sábado, 21 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 15

Quién diría que yo iba a empezar la semana así, desmayándome de esa manera tan vergonzosa… y enfrente del hombre que amo. Dios, que me estaba pasando… la verdad ni siquiera sabía si estaba pasando o en realidad era una horrible pesadilla. 
No lo sabía, pero sin embargo me encontraba aún en la desarreglada cama de Shimamura. Si, leyeron bien de Shimamura, el hombre que me hace soñar y volar en un mar de ilusiones despampanantes de las cuales nunca quisiera salir. 
Bueno, al fin y al cabo Shimamura no estuvo más tiempo conmigo ya que, en momentos, se largaría a vigilar las afueras de este doyo. Mi alma desvanece cada cuanto él desaparece de mi vista. No puedo respirar si no está él… bueno, tampoco seamos tan drásticos. No es que sea cursi, ni mucho menos… sólo que quiero hacerles quedar en claro que no podía vivir sin él. 

Al parecer, nadie escucho ni vio ni sintió mi desahogo fúnebre. 
Sólo Sonaki iba y venía a traer los medicamentos o cualquier otra cosa que la Ukai le dijera que trajera a donde me encontraba. Para ella era fácil manipular a las personas, tan sólo con el meñique es capaz de gobernar a mi Shimamura. Para ser francos, Ukai se sabía aprovechar hasta de los más inocentes, como Sonaki. Bueno, de mi no se iba a poder aprovechar la estúpida, ya que (no sé si ella lo sepa) soy más lista que ella. Tal vez un milímetro más, pero que soy más lista que ella, soy más lista.

Al pasar rato, me di cuenta que la gente se dirigía al comedor principal. Mi hambre crecía a cada palpitar de mi corazón, lo cual hacía que estuviera más y más ansiosa. 
Sentía pasos revoltosos por todo el largo pasillo… y también sentía el murmullar de las geishas jóvenes con los maduros samuráis que se paseaban por todo el doyo. Como ya bien saben, yo soy muy curiosa. Con todo y la pereza me levanté silenciosamente a poner mi oreja en la puerta y escuchaba todo lo que pasaba. 
Lo malo fue que, no escuché más nada. 
Al cabo de un buen rato, cuando estaba aburrida y tenía las piernas y brazos dormidos, escuché los molestos sonidos de platos que se chocaban y llevaban a la cocina. 
Recordé enseguida los momentos gloriosos en el doyo Kohawa. Cuando a mamá la llamaban departe de la señorita Ukyou para que sirviera la comida, cuando Akemi mi hermana le ayudaba en los quehaceres y cuando nosotras tres nos reuníamos a limpiar las repisas y alacenas del doyo, siempre hallábamos algo divertido que hacer. Cuando Kuno me llevaba a pasear por los hermosos bosques de los alrededores de la casa y me decía que yo era lo único bonito en su vida… ah. 

Bueno. Ya es suficiente. Creo que debo poner un punto aparte para poder continuar con mi atropellado relato. Ahora más que siempre y más que nunca tengo que tratar de no desviarme del grano. Ya sé, no puedo alargar el espacio, pero no puedo evitar el contarles cada detalle o detallito que se escape en mi vida desdichada. Ahora bien, ¿es que acaso no quieren saber el porqué de mis desventuras y continuas depresiones? Sin eso la historia que les cuento no tendría razón de ser, ya que se trata más que todo de contarles lo que mi asquienta vida fue o pudo ser. Así que no veo el motivo de sus enojos, señores. 
Mas bien déjenme continuar y así les iré narrando cada cosa que recuerde o se me venga en gana contarles o de algún modo, que se me venga a la cabeza. 
Decidí darme la vuelta y quedar de espalda contra la puerta y apoyé la cabeza en el mango para abrir y cerrar la puerta. Mi kimono blanco estaba un poco ajado y desgastado, de tanto que lo usaba. Con ese mismo kimono había llegado a este doyo y conocido a Shimamura… gran desdicha que hoy me arrepiento de nunca haberlo conocido. 
