Amaneció lunes. Típico mal comienzo de semana, claro. Obvio que para los samuráis iba a ser un día como cualquier otro, pero tal vez para mí no. Y supongo que tampoco para las sirvientas, geishas y hasta la señorita Ukai.
¿Señorita? ¿Desde cuando a esa estúpida le digo señorita? Creo que desde hace quince segundos. Igual me da si ustedes contaron el tiempo. Bueno, ya, lo sé. Nunca voy al grano… y eso les debe dar mucha rabia.
En fin, mis ganas de ahorcar a alguien seguían su curso por mis venas. La sangre ardiente de cólera quemaba mis arterias y una incesante ira me inundaba la sien. Sentía como el corazón se me doblaba en dos grandes partes y la soledad me comía a cada instante. Bueno, tal vez no en instantes sino en cuestión de horas… ¡ay ya sé, el tonto grano!
Bien, bien, bien. Mis manos se enfurruñaban a cada palpitar de mi corazón en mi falda. El sudor frío bajaba por mis sienes y sentí que se me acercaba alguien.
En efecto, se me acercó alguien. Shimamura para más remate. Sí, aunque ustedes no me crean, fue Shimamura el que esa vez se acercó a mí de manera desinteresada. Qué raro, pero bueno.
-Oye, Yoko, desde hace tiempo que estás ahí de pie. ¿Te ocurre algo?—dijo.
-¿Eh? Ah, eres tú, Shimamura. No, no me pasa nada… es más, ya me iba a mi habitación. ¿Me acompañas?
-Sí, claro.
Esto último lo dijo con la más sincera cara de cinismo, recuerdo bien; pero ese no es el sagrado punto. Esta vez fui yo la que me di cuenta, señores. Estoy progresando en eso del grano.
Como siempre, Shimamura fue el que se dirigió a mí, de la manera que le es usual.
-Yoko… ¿todavía sigues odiándome?
-¿Odiándote? ¿Yo? ¿Por qué habría de hacerlo?
-Digo, con esa cara que pones, pareciera que me fueses a matar.
-Ay, Shimamura. Yo matarte, ni que las vacas volaran.
Solté una pequeña carcajada. Mi risa no fue tan retumbante como la que solté cuando estaba con Kuno. Esa vez fue peor.
Shimamura dejó caer su mirada hasta el suelo; después puso su mano derecha en mi muslo, ya que estaba sentado a mi izquierda, en la cama de mi cuarto. Se veía atractivo. Y no hablo del cuarto, obviamente hablo de él.
Sus ojos se posaron en mis oscuras pupilas. Soltó un leve suspiro y abrió su puño izquierdo.
-Yoko, me he dado cuenta lo especial que eres para mí, y no es broma. En serio, me comenzaste a gustar—susurró.
¿Apenas le comencé a gustar? Ahora qué, ¿se me va a declarar? Y después dicen que soy yo la cursi, bueno pues.
-¿Yoko? Vamos, no te quedes callada. Di algo, por favor.
-Pero que quieres que te diga… no sé, mi corazón ya no da para más. Mi querer hacia ti es imprescindible y ya no puedo más… me estoy muriendo.
-Yoko, no es eso lo que te pregunté.
¡Resulta que todo fue un tonto sueño! Desde que Shimamura me tomó entre sus manos, todo fue un sueño, ¡un imbécil sueño!
Lo que me dijo él, simplemente no era verdad. Él estaba allí enfrente de mí, con la mano en mi muñeca y yo, llorando.
En eso, se preocupó. Claro, derramé la primera lágrima.
-¿Yoko? Oh, por favor, dime de una vez. ¿Qué demonios es lo que te ocurre?
-¡Nada! ¡Déjame en paz! ¡Déjame la vida tranquila, gran imbécil!
-¡Pero si no te he hecho nada! ¡No tienes por qué gritarme, Yoko!
-¡AY YAAAAA!¡DÉ-JA-ME EN-PAZ!
-Está bien, ¡pero no me grites!
-¡BIEN!
-¡BIEN!
Se quedó callado. Yo hice lo mismo, pero mirándolo a los ojos. Más bien el que debería estar enojado es él, no yo. Mi coraje casi salta de mi espíritu y casi me hace hacer algo que después de seguro me arrepiento. Pero no lo hice, gracias a Dios.
Shimamura seguía sin hablar. Mi paciencia se acababa y sus manos se estrujaban contra el pantalón. Mis manos estaban cerca de su mano izquierda, pero no fui capaz de rozarlo. Me desesperé y hablé como una loca.
