Al día siguiente, fue que me di cuenta de lo que mi corazón me pedía a gritos. Señoras y señores, admito en público que mi mente no está de acuerdo con mi corazón, en eso de que ame a Shimamura.
Sí señores, escucharon bien. AMO a Shimamura. Lo amo como a nadie, ni siquiera a Kuno lo amé así, tan fuerte. Es cierto lo que dicen acerca de que la razón siempre va en contra del amor. No hay límites para el amor, cuando se trata de un amor muy potente. Pues bien, eso era lo que mi corazón, mis manos, mis ojos me pedían a gritos. Imploraban un abrazo de Shimamura, un roce de manos de él, un beso apasionado departe suya y hasta su propio amor. Mi pobre y putrefacto corazón estaba en una crisis. Digo putrefacto porque así regaño a las cosas que hacen que nada me salga bien.
En fin, en cuanto a amor se refiera, mi corazón y la parte exterior de mi cuerpo estarán siempre de acuerdo.
Por parte de mi razón, no.
Amaneció sábado. Al despertar, noté que tenía el kimono abierto. A veces suelo moverme como bailarina de Kabuki* cuando duermo y siempre se me abren todos los kimonos que llevo puesto.
Como era sábado supuse que vendría el shogun, y como sabía que el mismo señor Shirokkata era el shogun de este doyo, dibujé una nefasta sonrisa, recordando los celos de Shimamura con respecto a lo del shogun. En fin, sin más rodeos me dirigí hasta la mesa, que en ese momento estaba siendo limpiada por Sonaki, que tenía una común sonrisa limpia y de buen corazón en el bello rostro. Oh cielos, creo que estoy exagerando.
Me acerqué y le toqué el hombro pequeño. Ella se sobresaltó y casi se cae, pero la sostuve con ambas manos.
-Sonaki, ¿te encuentras bien?
-Ay, Yoko, me diste un susto. Hola, buenos días.
Estaba un poco agitada después del susto que acababa de recibir. La pobre de Sonaki tenía su mano izquierda en el pecho y estaba con la respiración un tanto recortada, cosa que noté por la expresión de su rostro. Y bien, después de todo ella dibujó una mezcla de sonrisa con cara de incomodidad como toda una Muroachi (eso creí).
-Ah, bien… oye Sonaki, ¿nadie se ha levantado?
-No, ni siquiera la señorita Ukai, si es eso lo que te preocupa.
Noté que ya medio mundo sabía que le tenía rabia a Ukai. Eso me hizo encolerizar un poquito pero hasta ahí. Señores, no vayan a pensar en lo que dije la noche anterior al dicho momento, porque los sentimientos que tengo hacia Shimamura y Kuno no tienen que ver en lo absoluto con lo que siento hacia la cínica de Ukai. No lo piensen, y si lo pensaban, no lo vuelvan a pensar, por favor.
Igual, vi que Sonaki se alejaba y me dejaba hablando sola, como ya era costumbre. En ese momento, vi acercárseme una silueta un tanto deforme; señoras y señores, era Shimamura.
Venía con el kimono blanco que suele ponerse debajo de su gran armadura para proteger el doyo, un poco desarreglado y muy despeinado diría yo. Noté su gran escote en el pecho que le descendía cerrándose hasta la cintura, en donde se tenía amarrado un cinturón. Su kimono era de mangas largas y muy anchas, que se extendían a lo largo de las enormes muñecas de él. Igual me dio el que se acercara o no a saludarme ya que casi nadie sabe que estoy ahí cuando en verdad estoy ahí.
Él solía saludarme, eso sí. Pero cuando nada más se concentraba en sí mismo, no le prestaba atención a nadie, así le pusiéramos a Ukyou por delante, señores.
En fin, él se percató de mi “molesta” presencia en el comedor; se me quedó mirando con cara de espanto y sus manos se cerraron en puños. Leí su mirada. Shimamura sabía muy bien que el shogun venía y, que además, sospechaba de que me iría con él para dejarlo solo. Qué tontería, pensé.
Igual, se sentó a mi lado y casi ni me miró, sino que paraba con la mirada perdida entre los arbustos como si estuviera buscando a algo o alguien. Pensé que estaría preocupado por los ninjas asesinos, aunque Shimamura nunca solía ponerse así sólo por unos estúpidos bandidos. Yo sólo le miraba el gran escote que tenía en los pectorales y me quedé soñando despierta, como una gran tonta, señores.
Shimamura notó mi percance y se sobresaltó un poco. Me miró fijamente y casi me alzó la voz.
-¿Qué es lo me estás mirando, eh?—gruñó.
-¿Yo? No nada, en absoluto. Sólo miraba el suelo. Es todo—respondí con ironía.
