Ya eran dos los regalos que recibía de hombres interesantes. Bien, que regalada estuve, ¿no?
En fin. A la larga, Shimamura estuvo conmigo siempre.
Ya habían pasado dos largos años, desde el incendio del doyo Kohawa. Sí, dos añotes, los cuales habían pasado lentamente, y vividos de tal manera que casi olvido mi sufrimiento. Junto a Shimamura estuvo conmigo, y hasta me regaló algo. Ya verán qué.
Bien. Para continuar con este relato como si fuera una autobiografía, tengo que decir en qué fecha estamos. Bueno, para empezar con pie derecho, amaneció un miércoles luminoso. Digo luminoso porque el sol me cayó en la cara cuando me desperté. Aluciné que tenía a Kuno en mis brazos y moví los brazos como buscando algo en el aire. Para mi sorpresa, caí al suelo, y mi cabecita chocó con un madero. Enseguida me levanté, y con el pie derecho (porque se supone que si una se levanta del lado derecho de la cama se pone de pie con la pierna derecha, ¿o me equivoco?). Bien. Después salí de la pieza y me dirigí hasta el baño principal que estaba vacío. Mi piel se erizó en cuanto sintió la calidez del viento que consumía el cuarto de baño. Me desnudé en cuestión de segundos; me amarré el pelo en unos palitos, puesto que no lo iba a mojar. Entré a la tina gigante de madera y entrecerré los ojos.
Salí del cuarto de baño y emprendí caminata hasta la habitación más cercana: la de Shimamura.
Como se suponía que yo le tenía confianza, no me iba a pasar nada, puesto que él es de “fiar”.
En fin, entré a su pieza que parecía vacía. Pero no. Él estaba en su diminuto baño, pero no bañándose, sino orinando.
-Hola Shimamura. Entré aquí porque era el cuarto más cerca al baño y… pues, me estaba bañando.
-Si, ya me di cuenta, tranquila.
Tenía sujetos sus pantalones con las manos y después subió la mirada hasta mis ojos para llegar a tiempo al brillo de mis pupilas.
No es que me guste tanto el que me miren a los ojos, claro está. Así que en ese instante bajé la vista hasta el tatami del piso y me sonrojé un poco.
Él se dio cuenta, que fue lo peor de todo el cuento.
-Y bien… ¿te vas a quedar aquí?—dijo.
-Pues… no voy a llegar a mi cuarto simplemente porque no quiero. Voy a quedarme aquí si no te incomoda—dije despectivamente.
-Pues no me incomoda, pero… ¿con qué ropa te vas a cambiar?
-Ah, bueno… ehhmm, ¿tú no podrías ir por mis kimonos nuevos al cuarto de Ukai?—dije con ojitos tiernos.
-Pues, si así es el cuento, me va a tocar ir.
-Ay, gracias…
Al cabo de un rato, llegó con dos kimonos: uno rosado y otro azul celeste. Cuando la puerta se rodó, me pasó un leve escalofrío por el surco de la espalda; él sólo me miraba y después fue que habló.
-Oye Yoko, Ukai me dijo que nada más tenías estos dos limpios. Ah, y que el resto están afuera, secándose.
-Ah, bueno. Está bien—le dije.
Tomé los vestidos y los arrojé a la cama. Me solté el pelo que estaba amarrado con los palitos y también los tiré a la cama. Me quedé quieta por un segundo, pero mi calma se vio aturdida por la voz de Shimamura.
-¿Te vas a cambiar aquí?
-Sí, ¿qué tiene?—resopló.
Al parecer, como que le apenaba la idea de cambiarme en frente de él, pero que obviamente estaba pensando erradamente ya que no iba a tolerar vestirme en frente de un sujeto como Shimamura. No señor.
-¿Y entonces?—dijo.
-¿Entonces qué?—farfullé.
-Te vas a cambiar aquí sí o no…
-Pues pienso que sí… obvio no enfrente de ti.
-Ah, pues sí, ¿no?
Se notaban sus ganas de verme sin ropa; es casi obvio que un hombre enfrente de una mujer semidesnuda le de ganas de arrancarle la toalla. Mi yo interno me decía, como en aquella ocasión: “¿qué demonios esperas para tirarte encima de ese hombre? Acaso estás esperando que la Ukai te quite lo que más quieres en esta puerca vida, eh? ¿Es eso lo que en verdad quieres?”
Y yo como siempre, no le presté la más mínima atención.
Sin embargo, Shimamura seguía allí, de pie, como si nada, mirándome de pies a cabeza. Yo trataba de no mirarlo a los ojos, ya que en verdad me ponía nerviosa. Hasta que decidió hablar.
-Y entonces… ¿me voy?
-Pues… creo que sí, ¿no?—farfullé.
Y salió de la habitación. Apenas tocó suelo al otro lado de la puerta, me arranqué la manta que rodeaba mi cuerpo, desde el nacimiento de mis pechos hasta la parte superior de mis caderas, mejor dicho, mis muslos.
Tomé los kimonos limpios y empecé una dura elección. Había dos kimonos que me encantaban: uno rosa con estampados lilas y azules celestes y otro amarillo, con flores de hojas verdes y pétalos blancos. Decidí entonces hacer “al que le caiga el dedo”. Bueno, después de hecho eso, el dedo índice derecho cayó en el kimono amarillo de flores. Quedé muy contenta, claro. Pero quería también al pobre kimono rosa…que me miraba con sus ojos (sí, claro. Ahora van a inventar que los kimonos hablan y que los cerdos vuelan…). Mentiras, señores. Eso era humor sarcástico. Lo pudieron notar, ¿no?... igual, el kimono amarillo me quedó a pedir de boca. Mi cola se resaltaba y eso me encantó, mi pelo se hacía notar gracias al amarillo pollito de mi vestido. El flequillo se me había ido para atrás, así que decidí echármelo para adelante, como solía hacerlo mi mamá.
