jueves, 5 de mayo de 2011

El gadejo de la muerte

Desde hace un par de horas he estado pensado en lo estúpida que es la muerte. Uno piensa que bajo esa capucha se esconde el diablo, Osama o alguien sumamente astuto y temible. Pero déjenme decirles que no. El ser que yo tuve la "suerte" de conocer fue alguien torpe, distraído y simplón.
Estos últimos días me han pasado cosas bastante extrañas, pero lo que me pasó hoy fue muchísimo más raro. Bastante peculiar. Ni siquiera ahora, en medio de risas, puedo explicarme qué rayos fue lo que pasó.
Les diré que hoy la muerte me ha venido a buscar varias veces, pero resulta que cada vez que viene, coge y se va con las mismas.
-Anda, no. No puedo llevarlo todavía.
Y lo peor del cuento es que yo sí quería que me llevara.
Ha dado más vueltas que el bus de Nuevo Bosque. Ya yo perdí la cuenta de cuántas veces ha venido, pero sé que han sido más que las veces que he intentado suicidarme. Les aseguro que verdaderamente no tengo la más remota idea de que rayos esté pasando por su cabezota, pero sé que eso nada más le pasa a alguien tan salado como yo. Es decir, ¡yo me quiero morir y la pendeja esa no quiere llevarme! 
Hace como cinco años un nigromante había predicho mi muerte. Me dijo que moriría el día que cumpliera los noventa y dos años de vida, y que daría mi último aliento luego de que una muchacha rubia me besara. Casualmente hoy es ese día, y tuve, digamos, la suerte de que me besara una muchachita rubia de diecinueve años. Ay, cómo estaba de buena la condenada.
Pero en fin, el punto es que hoy la muerte tiene gadejo. Si fuera porque no quiero morirme; joder, claro que quiero morirme. Ya no tengo nada que hacer en este mundo tan aburrido.
En la tarde fui a paso torpe hacia la choza del nigromante, y cuando terminé de contarle lo que me había pasado se quedó estupefacto.
-Eso no puede ser posible, señor. La muerte nunca falla...
-Pues le tengo noticias: la muerte tiene gadejo.
-¿Gadejo?
-Sí. Ganas de joder.
Así pasó la mitad del día. Y ya para la puesta del sol, la muerte volvió a visitarme. Justo cuando estaba a punto de terminar su estúpido parlamento, la interrumpí.
-Mira, gran pendeja. Como esta vez no me lleves, te jodo.
La muerte se calló. No podía ver su cara, pero sabía que estaba sorprendida.
-Pero es que...
-Es que qué.
-No puedo llevarte.
-¿Y por qué no, pa ver?
-Porque usted todavía tiene que hacer algo.
Fruncí el ceño.
-Ajá, y si sabías que tenía que hacer algo, ¿por qué carajos entonces vienes a mamarme gallo?
-Es que se me olvida.
"Es que se me olvida"... les juro que casi le doy una paliza.
Después de dudarlo un rato, se fue caminando. Yo me quedé sentado, con una rabia más grande que yo. Al cabo de un buen rato me llamaron al celular.
-¿Aló?-cabe destacar que soy un viejito play que sabe manejar perfectamente su celular.
-¿Aló? ¿Abuelo?
-Sí, mija, ¿qué pasó?
-Acaba de nacer su primer bisnieto.
Al rato llegué al hospital y encontré que le habían puesto de nombre Mauricio, como yo.
-Abuelo, mire. Es igualito a usted.
-Sí-dije conteniendo las lágrimas-. Es tan bello como el bisabuelo.
La muerte me estaba esperando en la puerta del hospital. Yo caminé resignado y compungido hasta donde ella. A pesar de la bruma, pude entrever que la muerte sonreía.
-Anda, no-oí que dijo-. No puedo llevarlo todavía.

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