lunes, 11 de abril de 2011

Tan azul como el ocaso...

El monte fue el único testigo de nuestra absurda conversación. El cielo azabache sirvió de telón. Las telas ajadas de mi pantalón se burlaban de mí.
Y al final las estrellas también lloraron conmigo. 
Recuerdo que usaba las enormes gafas aquellas. Siempre estuvo tan enamorado de the Beatles. El palillo se asomaba desde la comisura de sus labios.
No recuerdo las palabras que usó, pero sé que fueron dulces, tan dulces como las fresas recién lavadas que cené ayer. Las dijo con sobriedad y altivez. Movía la boca mientras sus dedos arañaban las cuerdas de aquella reluciente Fender Jaguar.
Tenía unas ojeras tan grandes como el dolor que sentía en su corazón.
-Mira. Las estrellas están brillando más de lo normal...
Mis sienes palpitaban fuerte, cual tambores de carnaval. Él respiró fuerte por la nariz. Los cabellos de mi frente terminaron de despeinarse cuando rasgó un par de veces más la guitarra. Luego nos estiramos cuan largos éramos sobre el césped espumoso, y el firmamento se cernía sobre nosotros como si fuese una gran sábana. Sus cabellos dorados bailaban al ritmo del sereno.
-¿Nunca pensaste en estar en prisión?
Ni siquiera hoy entiendo el porqué de esa pregunta.
-Si hubiese ido a la cárcel, al menos no tendría que firmar autógrafos...
La guitarra escupió un acorde más; un acorde seco, confuso, sublime. 
Alcancé a oler su aún inoxidable espíritu de adolescente.
Después negó con la cabeza; vi que sus ojos se empañaron de lágrimas de repente.
-Creo que puedo; sé que puedo...
-Yo también.
No entendía la naturaleza de mis palabras. A mi lengua llegó el sabor agridulce de las fresas recién lavadas.
Mis ojos también se empañaron de sólo verlo. Tragué una dura salivada.
-No tenías que terminar así, ¿sabes?
Hizo un sonido de reproche con los labios. La luna se tornó aún más lechosa. Me miré las manos; estaban grises y ásperas. Las cicatrices de mi niñez ardían como la primera vez. El chasqueó dos veces los dedos.
-Al menos no virgen...
-Nadie muere siendo virgen, porque la vida nos jode a todos.
Alcancé a esbozar una sonrisa, tratando de contener el llanto. 
No hay nada peor que presenciar la marcha de alguien que sabe que se marchará.
Su mirada se entornó entonces distante en el nubarrón negro que se alzaba, vanidoso, sobre nuestras córneas. Vi que extendió su brazo, abrió mi puño, insertó algo y lo cerró. Volvió a respirar fuerte. Sus bellos ojos azules me miraron por última vez.
Finalmente se levantó, se sacudió la tierra y se fue caminando, moviendo la cabeza al ritmo de los acordes que hacía sobre la Jaguar. Su cabello de pronto se recortó y su delgadez se hizo aún más notoria. 
Para cuando me di cuenta ya había desaparecido. El nubarrón negro y vanidoso había terminado pasar. Lágrimas pesadas se deslizaron por mis mejillas.
Abrí mi puño: "Es mejor quemarse que disolverse por dentro".
Desperté, agitado y sudoroso, a tiempo para apagar la flama creciente y humeante que despedía mi hasta entonces oscura habitación. 

1 comentario:

  1. Raro, diferente de lo que acostumbras escribir. Me recuerda la música de Nirvana.

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