En fin, para no entrar en detalles, salí del cuarto que apestaba a Shimamura. Como soy fuerte, me aguanté el nauseabundo olor a hombre.
Como iba diciendo, salí del cuarto. Shimamura estaba hablando con un samurai (desconocido para mí, que quede claro…) mientras me cambiaba. Me dirigí con paso lento hacia donde se encontraba él con el otro y le toqué el hombro. Se sobresaltó un poco.
-Ay, Yoko…ya estaba pensando que te había tragado la tierra—dijo irónicamente.
-Ay, estúpido. No, pues para tu información, me estaba arreglando y además tuve que hacer una reñida elección entre dos kimonos que me encantaban.
-Y que por cierto elegiste el que peor te queda… porque ese amarillo es muy rechinante…
-¡Para que sepas, este kimono es más bonito que el rosa ese de puntos! Y lo importante es que a mí me guste como se me vea… no necesito de opiniones absurdas de gente ignorante como tú.
-Oye, Yoko, yo solamente di mi opinión… no tienes porqué ponerte así…
-A palabras necias, oídos sordos, siempre decía mamá…
-No te comportes como una niñita mimada, Yoko…
-¡No me comporto como niñita mimada, Shimamura!
-Entonces deja de hablar así ya…
-Bueno está bien…
Me quedé callada y fue precisamente en ese momento en el que me percaté de que aquel extraño sujeto se había largado.
Fruncí el entrecejo y decidí no hablar más del asunto. Shimamura parecía ignorarme, ya que encaminó de largo que me chocó el hombro. “Estúpido” pensé en ese momento. Él seguía ignorándome como un buen… estúpido. Miré de reojo hacia donde se encontraba y se sentó en el suelo, que tenía el escalón que daba al suelo arcilloso. Me pareció que lo estaba haciendo a propósito; que me helaba la piel de la rabia de una manera tan cínica que ni Ukyou le ganaba.
Al fin, decidí acercármele… sólo por un instante.
-Oye, Shimamura…--le dije.
-Que demonios quieres
-Ay, sólo quería saber que te rayos te pasaba…
-¿Por qué te comportas de esa manera tan tonta, eh? Sabes que me saca de quicio cada vez que formas la pelea por unas estupideces…
-Ah, si para ti es una estupidez que le digan a una que se ve horrible con un traje que es de su mismo agrado creo que estoy exagerando… ¿no?—dije poniéndome las manos en la cintura.
-Ay, Dios…
-¡Por qué me ignoras!
-¡No te ignoro! ¡Sé exactamente lo que dijiste!
-A ver, qué dije…
-Que piensas que para mí es una estupidez que le digan a una chica que se ve horrible con un traje que le gusta mucho y además dijiste que estabas exagerando. ¿Contenta?
-Ay, pero que oídos tenemos… lástima que no los sepamos utilizar… para las cosas que en verdad tienen que ser escuchadas, ¿cierto?
-Por Dios, ya cállate Yoko…
-¡A mi nadie me manda a callar! ¡NO TE SOPORTO! ¡Todo lo que me tengo que aguantar desde que el maldito incendio acabó con mi única familia! ¡Ya no puedo más!
-Yoko…
Me cogió en sus gruesos brazos. Prácticamente me cubrió toda con esos brazotes, Dios.
No me sorprende que ustedes se den cuenta del gran cariño que a estas alturas ya debo sentir por aquel sujeto.
Igual me da si es en caso contrario.
Bueno, vamos a continuar con esta cosa. Al cabo de unos cuantos minutos, ya yo estaba caminando al comedor principal. Estaba vacío, como cosa extraña de la vida. Ya estaba casi a sentarme cuando de repente veo un horroroso bicho en el tatami del suelo. ¡Grité como una buena loca! Si señores, oyeron bien. Grité… bueno, después que grité, unos pequeños niños que estaban jugando en el jardín (supongo, no sé) vinieron a mi auxilio (¿Cómo? ¿Unos niños malcriados de unos por ahí cinco años van a rescatar a una “hermosa” chica de casi veinte años? Hasta donde ha llegado este puerco mundo…) en fin, el caso es que los niños soltaron su chillonas palabras.
-¿Te ocurre algo, señorita?—me dijo uno de ellos.
-¿Eh? No, no, nada…--respondí.
-¿Y entonces por qué gritaste?—preguntó otro.
-Eh, verán. Es que me pareció ver un horrendo bicho por ahí…
-Bueno, patrulla. ¡A la búsqueda del insecto!
El niño que comandaba la algarabía ordenó que buscaran al bicho, y los otros niños le obedecieron, mirando para todos los rincones del comedor por si aparecía alguna señal del insecto. Después, caminaron por todo el jardín y después se perdieron. No los vi más.
Yo aún estaba con el corazón en la boca del susto, porque la verdad es que no tolero a ninguna clase de animal que tenga antenas, ocho o más patas, y que ande por cualquier basural que se le tope en el camino. Ay, no, la verdad soy muy asquienta para esas alimañas.
De ahí en adelante seguí mi camino por todo el corredor que daba para cada una de las habitaciones del doyo Aebo.
El viento se sentía más a gusto esa mañana. Miré unas cuantas hojas que caían de… ¡Ay! Me acabo de dar cuenta de que en ningún momento me he dignado por decir en que estación estamos, señores. Pido disculpas y me permito informarles que había pasado un largo verano y que ya estaba comenzando a salir la víspera del otoño. Bien, como iba diciendo, miré unas cuantas hojas que caían de las ramas de los árboles; eran amarillas, naranjas, rojas y había una que otra verde. Mi pelo jugueteaba con las ondas despavoridas del viento que siempre caracterizan al otoño.