Mis ojos se centraron en un pañuelo también desgastado que estaba en el suelo. Mi cabello estaba desarreglado y la verdad no me importaba que me vieran semidesnuda, ya que prácticamente estaba desvestida, por mi kimono corto y desaliñado. 
Mis manos, tan blancas como siempre, brillaban en la radiación del sol entrando por mi ventana de un aburrido lunes por el medio día. Mi alma se sentía en paz por vez primera. En la eternidad tal vez sienta una paz más bella y duradera que esa. Digo duradera porque en esas estaba cuando llegó a visitarme Keiko. 
Abrió la puerta de par en par y yo casi me caigo. Keiko trató de disculparse, pero de la vergüenza se atragantaba y tartamudeaba. 
-Ay, Yoko… en-en verdad lo… lo-lo siento… no sabía que… estabas a-allí. 
-No, tranquila, Keiko. Yo estoy bien. No te preocupes. 
Keiko seguía intranquila. Yo hice hasta lo impensable para tranquilizarla. Mi cuerpo estaba un poco desaliñado pero eso a ella no le importó. 
Me ayudó a levantar para hacer por lo menos algo para remediar su error. Le repetía que no se preocupara pero eso fue en vano. Mis palabras, como siempre, se desvanecían con el viento, como hace tiempo desvanecieron mis amigos. 
Bueno, ese no es el caso. Keiko se disculpaba incesantemente y yo le seguía repitiendo que dejara de preocuparse. En fin, me cansé de tanta monotonía y le pregunté que habían hecho de almuerzo. En verdad, tenía hambre. 
-Oye Keiko, ¿Qué almorzaron? 
-Ah, bueno, almorzamos sushi y sake. La verdad yo no es que sea amiga del sake, por eso no tomé. Mi acompañante si tomó. 
-Ah, claro. 
Noté en sus palabras ternura y un cierto grado de satisfacción. Mi curiosidad llegó a tal punto que le pregunté sobre su felicidad llamativa. 
-Keiko… ehhmm, ¿se puede saber por qué te ves tan satisfecha? 
-¿Ah? ¿Yo? No… por nada. 
La mirada de Keiko se concentró en algún determinado punto del techo y evitaba mirarme a los ojos. Yo en segundos noté que escondía algo… ya que suelo ser muy buena descubriendo gente mentirosa. 
Le insistí y ella no tuvo más remedio que decírmelo. 
-Ah, está bien. Te lo diré. Lo que pasa es que en la comida, el joven Akira me miraba celosamente desde donde se encontraba. Yo, obviamente, estaba al lado del samurai de mi turno y él me miraba… y me miraba… ay, Yoko. Me siento tan importante. 
-¿Es que acaso te interesa el joven Akira? 
-Ehhmm… la verdad no estoy segura, pero… que me llama la atención, me llama la atención. 
-Mmmmhhhh, ya veo. ¿Y dices que te miraba celosamente? 
-Sí… bueno, eso fue lo que me pareció. Su mirada no reflejaba más nada que unos celos mal disimulados. 
-De pronto a él también le intereses. Cabe la posibilidad… 
-Ay… Yoko, que… que cosas dices… 
En eso, Keiko se sonrojó. Mi sonrisa se hizo notoria y ella la miró. Se puso más roja de lo que estaba y frunció el ceño. Me cubrí la boca con las manos y se enojó un poco. 
-Pero Yoko… ¿de que te ríes? 
-No, de nada, Keiko… sólo que apenas te dije eso, te pusiste roja como un tomate. ¿Acaso no admites que te gusta el joven Akira? 
Eso último lo dije en un tono irónico-burlesco. 
-¡¿Qué?! Ay, pero qué cosas dices, en verdad crees que me puede gustar un hombre tan gentil… tan bondadoso… amoroso… apuesto… valiente… sonriente… 
Al parecer, un brillo se resaltó en sus ojos. Cada vez que iba diciendo una cualidad de Akira, más le brillaban. Se notaba a leguas que estaba enamorada del joven Akira. 
