-Señor, señor, se le cayó esto...
-¿Qué es?
El sujeto lo abrió.
-Parece un manuscrito.
-Léalo, por favor.
El sujeto pareció confundido con la solicitud. No obstante comenzó a leer:
"...esto que les voy a contar ocurrió durante las mejores navidades que he tenido en años. Todo comenzó estando sentado en el inodoro la tarde anaranjada del 15 de diciembre. Hacía rato que había terminado, pero no tenía la más mínima intención de levantarme. Sí, siempre se está bien cómodo ahí sentado, y el alivio es excelso cuando uno por fin se libra de aquellos submarinos del mal. En todo caso, allí sentado había decidido cómo iría a pasar esas dulces fiestas decembrinas. Los ojos se me pusieron verdes, rosados y luego rojos de la felicidad. Los poros de mi piel irradiaron todos los colores del arco iris.
-¿Qué es?
El sujeto lo abrió.
-Parece un manuscrito.
-Léalo, por favor.
El sujeto pareció confundido con la solicitud. No obstante comenzó a leer:
"...esto que les voy a contar ocurrió durante las mejores navidades que he tenido en años. Todo comenzó estando sentado en el inodoro la tarde anaranjada del 15 de diciembre. Hacía rato que había terminado, pero no tenía la más mínima intención de levantarme. Sí, siempre se está bien cómodo ahí sentado, y el alivio es excelso cuando uno por fin se libra de aquellos submarinos del mal. En todo caso, allí sentado había decidido cómo iría a pasar esas dulces fiestas decembrinas. Los ojos se me pusieron verdes, rosados y luego rojos de la felicidad. Los poros de mi piel irradiaron todos los colores del arco iris.
Oh, navidades, navidades... ahora las amo más que nunca. Pensé en que festejar novenas de aguinaldos en mi casa sería un escenario bastante poético para lo que yo quería hacer. Quería matar a toda (o bien a la mayoría) de la gente del barrio en que vivía. Mataría hasta el último vástago, pues al fin y al cabo todos habían influido en mis penurias y mis desgracias.
En fin, no daré más detalles. Sólo diré que comencé a matar tan rápido como llegó el 16 de diciembre, el primer día de novenas. ¡Fue fantástico ver retorcerse del dolor a la gente bajo mis manos! Recuerdo que hundí cuchillos a diestra y siniestra, y que golpeé y golpeé al ritmo del tutaina tuturumá. No, no crean que maté durante las cándidas oraciones, no. Cómo se les ocurre. Hasta un tipo tan loco como yo tiene temor de Dios. Yo esperaba con ansias terribles a que llegaran las suaves melodías de los villancicos a mis oídos, y era entonces cuando atacaban. Lo único que se escuchaba cuando comenzaba con mi carnicería eran hermosos y melodiosos gritos, y mi voz (que distaba mucho de estar afinada) trataba de llevar el hilo de la canción que estaba sonando cuando la interrumpí.
Para cuando terminaba de cantar, había a mis pies un reguero de cuerpos y sangre.
Yo intentaba mantener una sonrisa de oreja a oreja mientras asesinaba, pero ya cuando se acababa el villancico, me invadía un terror voraz que amenazaba con destruirme. Del mismo miedo, la piel se me ponía de colores. Y ahí era cuando descubría y redescubría el gran poder que se escondía tras mi talento.
El 18 de diciembre todo cambió, y en el lúgubre camino de mi suerte se prendió una lucecita. Luego de probar un millar de experimentos, un montón de pócimas y luego de leer muchos libros de brujería, había logrado no sólo cambiar de color, sino también de forma, de tamaño, de voz y de compostura. Era la clave del éxito, señores. Ya nada podía dañar el futuro de este asesino serial.
Y, pues, me imagino que ya saben cómo termina esta historia. Un tipo que puede cambiar y metamorfosear en cualquier ser puede librarse de sus captores que en más de una ocasión puede burlarse de las autoridades.
Déjenme decirles que nunca dieron con mi paradero, y es muy poco probable que den conmigo ahora. Para cuando quieran moverse, para cuando quieran respirar, para cuando quieran tan solo mover un dedo ya mi cuerpo no será el mismo, y puede que esté bajo el pellejo de tu mamá, de tu hermana, de tu novia, del cura del pueblo, del gato de tu casa o, quién sabe... de ti mismo.
Déjenme hacerles una serie de preguntas. Al mirarse en un espejo, ¿quién le asegura a uno que el que está viendo allí en frente en verdad sea uno? ¿Quién es uno, en realidad? ¿Quiénes son todos a nuestro alrededor? ¿Los conocemos a todos fiel y realmente?..."
El sujeto tenía un miedo tonto de alzar la vista del ajado papel. Cuando la alzó, los ojos del dueño del manuscrito cambiaron de color casi instantáneamente.
-Hola. Mucho gusto. Mi nombre es Augusto. Augusto Camaleón... y, si me permite decirlo, tengo mi apellido muy bien puesto.
Para cuando terminaba de cantar, había a mis pies un reguero de cuerpos y sangre.
Yo intentaba mantener una sonrisa de oreja a oreja mientras asesinaba, pero ya cuando se acababa el villancico, me invadía un terror voraz que amenazaba con destruirme. Del mismo miedo, la piel se me ponía de colores. Y ahí era cuando descubría y redescubría el gran poder que se escondía tras mi talento.
El 18 de diciembre todo cambió, y en el lúgubre camino de mi suerte se prendió una lucecita. Luego de probar un millar de experimentos, un montón de pócimas y luego de leer muchos libros de brujería, había logrado no sólo cambiar de color, sino también de forma, de tamaño, de voz y de compostura. Era la clave del éxito, señores. Ya nada podía dañar el futuro de este asesino serial.
Y, pues, me imagino que ya saben cómo termina esta historia. Un tipo que puede cambiar y metamorfosear en cualquier ser puede librarse de sus captores que en más de una ocasión puede burlarse de las autoridades.
Déjenme decirles que nunca dieron con mi paradero, y es muy poco probable que den conmigo ahora. Para cuando quieran moverse, para cuando quieran respirar, para cuando quieran tan solo mover un dedo ya mi cuerpo no será el mismo, y puede que esté bajo el pellejo de tu mamá, de tu hermana, de tu novia, del cura del pueblo, del gato de tu casa o, quién sabe... de ti mismo.
Déjenme hacerles una serie de preguntas. Al mirarse en un espejo, ¿quién le asegura a uno que el que está viendo allí en frente en verdad sea uno? ¿Quién es uno, en realidad? ¿Quiénes son todos a nuestro alrededor? ¿Los conocemos a todos fiel y realmente?..."
El sujeto tenía un miedo tonto de alzar la vista del ajado papel. Cuando la alzó, los ojos del dueño del manuscrito cambiaron de color casi instantáneamente.
-Hola. Mucho gusto. Mi nombre es Augusto. Augusto Camaleón... y, si me permite decirlo, tengo mi apellido muy bien puesto.
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