viernes, 25 de noviembre de 2011

Sol de eternos rayos

¡Hombres de poca fe! 
¡Humanidad indolente desperdigada por el mundo!
¡Oh plebe inconsciente del poder eminente que proviene del Arquitecto del universo! 
Esto es para ustedes.
A partir de hoy fusionaré mi voz con las de Ezequiel, de Isaías, de todo aquel nombre que imprimió su voz en el trazo ardiente del encomio a la magnitud del Altísimo...
¡Aseguro que pocos han sido los mortales que han sentido hoy tanto como yo el eterno poder de Dios! 
¡Y es que ciertamente no nos bastará la vida para presenciar completamente la magnificencia de su manto, aquel manto bello e inmaculado que acaricia cada día de nuestra eternidad!
¡Miren, les digo! ¡Miren las incontables grandezas que hace el Señor!
¡Sus manos blancas y límpidas se posan constantemente sobre nuestras cabezas! 
¡Nos envuelven, nos palpan y nos llenan de alborozo!
¡El fuego y calor excelso de la magnitud de su majestuosidad nos hace vibrar hasta límites insospechados! 
¡Vulnerables somos ante la magia del Padre!
Dios mío, Dios mío, ¡redactaría miles salmos más, miles de cantares, una nueva biblia si es necesario con tal de inmortalizar todas las cosas bellas que se despiden de tus ojos bellos!
¡Hoy me siento tan embriagada del Espíritu Santo, tan embriagada como estaba Isabel hablándole a María con el infante agitándose en sus entrañas, como David cuando escribió aquellos bellos salmos, oh esplendorosa poesía de las Sagradas Escrituras!
Y es que me ofusca que la extensión de este insípido lenguaje convencional no sea suficiente para exponer ante ustedes y sus indiferentes ojos la infinita gracia que despide el aura dorada y divina del Señor.
¡Y predico porque no necesito de grandes milagros ni pruebas bastas para vibrar con la presencia de Dios!
¡Y escribo porque no encuentro otro medio para canalizar lo que siento, este júbilo que me invade!
¡Escribo porque me siento en la jurisdicción y con la voluntad para escribirlo,
porque me siento como aquel bienaventurado ciego que cree en el sol porque lo siente,
porque me siento fulgurante en medio de todo ese maravilloso ardor con que blande su dedo sobre mi frente, aquel con que abrillanta mis labios,
aquel con que me arruga el corazón!
Porque me siento rodeada de todo un candor agigantado,
porque me siento nada ante toda su infinita grandeza,
porque es mi Dios y así Él lo quiso,
como pactó con los patriarcas de otrora,
como grabó en las sagradas lápidas del divino decálogo,
porque así debe ser y será...
por los siglos de los siglos...

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