El otoño había llegado.
Bueno, el asunto de esta cosa es que relate mi vida pasada. Yo por ustedes me estoy suicidando por dentro simple y sencillamente para contarles esta estúpida historia. Sí, oyeron bien. Eché una mirada al pasado simplemente y es como si lo estuviera volviendo a vivir, y que además por el simple hecho de contárselo, la agonía me está carcomiendo las entrañas… (*Llanto*)
Disculpen. Pero es que las lágrimas a la hora de la verdad no se pueden contener…
Y no es su culpa, señoras y señores… sólo mía. Ah, y del estúpido de Shimamura. Pero… ahora que reacciono, Shimamura no tiene culpa de lo que me pasa a mi.
Ay, ¡pero qué cosa conmigo! Otra vez me he salido de la raya… ja, ¡siempre me desvío y no continúo en el maldito grano!
Bien. Para no terminar de desviarme, continuaré. A ver… ¿por donde es que iba? Ah, sí. Bueno, los niños se largaron y me quedé sola de nuevo; todavía con el susto, traté de caminar hasta mi habitación, ya que al haber visto a ese animal rastrero me arrepentí de ir al comedor. Mi habitación por lo general siempre está vacía, debido a que siempre la cierro con seguro y nadie entra, sino es para que alguna señora la organice. Bien, sigamos: tan pronto cerré la puerta de la habitación cuando hube entrado, entrecerré también los ojos fuertemente.
No quería pensar en nada. El bicho ese me dejó aturdida y esos niños me daban dolor de cabeza. Ay, creo que al acordarme de eso me vino una fuerte migraña… bueno, eso no interesa.
Oigan, ¿Qué tal si a este relato le damos un toque de limpia y trabajada redacción? Está bien, lo que ustedes digan.
Ocurrió aquella mañana, naranja y marrón, en la que una adorable fémina merodeaba por los pasillos de aquel extraño doyo (sin lugar a dudas ese es un buen comienzo…).
Me hallaba yo, una descendiente del gran Aoshi Hakariyama metida de baza en las obscuras y siniestras llamas del amor a Shimamura. Y bla… bla… bla…
Ya me aburrí de la limpia redacción. Ahora empieza lo bueno, ¿saben? Ajá, sigamos. Yo estaba en esas cuando de repente, sentí unos estruendosos pasos que supuse se dirigían a donde me situaba yo. Me sobresalté un poquito, pero después me vino a la cabeza (como cosa rara) la maldita curiosidad, si, esa la que no me deja dormir… ni pensar bien. Al rato, muchísimo después diría yo, un hombre salió a mi encuentro. Era alto, recuerdo; tenía una especie de kimono blanco y una espada atada con una soga a la altura de la cintura. No era como esos samuráis que traen su capa, su casco y espada fina. Éste era más humilde, pues, a simple vista claro está.
El extraño sujeto abrió la boca.
-¿Aquí vive Shizo Kinomoto?
-Sí… por supuesto. ¿Para qué lo quiere?
-Por favor, no soy tu jefe ni mucho menos como para que me trates de usted. Vamos, tutéame.
-Pero…si no lo conozco…
-No, pero ahora sí. Me llamo Yasuhito Nohara, y necesito al naco de Kinomoto.
-¿Eh?
La verdad me quedé un poco perpleja al escuchar las palabras del tal Yasuhito. ¿Lo odia tanto? Oh, por Dios, creo que estoy exagerando.
Yasuhito siguió hablando.
-Hmm, bueno, ya te dije mi nombre. Ahora dime el tuyo, preciosa.
-Bien, mi nombre es Yoko… Yoko Hakariyama.
-Vaya, así que Hakariyama… ¿eres algo de Aoshi Hakariyama?
-Ehmm, sí. Es mi padre.
-¡¿En serio?!
El tipo se quedó boquiabierto. Yo le tenía la mirada fija en sus pupilas ahora dilatadas por la emoción (¿emoción? ¿Por mí, que soy una pobre tonta?)
-¿En verdad eres hija del gran Hakariyama, ese mismo que se sacrificó por todo Japón? Bueno, la verdad no sabía que tenía una hija… y muy bonita, si vamos a ello.
Al parecer Yasuhito demostraba ser un tipo bien educado, halagador y buena persona. A simple vista, claro está.
-Ay, gracias por el cumplido.
-No, pero si no es ningún cumplido. Sólo digo lo que mis ojos ven.
En esas estábamos cuando apareció de nuevo Ukai. Apenas nos vio, reconoció al tipo.
-¿Nohara? ¿Eres tú?
-El que viste y calza, señorita.
-Ven. Hay que avisarle al señor Kinomoto que estás aquí.
Bueno, supuse que se conocían. Ni un “hola” se dijeron… qué bárbaros.
Bien, al final me quedé sola otra vez. Claro, que con una cara de satisfacción al saber que por lo menos alguien reconocía que yo era bonita. A lo mejor y Yasuhito era samurai. Quién sabe…
Bueno, lo que pasó después fue lo siguiente; me dirigí hasta la pieza en donde se encontraban Ukai y Yasuhito (como buena curiosa que soy, ya he dicho) y medio abrí la puerta. Estaban hablando, claro. Había una mesa bajita en medio de ellos, que estaban arrodillados. Yasuhito estaba de espaldas a la puerta, o sea a donde estaba yo, y Ukai estaba con la cara a él, para mi desgracia porque no le quería ver la cara a esa idiota. Como ya se cansaron de escucharme renegando de Ukai, voy a seguir con esto. En fin, ellos estaban hablando, creo que del señor Kinomoto.