-Así que el suelo—rezongó.
No soné para nada convincente, de eso estoy casi segura. Shimamura me dejó de mirar por unos momentos y alejó su mano de la mía. Yo no me ruboricé señores, nada que ver. Sólo improvisé algunos parlamentos por si a él se le ocurrían cosas estúpidas por preguntar, ya yo tenía respuesta.
Pero sin embargo, no preguntó nada estúpido. Para mi infortunio, preguntó algo sumamente serio y delicado. Digo yo, claro.
-Yoko… supongo que sabes lo que va a ocurrir hoy, ¿no es así?
-¿Eh? Ah, sí, claro. Hoy es sábado así que vendrá el shogun. ¿Y eso que tiene de malo?
-Ay, Yoko… no, no tiene nada de malo, claro que no. Sólo que mi compañera me va a dejar solo por un tonto viejo decrépito, eso es todo.
-Shimamura, cuántas veces te tengo que decir que a mí el shogun no me interesa. ¿Acaso no entiendes eso? ¿Te cuesta trabajo entenderlo? Porque si es así puedo explicarte con los palitos…
-Yoko, claro que en… oh, pero qué es lo que demonios estoy diciendo, claro, por supuesto, a ti te encanta el shogun ese. El tal Shirokkata. Además yo creo…
-Mira, tú no entiendes nada. Además tú no eres nadie para reclamarme, ¿me oyes?
-Bueno, yo…—pausó unos minutos y luego me miró fijamente—. Claro. No soy nadie para reclamarte acerca de con quién te metes, de acuerdo. Tampoco soy nadie para protegerte. Entonces que el muerto ese de Takewachi venga a salvarte entonces, ¿no? Él sí que tiene derecho ¿no? Qué patrañas, Dios.
Noté en sus palabras un extremo grado de firmeza. Igual me quedé callada y con ganas de llorar. Me había hecho recordar a Kuno. ¡Estúpido!
-¿Acaso te vas a quedar callada, Yoko? ¿No piensas defenderte? ¿Eh, eh?
Lo último que dijo lo hizo con una especie de tonito burlón, cosa que me encolerizó mucho. Lo miré con expresión macabra y le planté una cachetada. Él se quedó estupefacto.
Me levanté llevándome las manos a mis ojos rojos del llanto y Shimamura me siguió con la mirada. Me quedé allí, de pie. Manos en la cara y llorando, llorando como una estúpida Hakariyama. Es lo mejor que podía hacer en ese momento, señores. Ponerme a llorar como una niña pequeña, desprotegida… sin familia ni futuro. Sólo tenía a Shimamura y, ya se había apartado de mí y me había hecho llorar. Qué tonto.
Pero señores, lo que pasó a continuación, no fue del tanto impresionante como quería, más bien, quedó como ensopado el pobre de Shimamura. Me había echo llorar y no se lo perdonaría ni él mismo.
Igual, el loco ese se acercó suavemente.
-Oye… Yoko… ¿estás llorando? ¿Dije algo que no te gustó?
Obvio que sabía que dijo algo que no me gustó para nada, por Dios. Él y yo sabíamos muy bien lo que me había echo llorar.
-¿Yoko?—murmuró.
-¡AY, SHIMAMURA NO ME VUELVAS A HABLAR!—grité desde lejos.
Me largué. No quería seguir escuchando las palabras de él. Todo lo que proviniera de la boca de Shimamura me hacia sentir supremamente mal. Mi insensata voz hizo de las suyas en la cabeza de él. Sin embargo, no se quedó callado.
-¡A dónde crees que vas Yoko! No he terminado contigo, ¡ni siquiera te arrepientes de haberme gritado!
-¡Yo no tengo de qué arrepentirme! ¡Para mi desgracia, tengo que lidiar contigo!—balbuceé.
-¿Ah, sí? Pues si es de ese modo, ¡no tengo por qué hablarte! ¡Me largo! Pero más te vale que te arrepientas y pidas…
No lo dejé terminar ya que decidí no escucharlo, señores. Me marché, pues, a mi habitación. Casi me choco con la puerta que estaba cerrada. Yo suelo cerrarla siempre que salgo de mi pieza, para que ningún curioso entre y tome algo preciado para mí. Pero en ese instante me dio rabia el que la puerta estuviera cerrada. La rodé de un golpe y se la cerré en las narices a Shimamura, que me siguió. Oí por momentos entrecortados los golpes de ira que él hacía en la puerta. No podía rodarla porque yo la había trancado para que no pudiera entrar. Estaba furibunda, realmente furibunda
Yo por mi parte me tiré en la cama y me acurruqué para no pensar en él, ni mucho menos en Kuno. Cogí el pañuelo aún tirado en el suelo y me restregué las lágrimas que me corrían por las mejillas ardiendo en ira. Mis puños se conservaban cerrados y entreabrí mis ojos, los cuales aún hacían brotar lágrimas de dolor y rabia. Quería arrancar de una vez por todas las horrendas fotografías de Shimamura cruzándose unas con otras con tal de hacerme rabiar que igual no podía sacarme de la cabeza.
