Rayo blanco en el día gris

Escribo para expresar lo que siento. 

Escribo para mostrar mi mundo interno. 

Escribo porque no hallo otra forma de expresión más sublime y certera. 

Escribo porque es lo mejor que sé hacer. 

Escribo porque quiero.

Y como escribir es expresar lo que se siente, hoy quiero escribirte a ti, en tu cumpleaños.

No sé, ciertamente, cómo deba empezar a escribirte en tu cumpleaños. Probemos con esto: apenas van a ser las once, y desde que me levanté me he sentido inmensamente triste.
Con todo y eso, también estoy inmensamente feliz.
Estoy triste porque no puedo estar en estos momentos contigo.
Estoy feliz porque sé que Dios te está dando un año más de vida, un año más de felicidad.

Ahora bien, no quiero empalagarte con cursilerías. Además, no quiero que te aburras de leer esto, pero no te preocupes; será corto. Lo único que quiero que te quede bien claro es que mi tristeza es tan grande como la felicidad que me embarga y que deseo en este tu día.

Estoy tristemente feliz. Estoy felizmente triste.
Una paradoja bastante peculiar, pero que creo sin duda entenderás.

Bueno, no mancharé esto que te escribo con mi estúpida tristeza. ¡Es tu cumpleaños, por Dios! 

Me estoy imaginando en estos momentos cómo embadurnan tu pelo con huevos y cómo introducen tu rostro en la inmensa y blanca torta. Imagino también cómo tus alumnos de colegio deben de estar a tu alrededor cantándote el Happy Birthday, entre desafinados y felices, dando vueltas sin parar.
Me imagino a mí también entre la multitud, aplaudiendo y riendo.
Toda la escena cruza en tono sepia por mi mente, y haberla imaginado ha dibujado una sonrisa en mi rostro.

Concluyo esto diciéndote que te debo el regalo. Que te debo un Happy Birthday. Que te debo un abrazo y un beso.

Te deseo de todo corazón un muy feliz cumpleaños.

Dios te bendiga.