Más o menos esto fue lo que escuché.
-Y bien, ¿ya hablaste con Kinomoto?
-No, aún no lo hago.
-¿Y qué esperas para hacerlo, Nohara?
-Ah, está bien, muñeca, ya lo hago (esa fue una verdadera ofensa a la muñeca).
Desde la pequeña rendija que había hecho para verlos, noté en la cara de Ukai un no tan sobresaliente rubor, y después me di cuenta de que Yasuhito es un donjuán. No lo digo por lo que le dijo a Ukai, lo digo simplemente por que esa fue la impresión que me dio, de acuerdo a su forma de hablar. Bueno, lo que pasó después fue que él se levantó; Ukai, sin quitarle la mirada, también se levantó. Él se dirigió hacia la puerta y ella lo siguió. Yasuhito le abrió la puerta como todo un caballero (porque desde que lo vi, dije “este si es in caballerazo”). Creo que ustedes ya se preocuparon por mí, pero descuiden. Yo retrocedí rápidamente y me puse de pie en el pasillo con paso disimulado. Ellos ni se dieron cuenta de que estaba ahí, así que giré la cabeza un poco, por encima del hombro, para ver hacia donde iba. Tomaron caminos distintos: Yasuhito caminó como quién va a la cocina, que era en camino contrario a donde estaba yo. En cambio Ukai, para mi desgracia, tomó el camino en el que estaba yo. Es que a veces el destino me hace malas pasadas, como el día en el que conocí a Shimamura. Esa si que fue una mala, pero pésima jugada del destino.
No mentiras, igual, uno como persona en el amor tiene que sufrir. El amor duele por ley natural de la vida y además, si no sufriéramos no sería amor. Bueno, la cuestión no es que yo haga una reflexión del amor, como se daría en otros relatos, que empiezan diciendo montón de cosas cursis para terminar en un triste final que, además de estúpido y horriblemente cursi, termina imperfecto. Para mí, un final en una narración o novela tiene que ser despampanante, inesperado para el emisor, que en este caso son ustedes, señores, y también tiene que ser inusual, que sea original.
Al fin y al cabo la verdad no sé si esto que estoy haciendo dé frutos o sea escuchado por otras generaciones. Ni siquiera sé si valga la pena contarles a ustedes esta atrocidad del pasado, ya que díganme cuantos de ustedes no van a salir de aquí, burlarse de mí y actuar afuera como si nada de esto hubiera pasado o más bien estarán en su casa con su familia comentando su día y entre esos comentarios podría estar el que diga: “no, sólo estuve escuchando a una loca que se puso en medio de la nada a contar una historia ahí que para qué” y a lo mejor seguirán almorzando como si lo que hubiera dicho aquí no hubiera movido ningún milímetro de su duro corazón.
¿Qué dice usted? No, por eso les digo, como ese señor de allá ya quiere irse, hagan como él, la puerta está abierta y nadie, pero nadie se va a interponer en su camino si en verdad quieren irse. De verdad… si no quieren seguir escuchando, pues, pueden largarse.
Ah, ¿no van a moverse? Pues entonces… sigamos con esto.
Ah, a ver. Como iba diciendo, para por lo menos retomar bien lo que estaba diciendo porque la verdad siempre me desvió del grano (nunca me cansaré de decir esa frase). Ajá, Ukai se percató de mi presencia y me habló.
-Yoko, pensé que te habías ido a limpiar las alacenas del comedor principal… como es tu trabajo…
-Pues, no, me hallo aquí todavía. ¿Algún problema con ello?—respondí despectivamente.
-No, claro que no, perdóname. Amargada.
Je, amargada me tenía el tener que toparme con ella más de dos veces el mismo día, Dios.
-De hecho, preciso ahora iba para el mercado—continuó ella--. Estaba buscando a alguien que me acompañara, y le iba a decir a Yasuhito, pero me acordé que no se había presentado con el señor Kinomoto. Bueno, me preguntaba… ¿tú quieres acompañarme?
En mi mente se desenvolvió una batalla feraz. Mi conciencia me decía “No, tonta, ¡no puedes! Más bien, ¡NO QUIERES! Dile que… ehmm, se te presentó un inconveniente y que… ¡no, ya sé! Dile mejor que prefieres ir a limpiar las alacenas del vestíbulo y que después vas a suicidarte… (Uyyy, suicidarme, como que esa conciencia mía lo único que quiere es deshacerse de mí) ¡Si has eso! Bueno… aunque eso de que “prefieres” sonó como si realmente no quisieras estar con ella… ¡pero que barbaridades estoy diciendo! ¡Pues claro que NO quieres estar con ella! Si es ella la moza de tu hombre, por amor al sake…”
Y otra parte de mi mente me decía que “sí, claro que sí, acompáñala y después la apuñalas por la espalda y así te libras de ese sucio trapo que te quiere quitar a tu Shimamura….es el momento perfecto para desquitarte, querida Yoko…”
No sé cual de los dos lados es peor.
No hice caso de ninguno de los dos, y ya verán por qué. Miré fijamente la cara de Ukai, exactamente a sus ojos penetrantes. Me mordí los labios y decidí acompañarla, pero no, no como me dijo mi mente con esas locas ideas dizque de apuñalarla por la espalda… no, por supuesto que no. Mejor les cuento que dije.
-Bueno… creo que no tengo nada más que hacer ahora, así que… sí, vamos.
