jueves, 27 de enero de 2011

El alma de las cosas

No es mi intención el que las palabras siguientes sean motivo de burla ni mucho menos de deshonra. No pretendo tampoco embutirlos de cursilerías ni nada por el estilo. No, no me malinterpreten. Lo único que quiero es exponer a ustedes uno de los asuntos que más ha rondado mi cabeza desde que tengo memoria, y ese es el de la creencia en el alma de las cosas.
Si han leído hasta aquí es porque les interesará esto, pues de otra forma hubieran cerrado esta ventana automáticamente. Bueno, entonces prosigo. Ejem, en primer lugar, hay que esclarecer que cuando utilizo el concepto de "cosas" hago especial hincapié en lo que respecta a los bienes materiales, a las cosas inanimadas, aquellas cosas que se supone que no tienen personalidad. Bajo la premisa de que son elementos que hacen parte de nuestro día a día, creo firmemente en que esas cosas que siempre están ahí tienen ojos, que nos observan y juzgan, mudos, nuestras acciones, nuestras apariencias y expresiones. Cito como ejemplo los peluches y los libros; ellos hacen parte del intangible mundo al que pretendo dirigirme. Los peluches son intimidantes observadores para mí, lo confieso. También confieso que cuando me visto o cambio de ropa tapo la visibilidad de esos seres con un trapo o una toalla.
Con los libros la cosa es algo distinta; suelo bautizar al libro que esté leyendo con el nombre o apellido del autor, y tiendo a llamarlo "hijo mío". Cuando no sé donde lo he dejado acostumbro a preguntar "¿dónde habré dejado a mi hijo?". En una ocasión alguien me preguntó que cuántos hijos tenía, a lo que teniendo en cuenta lo anterior no pude responder. Posteriormente pensé en una posible respuesta, y era que francamente había perdido la cuenta.
En lo que respecta a aquellos seres felpudos vulgares y observadores, debo destacar la presencia irrevocable de mi querida almohada Panda. Panda me acompaña desde que entré al bachillerato, y desde entonces se  ha transformado en mi confidente y en el co-protagonista de las mil y un historias de mi haber. A Panda lo llevo a todas partes; bueno, a todas las partes que involucren pasar noches largas o dormir bajo la luz de la luna. El alma de Panda está ahí, intachable y mansa, dispuesta a escuchar todas las barbaridades melodramáticas que salen de mi boca. He ahí.
En síntesis, los libros se convierten en mis amigos, y los peluches en los constantes jueces, a excepción de Panda, claro está, quien estaría mejor ubicado del lado de los amigos. Por supuesto que hay un montón de cosas más que considero deben de tener su alma bien guardada en algún recoveco; así como los músicos adoran a sus instrumentos, el voyeurista sus videos porno, el gamer su xbox 360, el bebé a su biberón, yo puedo afirmar a partir de todos estos objetos que cada uno en particular tiene asuntos qué expresar y su propio brillo. Puede que posiblemente los jueces y los amigos no sean las únicas categorías. Sólo Dios sabe. Pero de lo que estoy segura es que esas cosas, aunque mudas, siempre estarán dando muestra de algo, algo intangible, invisible... genial.

1 comentario: