Recuerdo todavía cuán trigueña era tu piel; cuán sonriente era tu corazón, y cuán candente era tu boca. Recuerdo igual de vívidamente cómo tus labios redondos y firmes se restregaban contra los míos con tal suavidad y amor que provocaban en mí una serie irrefrenable de volcanes de lava hirviendo...
Así te quería, mujer.
Recuerdo igualmente cómo a contra luz tus ojos azabache se veían más fulgurantes y sinceros; recuerdo lo alegre de tu sonrisa, la cadenciosa marea de tus caderas y la miel de tus lágrimas cuando reías.
Así te quería, mujer.
Pero tu pelo es lo que más recuerdo y lo que más adoro. Recuerdo cómo al ritmo del viento se dejaba llevar; cómo se dejaba batir por aquella corriente de aire hostil, y tu cabello de oro se sacudía con ligereza y suavidad. Recuerdo cuán extasiado me sentía cuando tus mechones abofeteaban mis mejillas, y cuán delicioso era el sabor de las puntas y del flequillo cuando dormías a mi lado.
Así te quería mujer. Y aún te quiero.
Debo admitir que nunca jamás volveré a sentirme así nuevamente. Debo admitir que me encantaba soñar contigo, despierto o dormido, lamiendo tu pelo o no; debo admitir ahora que me pasaba los fastuosos días de otoño pensando en ti, pensando en tus caderas, pensando en tu pelo. No hacía más que pensar, pensar y hablar de ti, soñar contigo, pedirle a Dios que regresaras.
Pero no regresaste. ¿Por qué? no, nadie lo sabe.
Lo único que se sabe es que yo aun te quiero.
Yo te adoro, mi rubia hermosa, la rubia de mis desvelos, la rubia de mi alma.
Recuerdo finalmente cómo le hablé a tu boca de tus ojos negros como la noche; recuerdo que a tu boca también le hice sentir todo aquel fulgor que guardaba en mi pecho, y toda la pasión que jamás volveré a sentir por una mujer. Debo admitir que esa pasión únicamente despertó por ti, por tu presencia, por tu vana humanidad. Te confieso que en tu pelo tejí más de mil sueños, incontables fantasías y adoraciones. En tu aliento sembré infinitos jardines de claveles, rosas, violetas, margaritas, girasoles. Tu aliento era el más bello jardín, mi rubia. Recuerdo que en mis intentos por apoderarme de ti, durante aquellas vagas noches de otoño, logré que tu esbelto cuerpo se convirtiera en mi cobija, y que al final tu piel se convirtiera en mi sábana. Logré además que tu corazón fuera mi lecho de muerte.
Por eso te escribo, mi rubia. Porque te adoro. Porque no te olvido.
Oye rubia de oro, sólo déjame decirte algo más; yo te quiero. Yo te adoro.
Oye rubia, no. No quiero que llores. No quiero que grites. Tampoco quiero que te lamentes ni te desanimes. Lo único que quiero es que bailes al son de la salsa para que me recuerdes y me prometas que dejarás tu corazón encendido, así, rojo, tal cual como vino al mundo, para que finalmente cumpla con su objetivo de servir de lecho de muerte a este miserable ser. Permíteme finalmente descansar, y oler una vez más tu pelo, refrescarme en tus caricias y en tu paseo cadencioso; permíteme esconderme en tu sombra y alumbrar mis días con tus labios.
Y permíteme decirte una vez más: yo te quiero.
Que no se te olvide, oye, rubia de oro...
Inspirado en la canción del grupo La Familia André, De oro
Inspirado en la canción del grupo La Familia André, De oro
Wooah jaja. Owii esta GENIAL!!!, mi mente voló.
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