-Bien. Gracias…
La sonrisa hipócrita se le borró de la cara. Ahora estaba seria y ya no me miraba. Fruncí el entrecejo y la seguí, camino a la aldea de las afueras del doyo; en todo el camino, ella no volteó para nada a mirarme… cosa que en vez de hacerme sentir sin importancia, me alegró. Bueno, para que sepan, no le dije que no quería estar con ella y tampoco la apuñalé. Empezando porque es ella la que supuestamente me paga el sueldo mensual… y obvio que, como dice el dicho, no muerdas la mano que te da de comer… entienden lo que digo, ¿no?
Creo que pensarán que soy una interesada y que más de uno me está murmurando “interés cuanto vales”, pero… ¡no! No es el hecho de ser solamente interesada… sino que yo no tengo las agallas para matar a alguien… así sea una persona como ella que vive de hacerme daño a mí. No, sencillamente no puedo, y sé que muchas personas dirán que soy una tonta y otras dirán que soy demasiado noble.
¿Quieren que les diga la verdad? No me importa lo que los otros piensen.
Lo único que me importa ahora es terminar esto (y creo que a ustedes también les importa… jeje)
-Allá está.
-¿Eh?
Me habló con seriedad señalando con el dedo el vivero de flores, la venta de joyería y muchos otros locales del mercado de la aldea. Como siguió caminando, la seguí, ignorando con los pies cuanta hoja de árbol se me cruzara en el camino. Así seguimos hasta que llegamos al destino, que si mal no recuerdo era la venta de cosas útiles para el hogar.
-Bueno, Yoko, he aquí la venta. ¿Qué crees que le pueda gustar al señor Kinomoto de las cosas que hay acá?
-No lo sé… se supone que como es usted la que lo conoce debería saberlo.
Pensé “duh, a ver, ubícate mamacita… yo en mi vida he hablado con ese tipo y ahora me sales con “¿Qué le puede gustar…?”
-Ummm, bueno, creo que ese jarrón rojo le podría gustar. Me lo llevo, empáquemelo, por favor.
De atrás del negocio salió un señor bajito, con un kimono negro y mangas cortas, las cuales hacían ver sus brazos muy gruesos. Me miró a mí y luego a los ojos de Ukai, que tenía ya los brazos extendidos.
-Aquí tiene, señorita Ukai.
Caramba, aquí Raymundo y todo el mundo la conoce. Supuse que al ser la geisha principal ya es reconocida por doquier. Bien, después que le dieron la bolsa con el carísimo jarrón, nos fuimos a recorrer más locales comerciales para comprar más cosas (sí, ¡costaba mas de treinta monedas! Y al parecer ella tenía bastante dinero). Nos detuvimos en uno en el que vendían escobas, trapos, paños y cuanta cosa para limpiar. Había un pañuelito liadísimo guindado en la puerta del negocio, era de color rosa con flores púrpura. Imaginé que ese pañuelo reflejaría las celebridades de otoño (que por cierto no recuerdo cuales eran las que se festejaban en esas fechas). Ukai decidió entonces comprar un pañolón que estaba en una vitrina de atrás. Lo señaló con el dedo índice, la mujer que atendía lo recogió y se lo entregó envuelto en una pequeña bolsa. Después, Ukai fijó su mirada en una escoba que se hallaba más al fondo; era una de las pocas que había ahí, así que con mayor razón se la llevó.
-Quiero también esa escoba, por favor.
-Está bien, pero son diez monedas más, señorita.
-Descuide, mujer, que yo le voy a pagar bien.
Al parecer Ukai se sintió incómoda. Yo, en el lugar de la señora, hubiera hecho lo mismo. ¿Cómo no se puede desconfiar de una mujer con esa mirada tan falsa como la de Ukai, ah?
Ya irían sesenta monedas gastadas en el día de hoy, claro, contando las otras treinta que tuvimos que gastar en el jarrón, sumadas con estas treinta… dan sesenta, ¿no?, bueno. Al final, no compramos más nada (obviamente, hay que comprender el gran gasto de monedas en el que se vio envuelta la pobre de Ukai… ¿pobre? Por Dios, ella de pobre no tiene ni el nombre. Caray, que mala soy… je. Al rato, ya estábamos caminando hacia el doyo, si, ya íbamos de regreso. En el trayecto, ella me dijo algunas palabras.
-Oye, Yoko… ¿estás bien?
-¿A qué se refiere con que “si estoy bien”?
-No, digo… quiero decir, ehmm, te noto un poco tensa. ¿Qué te pasa?
-¿Yo? ¿Tensa? No, para nada, es más, me siento de maravilla… je, si.
-Ah, de acuerdo. Sólo decía.
No paró de mirarme por unos largos minutos. Yo, para serles franca, sí estaba tensa, bueno, ahora que esta me miraba… de una manera poco usual y penetrante frialdad. Ustedes dirán que tengo una impresionante riqueza de vocabulario, ya que en verdad uso términos de gran extensión que van acordes con lo que se habla, ¿no creen? –hasta para decir eso uso esas palabras-.
Está bien, diré lo que pasó. Empezó a llover, así que nos apuramos para pasar todo el largo camino que conducía al doyo, pero algo irrumpió la tranquila caminata. Al parecer se trataba de… ¡una invasión de los ninjas bandidos! Que posiblemente atacarían a cualquier persona que se les enfrentara. Un hombre se nos acercó, avisando el peligro que nos acechaba.
-Señoritas, ni se les ocurra entrar, ¡hay ninjas por todos lados! ¡Los samuráis están en la entrada, y no hay prácticamente nadie para protegerlas! ¿Qué podemos hacer señorita Ukai?
-No hay nada que temer, buen hombre. Enseguida iremos a la entrada—resopló ella.
Me pareció extraño, así que me metí de cucharón en la conversación.
-Espere un segundo, ¿Cómo así que “vamos a la entrada”? ¿No se supone que debemos escondernos para que no nos encuentren? Si vamos a la entrada, seguramente nos secuestrarán y creo que ni usted ni yo queremos eso.
