Lo que quise decirles es que, ustedes primero me dicen que soy insoportable con eso de nuca ir al maldito grano, y que después me estén diciendo que les gustan los párrafos improvisados que se me salen desprevenidamente. Eso me tiene a mi enloquecida, es decir, mientras que yo me mato tratando de agradarles con mi relato, ¡ustedes están muertos de risa e ignorando esta sinceridad con la que hablo!
Eso me dio una crisis neurótica en cuestión de minutos, señores.
Bien. Ya les dije otro párrafo loco. Ahora voy a proseguir.
Shimamura era sólo mío. Oh, cielos, creo que eso no era de lo que estábamos realmente hablando, ¿o sí?
Bien, como sea. A la mañana siguiente encontré mi cama y kotatsu divinamente arreglados. Yo estaba envuelta en una toalla desde los pechos hasta la alta cadera. Otra toalla me envolvía el pelo. Mi cara estaba bañada en agua tibia y acababa de salir del cuarto de baño.
Después, tiré la toalla a las cobijas y me solté el pelo, del cual cayeron unas gotas pesadas al tatami del suelo.
-Yoko, ¿estás ahí?—dijo.
-¿Eh?
Él no se había dado cuenta que estaba desnuda, así que entró sin más preludio. Cuando entró me vio de pies a cabeza; yo me quedé paralizada de la vergüenza y me conservé en sus ojos oscuros. Un penoso rubor se asomó por sus mejillas.
-Ay, Shimamura, ¡sal de una vez! ¡Acaso no ves que me estoy cambiando!—grité poniéndome los brazos cruzados en el pecho, en un intento por cubrir mis senos.
-¡Oh, Jesús!—gritó.
En eso, salió.
Tan rápido como entró, salió. Ni más ni menos, sin una disculpa de su parte, por el error fatal de haber entrado a mi habitación viéndome con un buen estúpido de pies a cabeza mientras que yo, suspirando como buena tonta que soy. Oh, cielos, creo que me estoy exagerando. Señores, no creo que entrar a una pieza y ver a una persona desnuda y quedarse embobado no es suficiente motivo como para embestir a un humano.
Pues sea lo que sea, hice lo que me parecía correcto, así que creo que está bien. Si a Shimamura no le gustó, de malas.
-¿Ya puedo pasar, Yoko?
-Eh, si. Sí, ya puedes pasar, Shimamura.
Entró como si nada hubiera pasado. Se frotaba las manos en la armadura de la cadera y no dejaba de mirarme el cuello. Me sentía como un hipopótamo en una fiesta de elefantes… mal.
-Bueno, yo sólo pasaba por aquí a ver como…
-Ya, ya, Shimamura. No pasa nada, tranquilo. Yo no estaba desnuda… es sólo que, pues, no debí gritarte así, ¿me entiendes?
-Ah, ya veo. Si, ehhmm, claro… yo sólo entré para ver si te habías levantado.
Los dos estábamos avergonzados. Parecíamos dos novios que acabaron por ser pillados en una infidelidad, por Dios. Bien, señores, Shimamura no paraba de mirarme y yo cada vez más me ponía roja como un tomate. Así que decidí poner fin a ese acto penoso.
-Bien, supongo que ya hiciste lo que venías a hacer y creo que ya te puedes ir. Necesito cambiarme, ¿no?
En eso, reaccionó.
-Si, claro. Ya me voy, tranquila.
Se marchó, así que yo me dispuse a cambiarme, obviamente. Ya me estaba dando frío y él había dejado la puerta abierta. Tonto, pensé yo. Igual la cerré y puse un lindo kimono rosa en la cama.
La descripción de mi vestido no es tan compleja. Era más o menos corto, de un color rosa casi claro, que tenía unas flores entre verdes y amarillas en la superficie del cuello.
Me quité la toalla y me coloqué el kimono. Mi cabello, que no es normal, se movía voluminosamente y mi flequillo jugueteaba en mi frente, aún empapada. Me la sequé enseguida y me puse las sandalias de estar en casa. Antes de salir, me puse en el cabello esponjoso unos cuantos moños altos, ya que detestaba que mi cabello se viera alborotado.
Salí del cuarto y me dirigí al comedor. Estaba vacío, claro está, y no me estoy refiriendo al comedor, sino al estómago. Sí, señores, tenía demasiada hambre. Pero cuando llegué a la sala del comedor, me di cuenta que también estaba vacío.
Si acaso se oían los escándalos de las cocineras preparando el desayuno ya que todavía era muy temprano. Me arrodillé silenciosamente al pie de la mesa y puse mis manos en ella. Estaba temblando un poco, así que decidí agarrar las mangas de mi kimono y acurrucarme con mis brazos, que estaban obviamente tiritando de frío.
Bien. No pasó nada. Las señoras todavía estaban en la cocina y al parecer no iban a Salir por ahora; mi actitud se exasperaba y después me largué. Me fui directito a la habitación de Keiko. La última vez que fui a su cuarto se me había quedado grabada en la mente la dirección que ya podía ir por mi propia cuenta. Así lo hice, me dirigí hasta allá y entreabrí la puerta.
Keiko no estaba allí.
Fruncí el ceño y cerré lo poquito que había abierto de la puerta. Caminé hasta el largo pasillo donde los samuráis disfrutaban con las geishas (pero no había ninguna) y me quedé sentada en algún remoto rincón. Apoyé la cabeza en la pared y me puse a pensar en mi doloroso pasado.
Recordé un momento en mi vida que pasé junto a mi hermana Akemi. Si gustan, puedo contarles ese momento, ¿no?
Bien, aquí va.
-Así que te gusta Kuno, ¿no es así?
-No, como crees, Akemi, no… es sólo que, me agrada… somos buenos amigos.
-Ah, claro.
Akemi no estaba del todo convencida. Era casi pelirroja pero más bien era una mezcla de rojizo con negro. Salió a mi padre. Yo en cambio, soy pelinegra (muy pelinegra) y con el pelo bien cortito, mientras que ella lo tenía por la cintura, casi por la cadera.
Akemi siguió con el interrogatorio.
-Y bien, ¿entonces por qué los encontré muy juntitos la vez esa en su cuarto?
-¿Qué? ¿Muy juntitos? Por favor, yo… sólo… bien, si, estábamos muy juntos pero no es lo que tu crees, Akemi. Es más, si quieres le puedes preguntar a él. Ni siquiera nos besamos.
-Ah caray. No se besaron… qué fascinante.
Y después de otras cinco preguntas más (y no me pregunten por ellas que no me acuerdo muy bien como es que eran) se fue. Mamá llegó después a traerme sushi. Yo acostumbraba a quedarme en mi habitación a la hora del almuerzo, y como Akemi nunca fue capaz de traerme ni un grano de arroz, a mamá le tocaba traerme la comida. Yo era muy terca, señores, aunque no lo parezca.
Bueno, eso es lo que recuerdo de aquel momento. Ahora, viene el presente… sí, los momentos de ahora. Nada de revivir el pasado ni pensar en el futuro. Sólo hay un aquí y un ahora, y ese ahora es ya. No hay más que el presente… eso creo. Y eso me salió improvisado.
En fin, sigamos, ya que supongo que deben de estar aburridos con tanta parla.
Allí yacía yo, apoyada contra la pared y con la mirada perdida en algún determinado punto de la nada.
Después de un rato, aparecieron Shimamura y el joven Akira caminando por el corredor, el mismo corredor donde me encontraba yo.
Los vi murmurando mucho; estaban con sus comunes armaduras gruesas (hago un paréntesis para hacer una pregunta capciosa: ¿se quitarán alguna vez esas pesadas armaduras? Digo, porque cada vez que veo a un samurai lo veo con la armadura puesta… cierro paréntesis). Yo seguía con la mirada fija en la pared y vi que los dos se sentaron en el borde del escalón de las afueras del doyo. Se miraban con entendimiento y me escondí en un callejón que conducía a las demás habitaciones. Quería espiarlos y me pregunté: ¿de qué caramba hablarán los hombres como esos? No tenía la respuesta a la mano, así que decidí averiguarlo. Me quedé tratando de escuchar los murmullos de aquellos seres, ahí como un perrito faldero, apoyando rodillas y manos en el suelo frío.
Lo único que recuerdo de lo que dijeron fue lo siguiente. Creo que hablaban de las mujeres.
-Oye, Akira. ¿Tú no te has enamorado de alguna mujer de por aquí?
-¿A que te refieres?
-Digo—, dijo, cruzándose de brazos—. ¿No te has enamorado de alguna geisha de aquí?
-Bueno… tengo que admitir que aquí las geishas son muy hermosas y, me costaría mucho escoger entre todas ellas.
Silencio. Después, fue Akira el que hizo la pregunta.
-Y tú, Shimamura… ¿no te atrae la señorita Yoko? ¿O más bien te has enamorado de alguien de aquí?
-¡¿Pero que es lo que insinúas, eh?! A mi no me gusta Yoko…—se sonroja, ¡ay!—. Y tampoco me he enamorado de una mujer aquí.
Eso último casi lo gritó e hizo que Akira dejara los ojos bien abiertos. Ese comentario y su sonrojo me hicieron brotar una leve sonrisa, pero lo que dijo a continuación me hizo atiborrarla.
-Mi único amor murió en el incendio de mi doyo y… después de eso no he sabido querer a otra.
-Ah, claro—dijo Akira—. Sí, la vida es así, Shimamura… hay sentimientos que se van y hay otros que vienen…
-Mira, Akira. Yo no he dejado de pensar en Ukyou. ¡Mi sentimiento no se ha ido!