Y era verdad, señores. Akira, por supuesto era todo lo que dijo Keiko. Apuesto, sonriente, sincero, bondadoso y amable. Era todo un hombre. Un excelente chico. 
Pero el asunto es que la cara de Keiko se iba tornando del color de los enamorados; un rosa entre claro y oscuro, casi igual al color del corazón. Mis manos tomaron en ese momento las de ella y me miró a los ojos, aún brillantes. Le sonreí y ella hizo lo mismo. Admitió, sin tener que hablar, que estaba perdidamente enamorada. Claramente se veía que estaba feliz… no como yo. Una desdichada mujer que supuestamente buscaba el amor verdadero y lo único que encontró fue una desventura horrorosa y fúnebre. Mis lágrimas brotaron en un intento de desahogarme… pero la sonrisa que tenía en el rostro le ganó. Ella se soltó de mí y la seguí con la mirada hasta el pie de la puerta. Realmente, Keiko era una hermosa mujer. Ya sé por qué era una de las geishas más bellas de allí Tenía el cabello recogido en un moño apenas notorio que le agarraba un cuarto de pelo que tenía. El copete algo poblado le sobresalía en la frente, y una coleta de cabello le salía por la nuca y le caía hasta debajo de la cadera. Tenía un kimono rosa claro, adornado con flores rojas y amarillas, parecidas a las que había en la entrada del doyo Aebo. Me doy cuenta que hace rato que no decía el apellido Aebo. 
Mi cabeza razonó en un intento de pensar con claridad y fruncí el ceño. Keiko enseguida me miró con desconcierto. 
-Oye Yoko… por cierto, ¿por qué estás aquí encerrada? 
-¿Eh? Ah, eh, no, es porque me desmayé y necesitaba descansar. No es nada grave, Keiko. Sólo fue cuestión de momentos, es más sólo fue el susto del momento. Tienes que saber que sufro de la presión—contesté. 
-¿En serio? ¿Y qué se siente?—preguntó inclinándose hacia delante. 
-Primero es un ligero malestar en todo el cuerpo. Luego, un mareo incontrolable y después, sientes que todo se te viene encima. Yo sólo sentí el mareo y que todo se me viene encima. 
-Ah, bueno. Menos mal que no fue algo más grave. 
-Sí. En eso tienes razón—repliqué. 
Después de mucho pensarlo, abrió la puerta y salió al pasillo. Al cerrar la puerta, volví a caer en ella. Me volví a apoyar en la perilla y no me quité en un largo rato. 

Al cabo de algunas horas, sentí unos susurros que provenían de afuera. Escuché las voces de un hombre y una mujer. 
Reconocí la voz femenina. Era de Ukai, sí, era de ella, si no estaba mal. La masculina no la pude reconocer, ya que enseguida se esfumó. Mi corazón latía fuerte, ya que esas clases de voz, son las que me hacen vibrar… pero otra vez no es ese el asunto. 
El caso es que la voz de Ukai, después que la otra voz se largó, desapareció. Todavía tenía la oreja parada al pie de la puerta y mis manos apoyadas en la madera fría. Mi ceño se mantenía fruncido y mis labios se frotaban en un intento de calentarse. Mis muslos se restregaban contra el suelo helado y mi cabello estaba intacto. Al rato, sentí que no podía más y regresé de inmediato a la cama. Tenía demasiado frío como para pensar en un motivo razonable por el cual me devolví rápidamente a mi lecho. 
En fin, la cama se conservaba calientita. Mis manos se estrujaron contra la manta acogedora de encima de los cojines. Mi cabeza se posó en la dulce almohada que me esperaba desde hace horas. Mis ojos se cerraron lentamente y no volví a despertar en un buen rato. 