Mis puños, aún cerrados, golpearon fuertemente la almohada que estaba húmeda. Mi cabello estaba desgreñado y el pañuelo se arrugó más de lo que estaba, señores. Mi iracundo comportamiento fue bajando poco a poco.
Me percaté de que Shimamura ya no golpeaba la puerta. Como bien curiosa que soy, ustedes muy bien lo saben, me acerqué a la puerta rodante y la empujé un poco, sólo para ver lo que él hacía. Señores, Shimamura estaba ahí, de pie, con la mirada baja y brazos cruzados. Me excitó un poco pero nada más. Cuando él dirigió la mirada a la puerta, la cerré de un sopetón. Corrí de nuevo a mi acogedora cama que sé que nunca se me negaría a darme una especie de abrazo, y me acurruqué más que la primera vez.
Olvidé ponerle la tranca a la puerta otra vez, así que, al darse cuenta Shimamura del hecho, no lo pensó ni dos veces. Entró a mi pieza, como siempre cuando comete un error conmigo.
-Yoko… ehhmm, ¿puedo pasar?
-¿Eh? Ah… pues, ya estás adentro.
Recordé la escena casi igual a la que iría a ocurrir vivida con Kuno. Él también había dicho un sutil “¿puedo pasar?”, sólo que a Shimamura no le sonó del todo bien, señores.
Igual me dio si entraba o no, la verdad no tenía ganas de verlo. Quería ahorcarlo, comparado con lo que quería en el momento en el que fue Kuno el que entró a mi cuarto. Shimamura, como siempre, se sentó a los pies míos. Yo, instintivamente, recogí mis piernas y las doble contra mis manos acurrucadas en alguna parte de mis pechos. Mis brazos se estiraron un poco y rodearon las rodillas. Shimamura sólo me miraba los pies. Estaba descalza y muy desgreñada para su gusto, ya que a él le gustaban las chicas muy bien arregladas y bien peinadas, como Ukyou.
En ese momento de desesperación, ya que como he dicho muchas veces que no me gusta el silencio, él abrió la boca.
-Yoko… ehhmm, yo sólo…
-Supongo que no te gustan las chicas desgreñadas y mal vestidas como lo estoy ahora, ¿no es así? Ah, y no quiero escucharte. No mereces mi atención, Shimamura.
-Pero si sólo quería saber como estabas… bueno, pues, pensé que te tranquilizaría un poco mi presencia…
-¡Pero que cínico eres! ¡No ves acaso que por tu culpa fue que empecé a llorar! ¡No quiero verte!
-¡Yoko, no tienes que gritar! Eres tú la cínica. Vas a tener que escucharme, quieras o no. ¿Entiendes?
Me tenía prendida de las muñecas. Me había cogido como una cualquiera. Yo movía las manos en señal de protesta, pero él no le prestó atención a eso. Me tenía prendida como esclavo a su dueño. Después, soltó una mano y con la otra me agarró fuerte la cintura. Con la mano libre me agarró el mentón y me obligaba a mirarle a los ojos. Me miraba con desesperación y un tanto de ira. Yo sólo le miraba los ojos profundos y él me correspondía de igual forma.
-¿Y si no quiero escucharte? Qué vas a hacer, ¿eh?
-Pues vas a tener que escucharme, porque no te pienso soltar por ahora, ¿me oyes?
-Ay, suéltame, tonto. ¿No ves que me lastimas?
-Bien, de acuerdo. Está bien.
Me soltó bruscamente y yo me sobé las lastimadas muñecas. Él me miraba aún a los ojos, yo trataba de que no me intimidara con esa mirada tan penetrante que Dios le dio. Abrió de nuevo la boca, esta vez con menos firmeza.
-Oye, Yoko… mira, tú sabes muy bien que a mí se me hace muy difícil pedir disculpas.
-Pero entonces porqué demonios me haces daño.
-Mírame, Yoko, yo en verdad no quise hacerte daño. Si lo de ese Kuno te hizo llorar, pues en ese caso, lo lamento.
-¿Eh? ¿Así nada más?
-Bueno, ¿y entonces qué esperabas? ¿Un beso?
-¡NO! Claro que no, sólo que nunca escuché una disculpa tan falsa…
-Escúchame bien, Yoko. Yo no sé muy bien que digamos pedir perdón. Así que es mejor que te conformes con eso, ¿de acuerdo? Lo lamento… eh, en serio…
-Oh, bien, de acuerdo. Disculpa aceptada. Pero no te quiero ver. Largo… ¡ahora!
-¿Qué? Oye, oye… cumplí con pedir perdón, ¿qué fue lo que hice mal? ¿Acaso aún estás enojada? ¡Oye! Eso no se vale…
-Ay, ya cállate, Shimamura…
-Yoko, óyeme, nadie me manda a callar, ¿me oyes? ¡Ni tu ni nadie tiene los suficientes pantalones como para mandarme a callar!
Breve silencio. Y de nuevo abrió la bocota.
-Yoko, ¿por qué entonces no me quieres ver?
-Mira… Shimamura… yo…, no quiero hablar, y tampoco quiero verte.
-Yoko… vamos, ya perdóname…
Shimamura me abrazó. Yo me traté de apartar un poco, pero me encontré con unos antebrazos poderosos que me inundaron e incluso me apretaron fuerte. Sus labios se posaron en mi cuero cabelludo. Me incitó un poco el saber que su boca estaba ahí… y que me estaba abrazándome. Lo quiero mucho pero, en ese momento estaba cegada por la ira. Así que me solté bruscamente.
-¡Pero qué haces, Shimamura! ¡Déjame tranquila! ¡No le pido nada a nadie! ¿Me oyen? ¡Lo único que quiero en el mundo ya tiene dueño… al que odio con toda mi alma! ¡Acaso me faltan más desgracias por vivir! ¡YA DÉJENME EN PAZ! ¡TE ODIO VIDA!
-Yoko…, no…
Nunca había gritado de esa manera y mucho menos a un chico. Me sentí apenada, exageradamente apenada. Me levanté de un salto y miré a la ventana. Estaba abierta de por si. Se veía el sol radiante como siempre y por primera vez me sentí desahogada, señores.
Shimamura se quedó callado. No conocía ese lado de mí, pensé yo. En ese instante me di cuenta que Ukyou nunca hubiera gritado así… eso creo, ya que él si que quedó atónito. Mi sien ardía al igual que mis mejillas. Mis puños aún estaban cerrados, marcando más mi alto grado de ira. Volteé a donde él y observé que me miraba con impresionismo exagerado, señores. Me apené muchísimo y abrí la boca nuevamente, pero esta vez lo hice con más “amabilidad” que antes.
-Oye… en serio… disculpa. No quise sobresaltarte.
Notó mi nerviosismo, así que comenzó a hablar.
-No, descuida… te desahogaste, y eso está bien. Además, no tienes de qué disculparte. Está bien. Demostraste tu ira y ya como que desapareció, ¿no es así?
-Ah, sí…, por supuesto que sí. Es más, creo que es mejor que te vayas, ¿no?
-Ah, claro…, sí…, yo…
En eso, apareció en escena Ukai, la cual no tenía ninguna cara fresca como siempre suele tenerla.
-Yoko, será mejor que… ¿ah?
Quedó atónita la pobre idiota. Me sentí incómoda tal vez, pero igual me dio que ella nos viera así. Así de juntitos.
-Oh, lo lamento, ¿interrumpo algo?
Shimamura abrió la boca, pues, para disculparse… obviamente. Típico.
-No, claro que no, señorita Ukai… para nada, yo ya me iba.
-Pues más le vale, joven Shimamura. Les recuerdo que el shogun viene hoy y tenemos que estar presentes para su llegada. Y Yoko, mas te vale que te arregles… dense prisa, por favor.
-Sí, señorita…
A ver, aclaremos una cosa: ¿quién era ella para mandarme? Ella solamente es la geisha principal del doyo, no la mandamás, ni mucho menos. Shimamura es de la clase de tontos que hacen cualquier cosa que una mujer bonita les ordene. Por favor, ¿qué era lo que le estaba a pasando a los hombres en ese Japón medieval? ¿Alguna trama alienígena que esté detrás de todo esto? ¿La señorita Ukai es como todos dicen que es? ¿Tiene algo que ver el señor Shirokkata en todo esto?
No lo sabría nunca. Y de todos modos no me iba a quedar a averiguarlo. Es más, en ese momento me largué para el baño y no supe después que fue lo que en verdad pasó con mi idolatrado Shimamura. Ni loca (o si, de pronto) me hubiera ido a ver que pasaba con él o con cualquier otra persona. De hecho, tampoco hubiera prendido parla por saber que es lo que iba a ocurrir en la venida del shogun. Que patrañas, pensé, tal y como lo hace el tonto de Shimamura.