-Ay, Shimamura, sabes muy bien que me molesta el silencio. ¿Por qué entonces te quedas callado?
-¡Quién te entiende Yoko! Primero, me gritas todo lo que se te antoja, segundo, me hablas como quien no gusta de la cosa. Y luego sales con que “ay Shimamura, no me gusta el silencio. Por favor, no te quedes callado”. Ay, Dios, quién te entiende.
-Ah, sí.
No dije más que esas dos fúnebres palabras, señores. Shimamura había alzado ambas manos en señal de verdadero enojo, y con toda razón. Le había gritado sin razón de ser. Mi amargue comenzó a bajar poco a poco y Shimamura se fue calmando. Mi corazón dejó de palpitar fuerte y descansó en la paz del señor. Ay, no exageren, no estaba muerta, por Dios.
En fin, Shimamura se fue del cuarto con una expresión de “qué rara eres” en el rostro. Mi boca se entreabrió un poco y mis puños se cerraron. Mi cólera empezaba a bajar de nivel y las mejillas no me ardían tanto; las lágrimas se secaron en mis pupilas y mi ser cayó a la cama.
Me desplomé.
Mi alma se había hecho trizas después de la visita fugaz de mi amado. Él se hizo paciente conmigo y yo le entendí que sólo lo hacía porque quería algo más conmigo… y sé muy bien que no es amor. Señores, mi alma descansaba.
Como iba diciendo, era lunes por la mañana. Bueno, después de la parla con Shimamura no creo que sea tan de mañana. Obvio que para mí los días se pasan lentos. Mi corazón se sentía como una sardina enlatada, en medio de tanta arbitrariedad de la gente, entre los celos, la ira y la cólera; se siente como una flor en medio de muchos árboles.
Bueno, bueno, ese no es el caso. Otra vez me desvié del grano, perdónenme señores.
Antes que nada y primero que todo, lo que hice a continuación no fue del todo bueno, ya que me encontré de nuevo con la odiosa de Ukai. Ahora sí que era un mal comienzo de semana, ¿no?
-Yoko, ¿tu por acá?
-Oh, señorita Ukai. ¿Cómo amaneció?
- Bien, para mi desgracia tengo que salir de la aldea a buscar nuevos samuráis. Este doyo está siendo atacado últimamente por muchos ninjas agresores… las geishas no soportan los abusos de éstos y yo tampoco. ¿No crees que esté haciendo lo correcto?
-Ehhmm, sí, y además los aldeanos ansían verle… creo.
-Así es. ¿No quieres acompañarme?
-No, gracias.
En verdad no quería acompañar a la engendro del demonio esa. Y si le aceptaba la invitación, estaría siendo hipócrita. Realmente la Ukai no sabía hacer el papel de mujer trágica y desinteresada que en verdad es la víctima del cuento. Bueno, sí, ella estaba haciendo lo correcto, pero no me podía guardar las ganas de arrancarle de a poquitos cada pelo desgreñado que tenía esa bruja. Mi alma desvanecía en cada suspiro de ella, en cada acercamiento entre ella y mi Shimamura. Mi cuerpo caía en la perdición cada vez que Shimamura pronunciaba el nombre de Ukyou… en verdad estaba destrozada, señores.
Creo que mi relato se está extendiendo un poco, más vale que termine esta cosa pronto, ya que supongo que los tengo muy aburridos, ¿no es así?
Bien, como iba diciendo, iba a decir o diré, me dirigí a la cocina. Estaba repleta de mujeres maduras y bien vestidas. Mi respiración se contrajo cuando percibí el riquísimo olor a teriyaki recién hecho. El sake se conservaba en un refrigerador traído de occidente; Japón últimamente había tenido numerosos contactos con la gente extranjera, como los son los presidentes de Inglaterra y Estados Unidos. De cosa y sé los nombres de los países, ya que no sé más nada. No me pregunten los nombres de los presidentes porque no me los sé.
En fin, una señora, muy distinguida si vamos a ello, se acercó hasta donde estaba. Me pasó un escalofrío por todo el cuerpo y enseguida se me erizó la piel.
La señora abrió la boca:
-¿Se te ofrece algo, niña?
-¿Eh? No… sólo pasaba por aquí—repliqué—. No más quería saber qué iba a haber de almuerzo.
-Pero si no has desayunado… ¿ya estás pensando en almuerzo?