Quise soñar con Shimamura, ya que no lo había visto desde que pasó mi incidente. Quería verlo, abrazarlo y sentirlo, pero algo me impedía soñar con él. Talvez, opino yo aquí y ahora, fue porque me lo imaginaba en brazos de Ukyou. Eso me hacía arder en rabia… 
Mis ojos, al fin, se entreabrieron. Vieron una figura masculina al lado izquierdo y decidí investigar de quién se trataba. Las lagañas me impedían ver con claridad el rostro de aquella silueta varonil pero enseguida me restregué los ojos. Quería saber quien era. 
Y señoras y señores, se trataba de Shimamura. Él había venido exclusivamente a buscarme, pues, no me había visto desde el desmayo que tuve, como bien dije yo. Shimamura sólo me miraba con una rara expresión en la cara que hacía que yo me descontrolara. 
Al fin y al cabo, él me tomó de la mano izquierda, como la otra vez, y me la frotó entre las suyas recubiertas por la armadura dura que le protegía. Su boca dibujó una especie de sonrisa que más bien parecía una mueca, cosa que me indignó muchísimo; luego, me quitó la sábana y se acomodó bien en mis piernas, heladas. 
El doctor extranjero había dicho que tenía la temperatura más allá de treinta y siete grados centígrados. Yo sabía muy bien que eso era muy caliente, pero igual me dio. Ya no tenía sentido que me preocupara por bobadas. 
Ya nada tenía sentido, señores. 
Shimamura estaba todavía allí. Seguía con la mirada puesta en mí, con unos ojos fulminantes que atravesaban mis pupilas y se concentraban en la penumbra de la noche. Como ya había dicho, él se incorporó en mis piernas heladas por el frío y puso sus cálidas manos en mis mejillas, que se sonrojaron en cuestión de segundos. Su mirada bajó hasta mis pechos y yo seguía mirando sus sienes sudorosas. Sus manos exploraban mis muslos desnudos y mis ojos se entrecerraron; mi cuerpo estaba a su disposición y me sentí absolutamente suya. Esas manos que me acariciaban subían y bajaban en mis caderas ya destapadas por la subida del kimono. Comencé a sentir cosas extrañas en mi estómago (como esas molestas mariposas que sentí el día que contemplé su cuerpo la primera vez) y mi cabeza daba vueltas en estrellas y… sanseacabó. 
Sí, eso fue todo. Le zampé una cachetada y casi sale rebotando por el suelo. Mi mano también quedó adolorida, de tan fuerte que sonó. 
Su cara me miró con los ojos bien abiertos y queriéndome matar. Se llevó la mano hasta su mejilla y se la sobó un poco. Yo sólo me miraba la mano. 
-Ay… Shimamura…--murmuré besándome la muñeca. 
-¡Yoko! ¡Por qué demonios me pegaste!--gritó 
-¿Eh?—dije. 
Yo observé su ceño fruncido que tanto me gusta y volví a bajar mi mirada a la mano lastimada. Su ira se encendió aún más. 
-Mira…, sólo dime algo. ¿Por qué me pegaste? ¿Acaso hice algo que no te gustó? 
-Eh, yo sólo…, oh, bien. Pensabas llevarme a la cama, ¿no es así? Si es eso lo que pretendías hacerme, ¡tenía que evitarlo! ¿Cómo se te ocurre que yo me vaya a acostar contigo? O sea, yo… ¡no me siento preparada! 
-¡Pero no tenías que pegarme de esa brutal manera, mujer!—farfulló. 
-¡Ay pero que querías que hiciera! 
Silencio. 
Hubo una calma de unos doce segundos. Después de ese rato, yo hablé, como pura enemiga del silencio. 
-Shimamura… en verdad no quería lastimarte. Es sólo que… no me siento lista. 
-Ay, Yoko… 
Sus ojos penetrantes me observaban de arriba abajo. Su mano seguía frotando el cachete moreteado y yo sólo miraba las cobijas retorcidas en la cama. 