En ese preciso momento, me metí a la bañera. Estaba un poco fría y a la vez tibia. Divisé a lo largo y ancho del techo una fila de hormigas intermitente que se disponía a ir hasta la puerta principal. Pensé en las preguntas que me hice a mi misma con respecto a lo de la trama alienígena que planeaba la Ukai esa. Sin embargo, quedé casi dormida imaginándome la situación, y también pensando en él…
Me bañe en un dos por tres. Ya estaba lista en un abrir y cerrar de ojos. Si, señores, mi kimono azul celeste estaba precioso en todo su esplendor. Me solté ese horrendo pañuelo estrujado de la cabeza y me peiné el pelo. Mi cabello no es que sea del todo largo, señores. Es corto, más bien, y tiene una mezcla de marrón oscuro y negro azulado en la definición de su color. La verdad ni mamá supo cual era el color verdadero de mi cabello. Y yo tampoco lo sé, así que ni me pregunten.
Salí pues del baño y me dirigí hasta la sala principal. Allí estaba el señor Kinomoto; en principio me dio un escalofrío pero después noté que al lado de él estaba Ukai. Me tranquilizó un poco, de veras, el que la metida esa estuviera ahí, ya que a mí me incomoda mucho estar al lado de un hombre maduro y sobre todo de la talla del señor Kinomoto. En verdad, la expresión que tenía en el rostro, me causaba miedo y su mirada fría también.
Pero de todos modos, corrí a sentarme a la silla más lejana de ambos. Ukai sólo me miraba con recelo, pero el señor Kinomoto ni miró. Yo estaba muy incómoda pero luego se me pasó ya que después fueron llegando más personas.
El joven Akira llegó al rato. Le hice señal con la mano de que se sentara a mi lado. Él obedeció y me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Después se percató de que el señor Kinomoto lo estaba viendo. Se estremeció un poco, creo yo y después me miró de nuevo. Al fin y al cabo, siempre me iba a tranquilizar esa encantadora sonrisa y sobre todo de alguien a quien conozco. Alguien como él.
Para cerrar con broche de oro, llegó Shimamura. Él venía seguido de Sonaki y Keiko. Qué extraño, pensé, pero igual él no se había dado cuenta de eso. Sonaki venía muy sonriente como su hermano; Keiko tenía una sonrisa más o menos despreocupada. Vestía un kimono rosa claro, tenía el cabello atado a dos moños que caían en hermosos y bien hechos mechones decorados con listones. Típico peinado de geisha, ya se lo había visto a mi amiga Futari alguna vez. Con respecto a Sonaki, ella estaba con un kimono azul celeste parecido al mío. Tenía el pelo un tanto suelto pero con una especie de gancho atándole los mechones que comúnmente le salían por delante de las orejas, cerca de las patillas, señores. Al igual que Akira, ella sonreía mirando alrededor, sentándose así al lado de Keiko, al otro lado de la mesa en donde me encontraba.
En fin, hablemos tan siquiera un poco de Shimamura. Él vestía su común vestido blanco que, no terminaban en mangas anchas, sino que se recogían en una especie de armadura que le recubría medio brazo. Tenía una trenza muy bien hecha, como la que le había hecho yo aquella vez en el bosque; ah y también tenía ese armazón recubriéndole el pecho bajo, ya acercándose al abdomen. Así también vestía (bueno casi igual) el joven Akira. La única diferencia pudo ser el color del kimono, ya que Shimamura lo tenía blanco y Akira lo tenía azul turquí. Bueno, dejemos ya de hablar tanto de la ropa de las personas, van a pensar que me estoy pasando de chismosa y que me interesa algún tipo de aquí. Por favor. Oh, bien, para cuando hubo llegado el shogun, que obviamente llegaba para la gran cena, todos estábamos ahí sentados, sí, hasta los samuráis más pervertidos estaban ahí. Sólo el señor Shizo se había fugado. Quién sabe para qué.
A fin de cuentas, reconocí enseguida al señor Shirokkata que, como dije, era el shogun del templo cercano. Venía acompañado de Aoki, la jovencita que se sintió mal después de ver a su “amado” Shimamura. Ella venía con un traje rosa y atado fuertemente a la cintura. Tenía el cabello atado al final en un lazo pequeño blanco que para mí se veía muy bonito. Las mangas de su kimono eran largas y anchas, que apenas y mostraban sus delicados dedos bien cuidados y limados. Buen trabajo, pensé yo en ese instante.
Después de que el señor shogun y su hija se sentaran y que yo dejara de mirarlos tan chismosamente, dirigí mi tonta mirada a donde Shimamura. Como ya todos los presentes habían empezado a comer, él estaba dándole caña a su teriyaki.