-Tienes razón, Yoko. Pero entonces, ¿Qué hacemos, chica sabelotodo? (¡es una estúpida!)
-Pues, lo mínimo que podemos hacer es… ¡Shimamura!
Como caído del cielo, apareció Shimamura. Gritando mi nombre, se acercó a nosotros.
-¡Yoko! ¿Dónde rayos estabas? ¿No ves acaso como está esto? ¡Rápido! ¡Hay que salir de aquí!
-Sí, pero… allá afuera están los ninjas.
-Te equivocas, porque los ninjas están todos aquí dentro. Así que, ¡no hay tiempo que perder! ¡Ukai, tu también!
-¡De acuerdo!
Como el señor ese ya se había ido, los tres nos fuimos, y en eso chocamos con una bandada de ninjas, todos de negro. Nos miraban fijamente (sobretodo a Ukai y a mí), y planearon atacar vilmente a Shimamura. Una estrella de esas que lanzan los ninjas… ¿Cómo era que se llamaban? Ah, sí, shurikenes… eso. Gracias, señor del público que no sé su nombre.
Bueno, en lo que estaba: una de esas estrellitas aterrizó en el hombro derecho de Shimamura, el cual había alargado el brazo en un intento por protegernos. Soltó un gemido, nosotras dos nos preocupamos, y éste (como siempre) les habló a los ninjas, desafiante.
-¡Malditos! ¡Ya váyanse de aquí o si no…!
-¿O si no qué, samurai de alcornoque?
Eso obviamente hizo hervir su sangre. Ni siquiera tolera que yo le diga alcornoque, y ahora va a soportar que un ninja majadero se lo restriegue en la cara. Admito que eso también me hizo rabiar a mí, que estaba atrás de él… sí, al lado de Ukai. Ésta, sin embargo, no decía nada. Estaba boquiabierta, con la mano izquierda posada en el hombro izquierdo de Shimamura.
Esos ninjas seguían mirándonos, con cara petulante. ¿Por qué creen que no me gusta la mirada de Ukai? No soporto que me miren de esa manera, ni en ese momento ni ahora. En fin, cuando se suponía que las cosas estarían mal, pues, se pusieron peor todavía. O sea, vamos de Guatemala a guatepeor, ya que… ¡aparecieron más ninjas de detrás de nosotros! Esta vez si estaban dispuestos a matar a Shimamura. Eso me preocupó más y a Ukai también… creo. Ella se aferró más a Shimamura y la cólera de éste se elevó más. En eso, sacó su espada y se abalanzó sobre uno de los ninjas. Los demás lo rodearon, lo lastimaron un poco pero no le intimidó en lo absoluto. Mientras nosotras no mordíamos los labios de tanta preocupación, él hizo una acrobacia espectacular; saltó y le pegó unas cuantas patadas a todos a su alrededor. Los pobres tipos caían al suelo con la mandíbula retorcida y tosiendo sangre. Shimamura se incorporó y rasgó el pecho del ninja que estaba en frente. Éste lo miró a los ojos y se escuchó un alarido.
-¡RETIRADA!
Como sombras andantes, los ninjas desaparecieron, dejando atrás unos cuantos pasos de lodo, los cuales se desvanecían con las gotas de lluvia que caían. De repente, el pobre Shimamura cayó arrodillado en el suelo ahora lodoso y luego quedó tumbado en el suelo. Enseguida me preocupé.
-¡Oh por Dios! ¡Shimamura!
Me levanté de donde estaba y casi empecé a correr, pero Ukai me detuvo.
-No seas tonta. Ahí vienen más ninjas… la pelea continúa. Hay que escondernos, los bandidos no se dejan vencer así de fácil.
-Pero… Shimamura…
-Descuida, él estará bien. Te lo puedo asegurar. Ahora se levantará, ya verás.
Y de hecho, tenía razón. Shimamura, después de unos cortos minutos, se puso de pie. Tenía sangre en la barbilla y alguno que otro golpe en las mejillas, sin olvidar que el kimono se le había puesto de un color desagradablemente sucio. Parecía tambalear y eso me preocupó aún más. Ukai y yo entonces nos fuimos a esconder en un callejón del doyo, que se encontraría cercano a donde se desarrollaba la riña. Yo apretujaba con mis manos la madera frágil que constituía el callejón, Ukai se veía seria y ese desesperante ambiente me ponía la carne de gallina. Retomando la narración de la pelea, Shimamura ya estaba de pie, con la espada al hombro y con los dientes estrechos. Vi que miraba a todos lados, buscando a los ninjas. Ninguno aparecía, y eso lo estresaba mucho más. En eso, apareció Yasuhito.
-¿Pero que es lo que demonios pasa aquí?
Yasuhito ya tenía puesta la armadura y tenía una espada atada a su cintura. Pensé “ahora es el momento propicio para que él demuestre ser un buen samurai”.
En esas estaba hasta que, como por arte de magia, de los arbustos aparecieron los ninjas, vestidos de negro azabache, camuflándose con el atardecer que observábamos (si, porque ya se había hecho muy tarde). Tres de ellos se abalanzaron lentamente encima de Shimamura, y éste contraatacó con su espada. Agredió a uno de ellos y los otros dos lo golpearon. Yasuhito, por su parte, estaba dándoles una paliza a cuatro más. Pero no todo fue victoria, ya que a él también lo atacaron fuerte.