Luego, me sentí como en un sueño acabado de ser interrumpido, como si alguien más (que no era Shimamura) me hubiera pellizcado y despertar así de ese maravilloso sueño. Pero no, nunca fue un sueño ni alguien me despertó. Es más, ni siquiera estaba dormida. Sólo quería que me tragara la maldita tierra. 
Al poco tiempo, él habló. 
-Oye… bueno, no todo es malo. Además, tienes muy buenos reflejos y… una singular manera de dar bofeteadas. 
-Eh, sí. Creo que tienes razón. 
Mostré una sonrisa poco fingida y vergonzosa. Él sólo se acariciaba el cachete. Mi mirada subió para observar unos hombros bien tallados y una armadura excelentemente realizada. Mis mejillas se sonrojaron y caí en la almohada. Y luego, se preocupó. 
-¡Yoko! ¿Te ocurre algo? Dime que te pasa—dijo. 
-¿A mí? No… no me pasa nada… yo sólo… 
-Cállate. No hables, Yoko. Sé cuan mal te sientes…, oh, pero mira qué fiebre tienes. 
Tocó mi frente tersa y caliente; Su mano la sentí como una caricia de mi mamá y eso me hizo dormir durante unas horas. 

Después de eso, no me acuerdo que más pasó. Sólo recuerdo que un brazo me arropó y me plantó un beso en el cuero cabelludo. Mis sueños pudieron orientarse a un país de ilusiones, que eran irreales pero que estaban llenas de magia, de amor y armonía. Un mundo totalmente distinto a éste, desintegrado por la suciedad de esas personas hipócritas (ya saben a quien me refiero) que enmugran el paisaje abrumado y ensucian a la demás gente que pretende encontrar en vano un intento de salir adelante por medio de esas mugres y funestas personas. Esas en verdad son monstruos inimaginables que se comen poco a poco las inocentes mentalidades de las personas de buena fe, las que sí sirven para realizar de este país un mundo mejor, las que hacen de este potrero un paraíso y que hacen optimistas a los demás. 
Personas de esa clase ya se extinguieron. Bueno, admito que en este planeta sólo estamos Shimamura y yo, ah, y también lo fueron en su tiempo Kuno, mi amiga Futari, mi madre y mi hermana Akemi, bueno, no tanto. En fin, la conclusión de toda esta carreta es que ustedes, señoras y señores aquí indiscutiblemente presentes, comprendan la realidad de este mal sueño, que prácticamente se está volviendo en una pesadilla y que no tardará en convertirse en una muerte feroz. Sólo les digo, amable público, que me soporten este desahogo, porque eso es lo que es, un frenético desahogo que tiene sólo como fin aburrirlos a ustedes. Pero la verdad es que mi desahogo siempre tiene un final triste, abrumador e irremediablemente sarcástico. Mi esperanza de encontrar el amor verdadero se desvanece en un tonto soplo de la vida infortunada que pasa a mí alrededor. Pero les digo: es obvio que estén aburridos con tanta estupidez y, claro, ya pensarán que soy una bruta aburrida que sólo viene a éste estúpido conchódromo a aburrirlos a todos ustedes y para su infortunio, es verdad. Si es mi intención aburrirlos a todos ustedes. ¡Sólo son una gente indecente y nefasta que sólo vive de placer y dinero y que además obtiene por ganancia absoluta y completamente nada! 
No, mentiras. No vengo aquí a aburrirlos ni mucho menos a contarles cosas que sólo a mí me importan. Lo siento, de verdad y otra vez excúsenme por no ir al bendito grano. Pues, si quieren volvemos a intentarlo y esta vez voy a tratar de ir a la idea principal. 
¿Ah? ¿Qué? Ah… ahora quieren que siga con ese horrendo párrafo que acabo de decir, ¿no es así? Mmmmhhhh, ya veo. ¿Quieren que unas cuantas veces vaya al grano y otras veces no? 
Pues sólo les digo una cosa: ¡QUIÉN LOS ENTIENDE!


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