sábado, 25 de diciembre de 2010

Por tirar la barra de mantequilla...

Por tirar la barra de mantequilla fui encarcelado en prisión.
Por explorar el concepto de Justicia bajo mis propios métodos fui encarcelado en prisión. Por buscar lo que no se me había perdido. Ahí entonces recae el motivo de mi encerramiento. Estoy feliz, aunque no lo demuestre, pues al menos pude aclararle a ese bastardo quién es el que manda. El muy maldito se había aprovechado de mi hermana, de mi pobre e indefensa hermana.
¿Qué podía hacer yo? Nada más que hacerle sentir lo que sufrió Juliana. Eso, ojo por ojo, diente por diente.
Derramar en el piso la masa grasienta de la mantequilla fue excusa suficiente para colocarme las esposas y meterme en aquel camión blindado, con dirección a quién sabe dónde.
Aquel glorioso momento lo recuerdo perfectamente, claro que sí. El color pollito de aquella sustancia se desperdigó sin más por la baldosa de la cocina. Y me sigo riendo por haber sido encarcelado por tan vano hecho. Los ojos del bastardo me lanzaron una última mirada de odio y confusión, y en mis labios se dibujó una mueca extraña e inconclusa. Declaré que era la mueca de la Justicia exitosa. El cuchillo gigante temblaba en sus tripas, y su cabeza empezó a sacudirse negativamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Incluso llegué a sentir lástima por él. Pero era mi deber, lo era. Tenía que hacerlo. Moría por hacerlo.
Cuando los policías llegaron, el sitio estaba impecable, sin ningún rastro de sangre. Pero la mantequilla bastó para comprender lo que había sucedido. La maldita y estúpida barra de mantequilla. Había olvidado encargarme de ella. Y ahora me llevan a la cárcel, por el simple hecho de haberla derramado en el suelo.

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