El monstruo escupió, se limpió, vomitó y se elevó por el horizonte.
Llovían centellas. Los rascacielos se veían lejanos, distantes. Las nubes paralelas y fieles seguían el caminar del monstruo hasta que se sentó en la arena. Hacía un calor endemoniado.
Las manchas que componían su indumentaria parecían de sangre. La masa negra que se despedía de aquel muro se espesaba a medida que el olor acre de la atmósfera se expandía y se hacía casi tangible.
Sólo la pluma en su mano temblaba, sacudía, bramaba.
Sólo la pluma en su mano temblaba, sacudía, bramaba.
El primer paso, escupir.
Las canas de Arturo se sacudían a cada palpitar de corazón. El olor acre se volvió de repente azufre, y en su nariz se dividía el olor de cada pelo del monstruo. Sus poros se erizaron al ver al monstruo escupir. Arturo respiró fuerte y se cruzó de brazos. Arturo esperaba. y la bestia lo sabía.
El segundo paso, limpiarse.
La pluma desgarraba el papel con su punta despiadada. El monstruo escribía como un loco. Arturo vio que escribía poesías, aventuras, misterios, fantasías, miedos. Escribía ínfimas pero a la vez infinitas líneas, todas ellas grandiosas, llenas de acción y suspenso del bueno. Con su tinta alcanzó a llenar cien páginas, pero estando en la número noventa y nueve sintió de nuevo aquellas arcadas de otrora; aquellas que le hacían sentir cada vez más inferior que aquella masa negra que a paso indefinido se cernía sobre su cabeza. El monstruo tragó saliva, y se dio cuenta después de que esta vez quizá no iba a soportar las terribles náuseas.
El tercer paso, vomitar.
Las cosas que pulverizó aquel líquido infernal nunca pudieron ser identificadas. Arturo no sintió asco alguno, pues en su cara se reflejaba una cierta fascinación por aquella porquería espumosa y verde. El monstruo no tardó en volver a su oficio, y la punta de la pluma continuó rasgando el papel. La masa negra entonces adquirió una forma más familiar. Arturo la contempló por un rato; sus canas percibieron el miedo también. Con todo y eso, la forma humana de aquella masa negra no distraía todavía la apacible pasión del monstruo escritor.
Y entonces ocurrió.
Las centellas en el cielo se hicieron cada vez más numerosas. El clímax en esta historia estaba por llegar. La pluma se estremecía ahora con mucha más violencia, y la masa negra se fue acercando a paso cada vez más rápido. Arturo estaba boquiabierto; parecía querer vomitar también. La masa negra se detuvo en seco justo enfrente del monstruo escritor, y éste alzó la vista encharcada para titubear ante su brillo imponente. Vio que tenía lentes, y que le quedaban muy bien. La bestia se sintió más inferior que antes. La masa, aunque sonriente, le penetraba con sus ojos indiferentes y llameantes. Arturo luego vio a la sombra de la Cosa arrastrándose por sus espaldas.
Las centellas en el cielo se hicieron cada vez más numerosas. El clímax en esta historia estaba por llegar. La pluma se estremecía ahora con mucha más violencia, y la masa negra se fue acercando a paso cada vez más rápido. Arturo estaba boquiabierto; parecía querer vomitar también. La masa negra se detuvo en seco justo enfrente del monstruo escritor, y éste alzó la vista encharcada para titubear ante su brillo imponente. Vio que tenía lentes, y que le quedaban muy bien. La bestia se sintió más inferior que antes. La masa, aunque sonriente, le penetraba con sus ojos indiferentes y llameantes. Arturo luego vio a la sombra de la Cosa arrastrándose por sus espaldas.
La masa negra se identificó como Rey, y con la mano le tocó el hombro peludo. El monstruo se intimidó. Sus ojos lloraban y sus labios enormes reían. Miró por última vez sus escritos y los lanzó, y las hojas cayeron desperdigadas en la arena. Arturo las vio caer en cámara lenta; sintió a cada una de sus letras aterrizar en la tierra caliente. Con una mano se limpió el sudor de la frente, y fue entonces cuando el monstruo se elevó por el horizonte. Fue tarde cuando se percataron de que el verdadero monstruo de la escritura estaba justo enfrente de ellos.
El monstruo escritor... jeje
ResponderBorrar