domingo, 7 de octubre de 2018

Cielo estrellado sobre mí: compendio

Compendio

El niño de mirada celeste mira hacia el cielo estrellado sobre él. Sus ojos parpadean lentamente. Todo a su alrededor parece desconectado de su humanidad. Todo ocurre a paso ralentizado, y siente el latido de su corazón en sus sienes más fuerte de lo normal. Se siente repentinamente mareado, y el sol de la tarde lo absorbe con frialdad. Un suave e incógnito rocío aterriza en la punta de su nariz, y siente entonces ganas de estornudar. Alguien acaricia sus cabellos; hace un gesto de molestia hacia aquella mano, y alza la cabeza, justo a tiempo para recibir un sedoso pétalo rojo, el cual seguía la misma ruta que el suave rocío. 

Había salido tan de repente de aquella agua empozada y aparentemente limpia, tan tranquila en su profundidad y tan apacible que incluso hasta hubiese muerto allí, y su pequeño cuerpecito flaco estaba tiritando terriblemente. Los brazos iguales o más temblorosos de su apesadumbrada abuela le reciben, y unas voces de espanto y júbilo comienzan a oírse por toda la casa. Al lado de la alberca está un niño con ojos emparamados. El labio inferior del niño de mirada celeste tiembla. Las nubes en el cielo bailan, como celebrando algo.
El paramédico le entrega un papel a la mujer y luego se marcha, arrastrando el brazo largo tras de sí. El trazo confuso y empapado del brazo queda dibujado en el suelo arcilloso. La tapa de la alberca está tapada ahora. El niño de mirada celeste está calmado, como si nada hubiese pasado. Sus manos tiemblan no precisamente por el frío; sabe bien la razón, y por ello se suelta de su abuela. La abuela le dirige una mirada confundida, al igual que los demás presentes. Sólo el abuelo sonríe y niega con la cabeza.

Ahora se ve al niño, ya seco completamente, trotando por la sala; sus cabellos largos se sacuden en su frente. Tuvo un pequeño traspié con un leño levantado, pero se incorporó rápidamente. Se rió entre dientes. Llegó a la mesa; encima de ella estaban varias crayolas, un bolígrafo y una resma de papel. Estaba todo listo para el acto final. Se relamió los labios; sabía bien que no había lugar para distracciones. Una grandiosa historia había nacido en su mente durante todo el trance en el agua. Sin pensarlo más, el niño de mirada celeste corrió la silla, se sentó y comenzó a escribir.


FIN.



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