Comía como un cerdo, señores, pero ni modo, no pude quitar la cara de su plato. Noté entonces que no había tocado mi sushi con decorado de cebollas. Ese pescado crudo se veía apetitoso, eso creí. La salsa de soya estaba en un pequeño recipiente al lado de mi plato de sushi. No tenía mucha hambre a decir verdad, pero para no hacer disturbios ni molestar a nadie, me aguanté y empecé a comer. Ya me había dado asco la forma como Shimamura se tragaba el apetitoso teriyaki, así que para mi infortunio tenía que aguantarme y comer con la cavernícola manera de comer del hombre que amo, supuestamente. En verdad señores, lo amo tanto que no dudaría en dar lo que fuera por un poco de su amor hacia mí. Interesada estaba en ese entonces cuando de repente siento que hay mucha bulla de parte de la gente que estaba a mi lado. Sólo eran Ukai, el señor Kinomoto que acababa de llegar y las carcajadas del señor Shirokkata y unas que otras sonrisas medio disimuladas de Aoki. Shimamura seguía dándole diente a su plato sin prestarle la menor atención a la conversación de la gente. Mi sushi seguía intacto y yo jugaba con mis palitos, como siempre. El joven Akira sonreía como si nada y cada vez que me miraba, yo intentaba corresponderle la sonrisa. Sonaki y Keiko conversaban como viejas amigas y por un momento tuve envidia de hablar con ellas. Los demás samuráis estaban al otro lado de la mesa, coqueteándoles a jóvenes geishas que trataban de gustarles a ellos por dinero, qué tontería.
Por lo menos yo no me vendo de esa manera. No así tan destructoramente. Las geishas se acostaban así sea con viejos decrépitos con tal de conseguir un poco de dinero. Yo, en cambio, sólo servía sake por unas tantas monedas. No me acuesto con el primero que me lo pida, así me de todo el dinero del mundo, señores. Ni loca me vendo así. No señor.
Igual, seguía mirando la boca un poco sucia de Shimamura. Sus manos revoltosas descendían cada segundo a la mesa para dejar descansar un poco su “deslumbrante” boca, pero ascendía de nuevo para llenar el buche, eso sí, para saciar el gran apetito que tenía. Yo sólo lo miraba incómodamente. Me tragaba las ganas de gritarle y jalarle las orejas por su actitud tan vulgar por no causar molestia alguna, ustedes me entienden, ¿no señores?
Me dio igual de todos modos. Decidí dejar las cosas como estaban. Mientras más viera a Shimamura, más me encolerizaba. No podía permitir que la ira me devorara poco a poco, ya que si la rabia lograba su cometido, podría tener serios problemas con la gente ésta. Decidí ahorrarme las quejas.
Todos terminaron de comer en silencio. Yo seguía con la preocupación de qué dirán de él, y de mí, quién sabe. Me entretuve comiendo el sushi suculento que me estaba antojando y así mismo me lo tragué. Shimamura ya se había levantado, al igual que Sonaki. Keiko seguía allí, delante de mí, al lado de un maduro samurai que le tocaba las bien tapadas piernas de mujer. Keiko sonreía disimuladamente mientras que el hombre se sacaba del bolsillo unos cuantos billetes. Al parecer el señor ese era rico. Millonario, diría yo, por lo que vi, claro está. El hombre se lo daba a Keiko y se la llevaba a una habitación cercana. Ella sólo sonreía, pero eso sí, con una cierta expresión de incomodidad de acostarse con alguien que si apenas conocía, supuse yo… obviamente. En fin, ambos se largaron a la pieza y en la tarde no supe de Keiko.
Aoki y el señor Shirokkata ya se iban cuando el señor Kinomoto también se levantó para despedirlos. En eso, me llamó.
-Sirvienta, ven. Trae el alcohol para acá. El señor Shirokkata y su hija ya se van así que cerraremos con broche de oro. Date prisa.
-Sí, señor Kinomoto. Enseguida—respondí haciéndole mala cara, pues, por haberme dicho sirvienta.
Me puse de pie en segundos que parecían locos ya que en verdad me asusté en cuanto él me llamó. Mi espíritu salió despampanante de mi cuerpo y regresó en cuestión de minutos. Me sentí incómoda un momento pero, tenía que atenderlo, ¿no?
Le pasé el sake y él lo quitó raudo de mis manos temblorosas. Se lo dio al señor Kadokawa y yo sólo los miraba… de lejitos, claro. Aoki me miraba contenta y yo intentaba corresponderle. El señor Kinomoto los dirigió hasta la puerta principal y de igual forma los despidió, con un toque de reservación, señores.
Shimamura estaba en el pasillo. Noté su presencia ya que miré de reojo a la vuelta de la esquina. Él sólo miraba en derredor y yo le seguía la mirada. Mis manos estaban inquietas restregándose en las faldas de mi kimono, las cuales respondían con estrujarse y arrugarse de manera que llamó la atención de más de uno en la mesa. Todos me miraban de forma extraña, casi repugnante y tonta. Me sentí asqueada y vergonzosa; quería estallar en ira. Pensé “trágame tierra” y me fui corriendo a la habitación más cercana.
