domingo, 3 de abril de 2011

Miradas que matan

Estuve mirando al asno por bastante tiempo. Miraba sus gastados pelos faciales, sus ojos llorosos y su cara contraída por aquel sordo dolor. Relinchó, relinchó y relinchó hasta que cayó y murió. Debió de haber sido el cansancio que llevaba a cuestas. Siempre trabajó sin parar.
Mi hermanita también lo estuvo mirando; miraba sus enormes orejas y sus sucias pezuñas. Sus manitas jugueteaban con el dobladillo de su vestido.
El asno lloraba lágrimas invisibles.
Agonizaba un dolor insensible.
Y se incendiaba en un fuego que parecía no quemar.
Mi hermanita se puso a llorar en cuanto vio el cadáver. Yo al verla también me puse a llorar. Al final nos arrodillamos y lloramos hasta que nos quedamos dormidos. Ahí tirados, en medio de la mugre, los gusanos que se aproximaban y la paja maloliente del granero, rendimos luto al pobre asno mártir, amigo y hermano.

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