-Lo sé, y no he dicho lo contrario. Lo que trato de decir es que cuando una puerta se cierra, otra se abre… lo que digo es que puedes abrirte otras oportunidades con otras mujeres y así poder expandir el panorama—dijo, levantando las manos—, a menos que pienses en quedarte pensando en ella toda la vida.
-Bueno, en eso tienes razón.
Hubo un pastoso silencio. En lo que dijo Akira había cierto grado de razón; quiero decir, claro, cuando una puerta se cierra, la otra se abre y… sí, sí, sí… y todo lo que dijo. No podía ocultar mi tristeza y las lágrimas fueron saliendo… desde lo más hondo de mí.
Ambos concentraron su mirada en el firmamento celeste, siempre azul (ya que todavía era de día).
Observé la cara de Shimamura por un momento y concluí que estaba pensando en ella. En Ukyou y no en mí. Y eso me provocaba más y más dolor que el normal.
Bien. Shimamura y el joven Akira miraron el suelo arcilloso; yo intenté acercarme más a donde estaban ellos, para siquiera sentir el aroma de mi hombre. Pero no, mi temor hizo que conservara mi distancia original, así que, pues, me quedé a ver que podría pasar a continuación.
-Bien, creo que es mejor que me vaya a dormir. Hasta mañana, Akira.
-Que tengas buenas noches, Shimamura.
-Procuraré pasar por la habitación de Yoko y desearle buenas noches, pero a lo mejor la encuentre dormida.
-Creo que haces muy bien.
-Tal vez ella sea la otra oportunidad de la que hablaste, ¿no?
-Cabe la posibilidad, Shimamura.
¿Iba a pasar por mi cuarto? Oh, Dios, tenía que darme prisa para llegar y tirarme en la cama en cuestión de segundos.
Así lo hice. Arranqué para mi cuarto y me acosté enseguida. Al cabo de unos minutos, entró Shimamura.
Tenía la mirada perdida y desorientada cuando entró a mi pieza. Pero igual me gustaba el tenerlo ahí cerca. Se acerco suavemente a mi cama y me peinó el flequillo con la mano derecha.
Yo trataba de no reírme para no levantar sospechas (claro, tenía que simular que estaba dormida). Sentía su respiración en mi rostro y levanté disimuladamente mi mano para tocarle. Enseguida y raudamente, lo miré fijamente a los ojos, con la mano alzada.
-Shimamura…
-¿Eh? ¿Estabas despierta? Tramposa…
-No, lo que pasa es que tu caricia me despertó… es todo.
-Sí, claro.
No es que haya sonado muy convincente que digamos pero eso calmó un poco su carácter. Él seguía enfrente de mí con los ojos bien puestos en los míos.
-Yoko, yo… quería decirte buenas noches…
-Ay, Shimamura… pues, creo que ya te puedes marchar…
-¿Me vas a echar así nada más?
-Qué, ¿no era acaso eso lo que venías a hacer?
-¡Ni siquiera me has dejado decirlo!
-¿Y ya no lo dijiste?
-No… ¡eso era para que supieras, tonta!
-Pues entonces dilo, y ya. Y de una vez te vas… no quiero verte.
-Pues, claro, pero, no tienes que echarme así como un perro…
-Ay, Dios.
-¿Por qué demonios me ignoras?
-No te estoy ignorando, Shimamura. No tienes porqué ponerte así.
-Así como, ¿eh?, ¿no ves que te quiero y por eso vengo a decirte unas simples buenas noches? ¿O es que también te molesta que venga a decirte hasta mañana? ¿Eh? ¿EH?
-¿Me quieres…?
Se quedó callado por unos momentos. Yo lo miraba fijamente a los ojos y él hacía lo mismo… creo. Su boca se abrió unos segundos pero no dijo nada, y la volvió a cerrar. Sus manos estaban alzadas en un intento de encontrar las palabras adecuadas para decir, pero… no las encontraba, así que me lancé a hablar.
-¿Y bien?
-¿Qué? Ehhmm… bueno, yo sólo… ¡dije que te quería decir algo… y era “buenas noches”!
Respiró hondo para poder decir eso. Sin embargo, yo seguí sin creerle. Sabía muy bien que ese “te quiero” había sido desde el fondo de su insensible corazón.
Pero no dije nada, señores.
-Yoko…
-Bueno, si… entiendo. Ya, punto final, sanseacabó y tantán. Chao, ya vete de aquí. Buenas noches.
-Ehhmm, si… supongo que…, está bien, buenas noches.
No dijo más y se largó. Me dejó intacta y pensativa, como con ganas de comerlo a besos, de tirarme a su cuello y no soltarme jamás… pero ya se había ido.
En fin, creo que después de eso… todo volvió a ser como antes. Él, tratando de siempre protegerme de los ninjas bandidos. Yo, aceptando de buena gana su ayuda y… amándolo a secas. Lo demás no importaba, señores.
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