sábado, 7 de mayo de 2011

En una tarde de mayo

Quiero que esta entrada sea diferente a las demás. 
Quiero que esta entrada brille con luz propia. 
Quiero que esta entrada, si no es leída por muchos, que sea al menos leída por ella.
Quiero que esta entrada sea para mi mamá.

Porque se lo merece, porque simplemente así se decidió. 
Porque es verdad que no encontraré palabras exactas y precisas para expresar lo que siento. 
Porque quiero que quede bien en claro que ella es la mejor mamá del mundo.

Esta entrada quedará como si fuese escrita por un niño, por un niño débil y llorón. Para una mamá el hijo nunca dejará de ser un bebé, y esto es una absoluta verdad.
Probablemente para mi mamá sea yo todavía una niña de brazos, una niña de mamá. 
Una niña que necesita ser defendida de otros. 
Una niñita que no sabe cómo expresarse. 
Una niñita que ciertamente no sabe hablar.
Una niñita que sólo sabe escribir y nada más.

Es algo verdaderamente sublime verla sonreír.
Es dolor verla llorar.
Es motivo de celebración verla reír.
Pero es grandioso, increíblemente exquisito verla llamarme hija.
Es algo de otro mundo escuchar su melodiosa voz y el vaivén de su ropa al compás del viento.
Escuchar la sofisticada brisa que atraviesa cada hebra de su cabello es un milagro inigualable. 
Oler el hermoso aroma que despide cada uno de sus poros es extraordinario.
Cerrar los ojos acomodado en su pecho se convierte en el más dulce y placentero sueño.
Los pajaritos y ruiseñores del bosque entonarían la más bella melodía si la vieran tan siquiera pasar.

Ella es alegre, sencilla, servicial, bonachona, buena gente, sonriente, hermosa. 
Impaciente, cantaletosa, bromista, sensible, gritona, humilde, sincera. 
Directa, educada, saludable, eficaz, tolerante, cariñosa.
Mi mamá es mi mamá, en resumidas cuentas.

No importa cuánto tarde en describirla: que si madre, que si mami, que madrecita, que mamacita.
Todas esas cosas no cuentan, pues mi mamá es mi mamá, a secas.
Y sé que en ocasiones me hace enojar.
Y sé que en ocasiones me saca de quicio.
Y sé que en ocasionas la hago enojar.
Y sé que en ocasiones la hago salir de quicio.
Y sé que en ocasiones ni siquiera la hago sentir importante.
Y sé que en muchas, muchas ocasiones no la llamo para decirle que la recuerdo.
Pero sí sé que quisiera decirle a voz en cuello que nunca he necesitado un celular, un e-mail o un lapicero para sentir este ardor tan grande que siento en el pecho, y hacerle saber lo mucho que la quiero.

Y sé que la extraño. Vaya que la extraño.
Y sé que me extraña.
Pero pronto la tempestad callará, y nuestras manos podrán al fin volverse a rozar.

Te extraño, mamá. Te extraño.
Te quiero, mamá. Te quiero.
Y te escribo, mamá, te escribo. Te escribo para desearte un feliz día.
Que una lluvia de bendiciones caiga hoy, mañana y siempre sobre tu preciosa cabeza.

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