Cuando Shimamura cayó al suelo, lo patearon hasta el cansancio. Y yo, que no me gusta quedarme sentada con los brazos cruzados, salí del escondite, sí, así como lo oyen. Sin que Ukai me detuviera. Corrí y tengo que confesar que las sandalias se empaparon de lodo y que se veía horrible, pero en ese momento no me importó y llegué hasta donde estaban los ninjas y Shimamura, aún tirado en el suelo. Los malos se volvieron para darme la cara y los desafié. Fruncí el ceño y apunté mi puño a uno de ellos. Y… ¿saben qué hizo la valiente Yoko? ¡Pam!, golpear al primer idiota que se me acercó. Los otros se “asustaron” y junto con el golpeado, huyeron. Sí, me dejaron ahí, plantada.
-¡Oigan! ¡No huyan, cobardes! ¡Aún no golpeo a todos! ¡MALDITOOOS, NO ESCAPARÁN!
Mis gritos se desvanecieron en la nada de la lluvia. Bajé la mirada hasta donde se hallaba Shimamura. Estaba con la boca abierta, jadeando, y unos moretones en la cara. Sentí un molesto nudo en la garganta.
-¡Shimamura! Dios, ¿estás bien?
-Yo…Yoko…
Lo levanté con mis brazos; el pobre estaba exhausto (a ver, ¿quién no?) y medio lo levanté. Aún guardaba vendas y un pañuelo en el pequeño bolsillo de mi kimono, así que saqué el pañuelo. Limpié un poco la herida que tenía en la boca y gimió de dolor.
-Yoko… estás bien…
-Shimamura, shhh, no hables.
Ukai salió del escondite y decidió ayudar.
-Ven, Yoko. Hay que llevar a Shimamura a que lo curen, y rápido.
Luego, se acercó Yasuhito, que también estaba magullado.
-Vaya, pero que paliza le dieron. ¿Está respirando?
-Sí, está bien, gracias a Dios.
-Y… ¿tú estás bien?
Me quedé quieta por unos instantes. Supuse que él también se había dado cuenta de la locura que hice al acercarme a los ninjas de esa forma. Mis ojos estaban buscando algo en el piso, de tan nerviosa que estaba. Entonces, noté que Ukai se había ido, y que al rato regresó con unos cuantos hombres sin armadura, y con una camilla. En un dos por tres, recogieron a Shimamura y se lo llevaron a alguna habitación del doyo. Me quedé sola con Yasuhito, de nuevo, ya que Ukai (para fingir que estaba preocupada) se fue detrás de ellos. Quise ir también, pero algo me dijo que… no.
-Ay, Dios, al pobre Shimamura le dieron una paliza tremenda. Ah, ehmm, ¿tú estás bien, Yasuhito?
-Sí, por supuesto. No tienes que preocuparte. Estoy bien.
Hubo un silencio pastoso. Después, me puse de pie y me senté en la gradilla que daba para el piso del doyo (¡hecho de tatami!). Yasuhito hizo lo mismo.
-Eh, ¿no vas a ver cómo está el tipo?
-No, bueno, talvez después. Ahora quiero reflexionar…—suspiré y luego dije entre susurros—: la verdad no sé de qué.
Hubo silencio… otra vez.
Pero no duró tanto.
-Sí que fuiste valiente al enfrentarte así a los ninjas.
-¿Eh? Bueno… al ver a Shimamura ahí tirado, me puse como loca. Es que…lo aprecio mucho…
-Sí, se nota. Tienes agallas, chica. Deberías ser guerrera—susurró mirándome a los ojos.
-¿Qué?
No supe que más decir. Yasuhito me miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos me calmaban de tal manera que me distraje un poco mirando sus pupilas. ¿Guerrera? Por Dios, ¿yo? Si me acobardan los ninjas… ¿cómo diablos voy a ser guerrera?
-Ehmm, creo que eso se lo dejo a las mujeres valientes. Eso no es para mí.
-¿Estás diciendo que lo que hiciste allá no fue valentía? Estás mal, querida. Déjame decirte que en mi vida había visto a una chica hacer esa clase de cosas. Las que he visto se quedan escondidas y después lloran la muerte de sus hombres, pero tu no. Tú saliste a enfrentar a esos ninjas sin importar las consecuencias, y prácticamente le salvaste la vida a Shimamura, ya que él estaba tirado en el suelo, inmóvil. Y tú viniste en su ayuda.
-Ay… bueno, no sabía que eso era un gesto de valentía.
En verdad sí sabía, pero quería que alguien más me lo dijera. Realmente quería que alguien me felicitara el hecho de haber enfrentado a los ninjas yo sola. Las palabras de Yasuhito me daban vueltas en la cabeza y me hacían pensar mucho.
Bueno, creo que estaría bien el que yo fuera guerrera. A lo mejor y eso hubiera querido mi padre.
Como Akemi, mi hermana mayor, había salido mujer, mi papá aspiraba que yo, en el vientre de mamá, fuera hombre.
Así, si hubiera sido hombre, hubiera podido ser samurai como él.
Recuerdo que, cuando era pequeña, papá y mamá hablaban mucho sobre el destino que debía seguir Akemi. Yo acostumbraba espiarlos, entreabriendo un poco la puerta de su habitación.
-Hay que hacer de Akemi una gran mujer.
-Sí, pero no será guerrera, Aoshi.
-Oh, por favor, así será valiente y no será como las otras mujeres de su edad… cobardes, y que sólo esperan que les consigan un samurai y esperar el casamiento.
-¿Como las otras mujeres?, O más bien esperas que no sea como yo, una simplona ¿no?
-No, eso no… Kaime…
-¿Entonces? ¡Akemi no va a ser guerrera no mucho menos como tú!