La tarde se pasó de volada. Mi carne ardía en desesperación y anhelaba el calor de mi cuarto. Entonces fue ahí donde decidí irme a mi habitación.
Para mi desgracia me topé con Shimamura, el cual ya se estaba yendo, obviamente. Yo sólo miraba la cara ancha de mi amado (oh, yo sí que exagero, ¿no?) y mis manos, otra vez, se restregaban con su manga. Él me miraba de igual forma, pero sin remedio, abrió la boca.
-Oye Yoko, ¿qué es lo que me estás mirando?
-Eh? Ah, no yo sólo, iba para mi habitación… es todo. Ehhmm, ¿y tú que me miras?
-¿Yo? Por favor, tú te chocaste conmigo… de eso estoy seguro. Tú fuiste la que vino aquí. Además, no te estaba mirando. Sólo… sólo… miraba a… a… pues, a tu cara. ¿Tiene acaso algo de malo que te mire tu hermosa… ¡digo!... tu cara?
-Pues… no, no tiene nada malo, pero de todos modos, ¿Qué hacías aquí parado, eh?
-¿Yo? No… sólo miraba el comedor… es todo.
-Mmmmhhhh… ya veo.
Mi sonrisa se hizo notoria, pero era por algo, ¿no? En verdad me hizo muy feliz el que se refiriera a mi cara como hermosa. Ay, Dios, pero que orgullo.
Shimamura no dudó en notar mi felicidad. Y claro, como costumbre suya, se refirió a ella.
-Oye, por qué tan feliz, ¿eh?
-No, por nada… es más, ni siquiera estaba sonriendo por felicidad. Más bien estaba sonriendo por que estaba saludando a alguien en… el bosque, si.
-Sí, claro. Como digas, Yoko.
Recuerdo que no soné para nada convincente. Mi sonrisa se hizo aún más notoria, y eso hacía que él me mirara con recelo. Yo hacía como si estuviera saludando a alguien en el bosque pero, él me miraba con tonta preocupación. Dirigía su mirada al bosque en busca del ser inexistente al que yo saludaba, pero sin éxito. Después me miraba con el ceño fruncido y la boca a medio abrir. Me excitó la forma como se le abrieron los labios y de igual manera, me tocó aguantarme… eso sí, no le vi más esos labios carnosos porque o si no me iba a desmayar, señores. Así sea, amén.
Bien, señores, para concluir con broche de oro, me largué del lado de Shimamura y me fui directito a mi habitación. En fin, me acosté en mi cama para no pensar más en nadie y pues, sobretodo, no pensar en ÉL. En el hombre que amo. Si señores, ya se los había dicho… amo a Shimamura y ni modo de negarlo.
En conclusión, mi demacrado cuerpo yacía en la cama… reluciendo un poco el color rosa de mi kimono. Yo, para rematar, estaba absuelta de todo lo que me rodeaba, y además estaba ida de la realidad. Desconectada. Fúnebre y desolada, así, tal y como vine al mundo. Mi cuerpo se movía al son de la poca brisa que resoplaba en la habitación; el aire que entraba a mi pieza adornaba con su calor toda la habitación, que a la vez me dejaba hundida en un sueño profundo, acalorado y disperso de toda conexión alguna a la depravada y absurda realidad. Señoras y señores, me dormí enseguida en un pensamiento ilógico que me arrastraba hasta lo más hondo de mi ser.
La pieza se mostraba en todo su esplendor, recuerdo muy bien… como si hubiera sido ayer, señores. Al fin y al cabo, me dormía estremeciéndome a cada momento más por el calor que me abrasaba, y yo lo sentí.
Me dormí en ese fúnebre silencio de noche obscura y extraña que en verdad me hizo sentir reconfortante. Mi alma iba descansando. Era muy noche, claro está.
Soñé entonces que me moría y que veía el más allá. Vi a Ukyou, a Futari, a mamá… entonces fui corriendo a abrazarla. Mi madre me besaba el cabello, que estaba muy hermoso para ser verdad. Al otro lado, estaba Kuno, si señores. Kuno Takewachi estaba al lado mío y de mamá. Me miraba con una sonrisa encantadora que me estremeció hasta lo más hondo, señores. Pero de pronto, lo vi alejarse. Lo vi quitarse la camisa y dirigirse a donde se encontraba Ukyou. Excelente pretexto para dejarme con la palabra en la boca. Lo vi, asqueada eso sí, besándola apasionadamente en la boca y que bajaba suavemente al cuello, a lo que Ukyou respondía con una excitante expresión en el rostro; cosa que me dio asco… sentí de pronto unas horribles ganas de llorar y de arrancarle de a pedacitos el exuberante cabello de la desgraciada esa. La ira fue calmándose poco a poco ya que me iba concentrando en el cuerpazo de Kuno. Tenía en verdad los pectorales bien definidos y los bien cincelados músculos resaltaban de su brazo, que me hacían sentir mariposas en el estómago.
