Bueno, creo que ese no es el asunto del cual me corresponde hablar. ¿No lo creen ustedes? 
Y bien, para mí eso fue una completa desgracia; aún es la hora que me digo: ¿Por qué no dejaste que te siguiera besando, especie de idiota? ¿Por qué tuviste que parar ese momento tan romántico? 
Pero no consigo respuesta.




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