domingo, 27 de marzo de 2011

Oh, baby, just come to me...

...y me dijo que todo estaría bien, que no estaría solo. Me acariciaba el hombro, me sacudía el cabello. Me pisaba suave. Me repetía que nada sería malo a partir de ahora, que todo iría a estar bien. Me decía con una sonrisa seria típica de él que me iba a extrañar muchísimo, y que sin mí posiblemente estaría incompleto, pues él y yo éramos casi una sola persona, éramos muy íntimos.
Era verdad que yo era un llorón, y pensar en ello me causa un nudo en la garganta. Le causaba un poco de rabia eso, pero se controlaba. Separarme de él aún hoy me da mucha tristeza.
No sé cuántas veces lo abracé antes de partir, ni cuántas veces le dije que no me dejara ir. Él me decía que no fuera marica y que lo soltara; que en casos como ése había que actuar como hombres. Cada vez que decía eso me daban más ganas de llorar.
En verdad, todo lo que decía me hacía llorar.
La noche anterior le había preguntado si era necesario crecer. Él me había contestado que sí, que en una sociedad tan globalizada como ésta era necesario madurar y crecer. Luego de escucharlo hablar de un par de cosas más enfrasqué mis narices en su hombro y cerré los ojos. Su cálida mano se posó sobre mi cabeza y me dijo que yo era un chico valiente, su chico valiente.
Y ese día le dije chao, papi y él un chao mi amor. Y luego reparé en que aquel mismo hombre de carácter fuerte y duro que nunca mostraba sus sentimientos estaba llorando como un niño.

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