Me puse roja de la vergüenza. Es verdad, no había desayunado, ¿pero como lo sabía? Ni idea. Mi rubor en las mejillas se hizo más notorio y la mujer en frente de mí lo notó.
-Oh, vamos. No tengas pena, está bien. El que tiene boca se equivoca.
-Sí.
Mi rubor bajó de grado. Esa señora me recordó a mi madre. Era casi igual a ella (excepto por la obesidad que mostraba aquella mujer, ya que mi mamá era delgada). Mostraba una sonrisa franca que me hizo tartamudear:
-Eh… ¿el, el joven… el joven Shimamura… no se, se ha le… levantado?
-¿Mmmmhhhh? ¿Cual Shimamura? ¿Te refieres al novio de la señorita Ukai?
-¡¿Qué?! ¿Como así que novios?
Me enojé en cuestión de segundos. ¿Cómo así que novios? ¿Cómo es que ya todo el mundo lo sabía y yo no? ¿Y cómo es que no entiendo nada? ¿Y cómo es que no me entiendo ni siquiera lo que digo?
Mi ira provocaba una serie de preguntas en mi interior, como ya lo habrán podido notar. Las pupilas se me dilataron y mis puños se cerraron fuertemente. La rabia me carcomía las entrañas poco a poco, y yo me encolerizaba cada segundo que pasaba.
La señora se dirigió de vuelta a la cocina, y luego me dio un pequeño plato con sushi. Mi ira hubiera podido romper la cara de mosca muerta de Ukai (y también hubiera podido romper el plato) y deshacerme de todos los ninjas agresores habidos y por haber en Japón.
Al parecer, Sonaki andaba por esos lados.
-¿Yoko?—dijo.
-¿Ehhmm? Ah, Sonaki, eres tú. Vaya sorpresa—dije probando el sushi.
-Sí, ehhmm, me preguntaba… ¿qué tanto haces allí de pie?—dijo ladeando la cabeza.
-Ah, yo…, no nada, aquí observando el piso… pero que tatami tan bonito, ¿no?
-Sí… muy bonito.
Sé que no soné para nada convincente y ella lo notó enseguida. Con semejante respuesta… seguía mirándome a los ojos, con una ceja levantada.
Mi cara estaba sonrojada y mis manos estaban aferradas al platillo; la cara de Sonaki se tornó a la sonrisa común de todos los Muroachi. La misma sonrisa que me había dado el día que la conocí.
-Bueno, no tengo que obligarte a que me digas lo que hacías si no quieres—dijo sacudiéndose de hombros.
-Ay, Sonaki. Eres muy comprensiva, pero ese no es el motivo. La razón es que…
-Yoko… tranquila. Si no me quieres decir, está bien. Yo entiendo, no te presiono.
-Sí, pero yo…, quería contarte el verdadero motivo de mi tristeza… ya que te considero una de mis amigas… bueno verás, últimamente me he sentido…
Como tenía la cabeza baja, la subí. Cuando volteé a ver ya se había esfumado… por millonésima vez.
-…muy mal—dije moviendo una ceja y con los palillos temblando.
Lentamente me enderecé y caminé de vuela a la cocina. La señora gorda no estaba, así que silenciosamente dejé el plato de sushi en el lavabo. No había terminado todo el pescado, ya que nada más tenía un poco de hambre. Luego, salí del sitio, y volví al largo pasillo.
Para más remate, Shimamura se acercaba a donde me encontraba. Qué más desdichas me esperaban, Dios. ¿Toparme con el espíritu de Ukyou? No creo… o tal vez sí.
Como iba diciendo, él se acercó a donde mí y yo… afligida.
Ajá, mi corazón bajó el grado de desesperación y se tornó a un color de sutileza. De habilidad y manejo sobre mi amado. Una completa satisfacción con el rostro de ese hombre feudal de cara rara.
Como siempre, no voy al estúpido grano. Perdónenme.
Shimamura me agarró de los hombros.
-Yoko… ¿pero qué es lo que demonios haces aquí… tan sola?—dijo en un tono común mezclado con la ironía que le distinguía… ah, y con una desacostumbrada sensualidad, cosa que me gustó.
-¿Eh? Ah… lo que me faltaba, Shimamura.
Enseguida, se me puso enfrente y me frunció el entrecejo, cosa que obviamente me excitó aún más.
-¿Pero qué se supone que haces? Te pregunto por tu estado, me respondes con grosería, y si ignoro lo que te pasa, me reclamas. ¡Quién entiende a las mujeres, caray!
-Ay, Dios.
Solté un leve suspiro que hizo que la cara absorta de Shimamura se posara de nuevo en mis oscuros ojos. Digo oscuros, ya que son una mezcla de negro con café oscuro. No me regañen por favor, ya sé que tengo que relatar, no detallar. Lo siento.
En fin, mis manos se posaron cínicamente en su pecho duro. Él, por su lado, me agarró esta vez la cintura, con ambas manos y pretendía besarme. Yo me negué y éste se sonrojó. Mi cara se puso morada, pero no de la pena, sino de la corta respiración que había entre la cara de Shimamura y mía. Me aparté unos milímetros de su rostro y éste me soltó un poco.
-Yoko, ¿qué te pasa últimamente?
-¿A mí? Nada… cosas mías. No tienes porqué meterte en lo que no te importa.
-Perdón.
Su disculpa sonó muy cínica, para lo que me esperaba, sí. Mi cara se agachó y mi respiración se entrecortó de nuevo, pero esta vez porque tenía demasiada pena en frente de él. Era el hombre que amaba y yo no tenía una miserable palabra para zamparle en la cara. Lo único que tenía era mi llanto. Y en esas decadencias, me desmayé.
No sé que fue lo que pasó realmente. Lo único que sé que pasó fue que me desmayé y punto. Mi alma descansó por primera vez en los diecinueve años que llevo viviendo desgarradamente. Mi cuerpo descendió de una manera tan sutil y desacostumbrada que ni yo misma sé si me caí a un barranco o a otra superficie.
Aparecí en un cuarto amplio. Shimamura estaba a mi lado. Ukai, si, la odiosa esa también estaba a mi lado, fingiendo preocupación, como era ya costumbre.
A él sí se le notaba el interés por mí, y además, ya yo sabía que Shimamura estaba interesado en protegerme y en querer siempre mi bienestar. Ah, qué lindo me salió el dicho, ¿no?
Bueno, al fin y al cabo, la Ukai seguía mirándome con cara de “muérete ya, mocosa” ó tal vez de “púdrete en el infierno, especie de idiota”.
Yo no sabía con seguridad cual era precisamente la cara que la estúpida tenía preparada para mí, desde que conoció a Shimamura y que la tenía lista para cuando yo estuviera en estas condiciones. Nunca sabré el verdadero motivo por el cual yo detestaba tanto a la inmunda esa. Para cuando ya había pensado todos esas cosas, Shimamura me había tomado de las manos y acercado su mano derecha (porque estaba sentado de lado derecho en el lado izquierdo de la cama) a mi frente emblanquecida por la falta de calor. Mi tez blanca se tornó a un rojo rosa que resaltaba mi pena hacia él. Shimamura sólo subía y bajaba las pupilas de los ojos hasta donde le pegara la gana, con tal de tratar de tranquilizarme, cosa que no estaba logrando, no mientras la Ukai estuviera presente.
-Bien, Yoko. ¿Cómo te sientes?
-Bien, eso creo. Pero, ¿Qué fue lo que me pasó?
-Te desmayaste en medio de la nada—abrió la boca Ukai—. Según lo que me contó Shimamura, te desmayaste sin razón alguna.
-Así es—dijo él.
Yo, enaltecida por la preocupación de mi amado hacia mí, escuchaba los testimonios insensatos de esas dos remotas personas. Oía con atención cada susurro o comentario que Shimamura hiciera, y despreciaba cada intervención que hacía Ukai, ya que yo sabía que lo hacía sólo para quedar bien con la gente. Qué hipócrita, Dios.
Mi mano izquierda se calentó entre las de mi hombre y la otra me la tomó hipócritamente Ukai. Ambos mostraban una sonrisa que supuestamente me elevaría los ánimos, pero desafortunadamente fue al revés ya que mis ánimos decayeron aún más, señores.
Igual, me sentí importante en medio de la persona que odiaba y la persona que amaba… me sentía halagada por todos, ya que ni la señorita Ukyou se hubiera preocupado así por una simple sirvienta. Por lo menos es algo que no detesto de Ukai, el que por lo menos demuestre (así sea de manera hipócrita) que le importa un poco la otra gente… como yo y Shimamura (perdón, el burro por delante). Que demostrara que no era igual a las demás niñas ricas que lo único que ven es lo que está arriba de su obi* y nada más. Pero que entusiasmo tan fingido sentí, señoras y señores.
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