Señores, nunca sentí tanta rabia hacia una persona. Ukyou me daba ganas de vomitar. La forma como Kuno la besaba era tan repugnante que sólo en mis sueños eróticos me lo hubiera imaginado. Quería a Kuno aquí a mi lado. No quería verlo en los brazos de Ukyou, tan estúpido se veía al lado de ella. En fin, les voy a seguir contando mi sueño.
De repente, mi mamá se alejaba de mí con una sonrisa tierna. Me sonreía con tanta ternura y sinceridad que no tuve más remedio que corresponderle la expresión. Ukyou desapareció, señores. Mi amiga Futari también, pero Kuno no. Él seguía sin camisa y ahora me miraba con ternura, al igual que mi mamá. Estábamos los dos solos. Ambos mirándonos a los ojos, fijamente. Caminó hasta donde me encontraba y me agarró de la cintura. Yo sólo lo miraba y sin preludio ni más ni menos, me plantó un beso apasionado que solamente Ukyou hubiera sido beneficiada con eso. En fin, Kuno me besaba con tanta furia que yo no hice más que corresponderle; me sentí tan a gusto con ese beso, señores, que nunca quise despertar de ese sueño. La verdad nunca tuve el privilegio de tenerlo sin camisa y comiéndome poco a poco con sus besos. La primera y única vez que besé a Kuno, no estaba sin camisa. Más bien lo tenía lejano y absorto de cualquier pensamiento. Sólo me cogió y listo. Así nada más. Me besó furtivamente, eso sí, como en este sueño.
Yo sólo le ponía mis manos en esos anchos hombros que me obligaban a acostarme en algún lugar remoto de ese espacio negro, abrumador y pesado. Kuno me poseía con un amor que sólo esperaba de él. Bueno, también lo esperaba de Shimamura, eso sí. Pero en el sueño, yo sólo le pertenecía a él. A Kuno Takewachi. A nadie más.
En un abrir y cerrar de ojos, señoras y señores, vi como el rostro de Kuno se iba desvaneciendo de mi vista. De esa bruma en la que se convirtió su rostro, apareció Shimamura. Él sonreía al igual que Kuno. Me miraba con deleite y yo estaba absolutamente extrañada. No sé como fue que logró aparecer Shimamura en mi pensamiento. Había hecho desaparecer a Kuno por completo de mis sueños. En qué estaba pensando, por Dios. Igual me dio porque en ese mismo instante él me tomó y me plantó casi el mismo beso apasionante que me dio Kuno. Yo le correspondí, claro. Pero ni piensen que soy una cualquiera como para andar por ahí besándome con quién sea, no señor. Claro que no. Yo sólo lo besaba porque… lo amaba, y claro, obvio, aún lo amo. Aunque no pueda olvidar a su difunta Ukyou, pero para mi suerte, ella no estaba ahí. Por primera vez (y no sé si sea la única) lo tenía sólo para mí, revolviéndose poco a poco con mi boca y me tocaba de una manera tan loca que no tuve más que gemir. Él se estimulaba tanto que también gemía desesperado buscando mi cintura. Su boca bajaba lentamente hasta mi cuello, tal y como lo hizo Kuno con Ukyou, rozando esos labios carnosos contra mi piel reseca y sedienta de su calor. Mis manos se estremecían contra su armadura (lástima que no lo tenía sin camisa) pectoral. Él estaba con su común kimono blanco y encima tenía la armadura que tan fascinante lo hacía ver, eso sí, para mí. Me poseyó hasta el punto que me desperté.
Que otra manera más estúpida de acabar con ese maravilloso sueño, ¿no creen señores? Es raro, porque, claro, si es la primera vez que se está enamorada, pues, no va a estar besándose con la persona amada sabiendo que su amor no es correspondido, señores. Mi calma no llegaba aún pero de todos modos sentí que estallaba. Mi mente estaba abrumada de tantos recuerdos que se venían estrellándose unos con otros sin control alguno. Eso hacía de mí una cosa inservible que me invadía hasta lo más hondo de mi ser.
Yo no le pedía nada a nadie. Lo único que quería en el mundo era a Shimamura Futanaba. Y no lo tenía.
Mi corazón latía fuerte y solté un grito desgarrador.
-¡YA NO PUEDO MÁS! ¡TE AMO SHIMAMURA!
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