Fue mi primer gato después de más de una eternidad, pero tuve que darlo en adopción y murió tiempo después, todo muy sorpresivamente, todo muy… tempestuosamente también.
Desde que empecé a amar los gatos, o sea, desde siempre, he querido tener un gato negro. La superstición, el racismo y hasta el fastidio que le tiene mi mamá a los animales hicieron que me alejara de la idea. Y aunque tuve varios gatos a lo largo de mi adolescencia, ninguno fue negro. Hasta el momento en que me independicé y comencé a vivir sola desde febrero de 2020, en plena pandemia.
Me tomó bastante tiempo también hacerme a la idea de adoptar un gato. Fue por traumas pasados, sumado al hecho de que todavía le lloraba al último gato que tuve, Yin, y que estuvo bastante enfermo por mi culpa. Más de diez años tuvieron que pasar para que volviese a adoptar uno. Y fue solicitado. Y fue buscado hasta el último rincón de Santa Marta.
Me tomó bastante tiempo también hacerme a la idea de adoptar un gato. Fue por traumas pasados, sumado al hecho de que todavía le lloraba al último gato que tuve, Yin, y que estuvo bastante enfermo por mi culpa. Más de diez años tuvieron que pasar para que volviese a adoptar uno. Y fue solicitado. Y fue buscado hasta el último rincón de Santa Marta.
Tinta Esmeralda Russo
El 21 de mayo de 2020, Tinta Esmeralda Russo llegó a mi casa y a mi vida. Le puse así porque pensé que iba a ser hembra, y al final terminó machito, pero se quedó así. Hasta respondía a su nombre. Llegó al mediodía, con un calor infernal. Parecía un murcielaguito, todo despelucado y ojón. Pero para mí fue el momento más hermoso de mi vida, en medio de la malparidez existencial y el valeverguismo de la vida. Lloré. Lloré fuerte. ¿Por qué me había demorado tanto en adoptar? ¿Por qué había pospuesto a la felicidad por tanto tiempo en mi vida?
Duró un año conmigo. Por cuestiones que se me salieron de las manos (la depresión me empeoró, me quedé sin trabajo, sin plata, sin nada), tuve que dar a Tinta y a sus tres hermanos (Niebla, Mokachina y Oliva) en adopción. Cuatro gatos. Cuatro despedidas. Cuatro puñaladas en el corazón. La quinta llegó el 19 de marzo de este año, día de elecciones. Tinta, rebautizado como Chimuelo en su nueva casa, había muerto. Aparentemente envenenado. Quedó tieso en el patio del vecino. Y quedé tiesa yo también ahí con el teléfono en la oreja.
Tal vez sigo tiesa, no sé. Todo se mueve a mi alrededor con una velocidad indescriptible, y yo me siento estancada. Me siento ahogándome, pero no sé cómo salir a la superficie.
El clon de Tinta
Ayer llegué a la oficina y me pareció ver movimiento por el rabillo del ojo. Un gato negro, bastante parecido a Tinta apareció y se postró ahí, en medio de la hierba, a tomar el sol. Ninguno de mis compañeros de trabajo hubiese entendido del todo mi fascinación y el guayabo tan hijueputa que me embargó.
Solo lloré seis horas.
Te extraño mucho, mi negro.
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