lunes, 8 de noviembre de 2010

Las segundas partes no siempre son tan buenas como las primeras...

Querido Diario:
Un momento, ¿tu cubierta era azul? Mmm, no lo recuerdo. Es como si me hubieran dado pastillas para borrar la memoria de hace cinco minutos. Je, loco, ¿no? No, no, no, no, no. Esa palabra está prohibida aquí; aquí nadie está loco, no. Lo que pasa es que somos muy geniales para la sociedad que nos tocó vivir, y por eso es que nos encierran aquí. Nosotros somos como unos escritores frustrados, que se pasan la vida imaginando y pensando cosas, pero que al final no pueden plasmar esas bellas ideas en un papel porque son tan geniales que nadie las cree posible. Ah, eso fue lo que me pasó con mi querida Paola; ella no creyó en el poder de la imaginación y por eso tuve que hacer lo que hice. Pero, ¿qué hice? ya no lo recuerdo. No, la verdad es que no lo recuerdo.
Bien, como perdí la noción del tiempo, no sé qué fecha sea la de hoy. Simplemente, querido diario, te diré que es la del día siguiente al de ayer, cuando te escribí sobre Dafne. Sí, sí, así era. En fin, empiezo con decirte que hoy amanecí tan emocionado que me levanté de la cama de un salto. Los guardias golpearon con una batuta endiablada la puerta de la habitación y me lanzaron la comida por debajo de nuevo. Mis puños estaban cerrados y el corazón se me quería salir del pecho de la misma excitación. Sí, estaba sumamente emocionado, y la razón no podía ser otra más que era el día de Halloween (sí, estoy tan mal con esto del tiempo, que ni si quiera recuerdo cuál es la fecha del día de Hallo-
-Carajo, Adal, ¿qué tantas vueltas das? ¡Ponte pilas y sal de una buena vez!
-¡Ya voy! ¡ya voy!
No pude terminar aquel párrafo porque los guardias habían abierto la puerta y me estaban golpeando para que saliera rápido, y pues como no me gusta trabajar bajo presión salí de mi cuarto, embelesado en el júbilo que rondaba por mis venas. Cuando salí sentí las paredes de las demás habitaciones retumbando, y pensé que mis compañeros estarían tan emocionados como yo, cosa que me alegró enormemente.
Durante el viaje hasta el comedor, que duró cerca de diez minutos, pensé en lo que había hecho anoche. Mientras miraba la blanca y acolchada pared pensé en las películas que me había visto. Pensé en muchas, pero ahora no recuerdo cuales, no, no. Y pensé también, sí, que las segundas partes nunca tienen el mismo éxito de las primeras, no, y está comprobado científicamente. Comprobado por mí y mis elementos del laboratorio. Después de todo no tuve tiempo de concluir ese párrafo del diario. Qué desconsiderado soy, sí, debo de castigarme. Bueno, será ahora que descanse un poco.
-Adal, ven para amarrarte la cabuya.
Y así me pasearon por todo el manicomio, y recuerdo que saltaba con la lengua afuera por todo el césped de los jardines. Vi innumerables flores crecer a mi alrededor, y estrellas fugaces cayeron a mi encuentro, felicitándome por semejante espectáculo.
Estaba inmensamente feliz, sí. Claro que sí. Y mis compañeros disfrutaban de verme así, puesto que reían, reían sin parar. Supuse que eran tan felices como yo. Cuando terminé mi recorrido, Maestro me dijo que yo era un ente grandioso y genial en este universo lleno de aburridos. A mi se me salieron las lágrimas. Después fue su turno de ser paseado, y yo corrí a su lado, con la lengua otra vez afuera y la sonrisa más grande del mundo.

3 comentarios: