Yo no vuelvo a salir más, marica. Por lo menos a esa tienda no. No quiero encontrarme otra sorpresa de esas. Iré a morir Forever Alone, pero al menos sano y salvo...
Todo comenzó porque no sabía en dónde coño había puesto las gafas. ¿Dónde estaban esas condenadas? En medio de la ansiedad y el preinfarto, me dio un ataque de histeria de esos que sólo le daban a mi mamá. Mi camisa blanca se manchó de la coca-cola que tenía en el escritorio. Gateaba como idiota por el suelo buscándolas sin buscarlas porque es que no veía una nada. Cerré torpemente RedTube, porque es mejor prevenir que lamentar, y la imagen de Christina Hendricks en la otra ventana del explorador me miraba con lástima.
Me di un totazo con la hijuemadre silla negra. Me dio fiebre. Choqué el dedo meñique del pie contra la esquina de la cama y, Dios bendito, no creo que exista dolor más insoportable que ése. Imaginé luego a la cama dedicándome una enorme trollface.
Mi mamá abrió la puerta. Me dijo Cristian necesito que vayas a la tienda. Le dije joder, mamá, ayúdame a buscar los lentes. No me paró bolas. Me dijo deja la puta vagancia, me haces el favor; levántate y hazle un favor a tu madre por primera vez en tu vida, oye. Le dije mamá: No. Encuentro. Los pinches. Lentes. Me dijo ¡Cristian Camilo, hombre! ¡Haga caso!
Y no fueron necesarias más palabras.
La mujer histérica que dice ser mi madre no entiende ni entenderá nunca que sin mis lentes la idea de no ver un reverendo culo es decir muy poco. Tanto era así que tanteaba las paredes, tanteaba los escaparates, tanteaba las puertas. Qué tristeza. Pasó mi papá, me gané una palmada en la cabeza. Pasó la pobre gata, casi la aplasto. Pasó la vecina, Johana, le toqué un seno. Perturbado quedé yo, al creer ver una sonrisa borrosa en el rostro de la muy bandida...
No muy bien hube salido de la casa cuando el brisón mamatoquero me abofeteaba el rostro tan duro como imaginaba que me iba a pegar Johana. Pedí al Señor que ningún vecino estuviera afuera, que ningún chismoso se riera de mí, pero no, como la vida es dura con este miserable cegatón, recuerdo que vi unas siluetas humanoides muy borrosas en la casa de enfrente.
Caminé, tanteé, tropecé, me caí, me estrellé, en fin. Llegué a la tienda, pedí lo que fue y volví a caminar, a tantear, a tropezar, a caerme, a estrellarme... y así hasta que algo en el camino hizo que me detuviera. Una cosa brillante, negra y blanca, estaba tirada en el suelo. Me acuclillé lo más cerca que pude y vi que se trataban de unos lentes muy parecidos a los míos. Dije aleluya, Dios es grande, ¡mis gafas! Ah, pero oh sorpresa; alrededor de una de sus patas había una asquerosa maraña de cabellos tan negros como la noche y unas gotas de lo que parecía...
Me dije no, men, éstas no pueden ser mis gafas. Sonreí, pero estaba más cagado que columpio de canario. ¿Por qué carajos estaban unas gafas en la mitad de la nowhere, enredadas con cabellos y salpicadas de sangre?
Al rato de estar como un imbécil con las gafas asquerosas esas en mis manos, me dieron ganas de orinar. Me dije bueno, it's time to run, bitch, porque las ganas eran tan punzantes como una inyección. Pero, oh sorpresa number two: cuando fui a soltar aquellas gafas del mal, las condenadas no se movieron. Maldita sea, ya está, me dije. Eso me pasa por andar de necio. Las gafas esas estaban pegadas de alguna increíble e insólita manera a esta carne plebeya. Sacudí tan violentamente como pude la mano poseída, pero por más músculo que me desgarré tratando de zafarme, las gafas aquellas no se desprendían.
Sentí luego un viento extraño. Me dio un escalofrío. Comencé a sudar frío sin estar del todo asustado. Llegué a escuchar nada más que el vibrar de los latidos de mi corazón. De pronto, mi candidata a ceguera me permitió vislumbrar un extraño cambio en aquellos lentes: de transparentes y pulcros pasaron a enrojecerse tanto como la sangre. Alcé las cejas, ahora sí asustado. Miré a mi alrededor y de improvisto todo se había puesto oscuro. Una presencia estaba a mi lado. Alcancé a distinguir que vestía una túnica negra. Se me acercó. Me susurró algo indescifrable al oído. Pasó por mi mejilla una humorada violeta, y unas uñas mugrientas y negras me acariciaron. Pude ver con sorprendente claridad unos dedos rojos, arrugados y resecos. Tragué saliva.
Después de varios segundos, la presencia me palmeó la mano poseída. Las gafas del mal entonces me soltaron. Dios mío, ¡estaba libre!
Y luego volvió todo a la normalidad.
Las gafas ya no estaban. Mamatoco volvía a estar luminoso. Respiraba con dificultad. Jadeaba. La presencia tampoco estaba. Me dije ja ja, qué les parece; eran sus gafas. Los tomates de la compra estaban aplastados. El calor samario volvió a invadirme las entrañas. La fiebre derramó su última gota de sudor justo cuando por obra divina introduje mi mano temblorosa en el bolsillo derecho de mi pantalón. Descubrí entonces el escondrijo de mis lentes, un trozo húmedo de papel higiénico y encima de todo eso... una meada monumental.
WTF!! Excelente!! Me encanta tu estilo: este estilo. Cada dia estas más loca y eso es bueno!! MUY BUENO!! :D
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