Vi que mamá se puso de pie y se dirigió a la ventana. En eso, rompió en llanto y papá se le acercó. Terminaron abrazados y pidiéndose perdón. En ese momento quise ser hombre y poder hacer felices a mis padres… pero lo único que podía hacer era abrazarlos y decirles:
-Mamá, papá, en verdad me hubiera gustado ser hombre… para ser samurai.
Sólo recuerdo que mamá me besaba el cabello, con lágrimas en los ojos. Y papá repetía:
-Estoy muy orgulloso de ti, Yoko… vas a ser una gran mujer.
*Suspiro* ah, bueno, creo que esa es una buena remembranza de los espionajes que hacía de las discusiones de mis papás. A veces me hacía sentir mal el no poder hacer nada para no ver llorar más a mi mamá… y una que otra vez era casi inevitable hacerla enojar.
Bueno, volviendo a la actualidad, es decir, no a estos tiempos sino al tiempo del relato. Pues, sí, ¿no?
Bien. De alguna u otra manera el “estoy orgulloso de ti, Yoko” de mi papá, me hacía vibrar de emoción. Ajá, entonces, como iba diciendo, ehmm… ¿Qué estaba diciendo?
No, mentiras. No se me ha olvidado lo que iba diciendo. Era para ver si estaban prestando atención. Y que otra forma que preguntarles que estaba diciendo.
Bien, bien. Estaba meditando, allí en el frío tatami de la gradilla. Ahora sola, porque Yasuhito se había marchado, seguramente a seguir a Ukai, como todos los demás samuráis. Mis pies jugueteaban con el suelo arcilloso (ahora seco, porque había cesado la lluvia) en un intento por distraerme. Pero no pude distraerme de aquellos pensamientos nostálgicos, ya que atormentaban mi mente nefasta. Al fin y al cabo, decidí por fin ir a visitar a Shimamura en aquella habitación.
Cuando ya había llegado allá, vi que él estaba en la cama, solo. Los paramédicos ya se habían ido, Ukai ya no estaba ahí (¡gracias a Dios!) y al parecer Yasuhito tampoco. Me arrodillé al lado de Shimamura y traté de hablarle.
-Shimamura… ¿Cómo te sientes?
-¿Eh?, ah, eres tú, Yoko. Estaba preocupado por ti.
-No tenías porqué. Más bien soy yo la que debería estar preocupada, bueno, y no digo que no lo estoy. ¿Cómo te sientes, mejor?
-Si… mejor.
Suspiró, y eso me alivió un poquito. Con la mano acaricié su frente, que estaba caliente. Él mantenía los ojos cerrados, y meditaba mientras mi mano se paseaba por su flequillo. Lo despeiné un poco, pero no lo hice rabiar. Trataba de no impacientarle o hacerle enojar, ya que en verdad estaba cansado, y en su lugar no quisiera ser irritado.
Bueno, señores. Creo que en el transcurso del tiempo, he aprendido a soportar a Shimamura tal y como es. Supongo que ya no me parece insoportable la Ukai esa… sino que me parece SUPER insoportable. Jeje, dirán que soy una loca al reflejar toda la ira que tengo en un único propósito: odiar a Ukai. Y no es que se me haya olvidado la indigestión que en sus tiempos me ocasionó Ukyou, no, para nada. A esa la tengo entre ceja y ceja, a esa si que no la he podido olvidar… de hecho, es Shimamura el que no ha dejado de recordármela. Con el supuesto amor que le tengo, y con ese incesante “es que aún pienso en Ukyou…” ay, ya me tiene harta con eso.
¿Quieren que les diga la verdad? a la larga yo no odio en todo el sentido de la palabra a Ukyou, ni mucho menos a Ukai. Sólo que… las dos tenían motivos para hacerme rabiar, y creo que toda persona debe tener a alguien que le recuerde cuan amarga es su existencia, porque esa Ukai no tiene más oficio que hacerme la vida imposible. Creo que en vez de odio es una “indigestión”, sí, así como lo oyen. Me indigesta el saber que Ukai no va a descansar hasta verme tragar el polvo. Ay, Dios, creo que esto exagerando mucho. Me voy a dedicar de lleno más bien a continuarles mi relato (eso sí, pero tendrán que aguantarse uno que otro monólogo que haga con ustedes, señores).
Me quedé con él hasta el amanecer. Bueno, no quiero decir que al primer rayo de sol me salí de esa habitación, no. Sólo quería ser… ser….cursi.
Bien, continuemos.
Amaneció, un lindo día más de otoño. Resulté despertándome en el pecho de Shimamura; éste sólo me miraba. Ya se había despertado.
-Buenos días, Yoko.
-Ah, buenos días, Shimamura.
-¿Cómo amaneciste hoy, eh?
Me percato que es la primera vez que me dice buenos días y me pregunta como amanecí. Raro, claro. Pero me gustó que preguntara. Por lo menos está aprendiendo… creo.
Luego, cuando ya quité mi cabeza de su torso, se incorporó, sentándose así en la cama. Me miró fijamente y sonrió.
-Vaya. Me extrañó lo que hiciste ayer, Yoko. De verdad, eres muy valiente. Fuiste y enfrentaste a esos ninjas… por mí.
-Ehmm, si. Lo que hice allá. Bueno, al verte allí tirado, se me encendió el coraje… y como lanzada que soy, pues, decidí salir. Así podría evitar que te siguieran atacando, ¿no? Estaba muy preocupada por ti, de veras.
-Sí, y yo te creo, Yoko. Gracias.
Silencio. Se frotó las manos nerviosamente y volvió a hablar:
-Bueno, total, los ninjas son guerreros nobles. No atacan ni a mujeres ni a niños.
Fruncí ligeramente el entrecejo. Se resaltó más la sonrisa que tenía dibujada en los labios. Eso me gustó y él lo notó. Tomó mi mano en las suyas y la apretó. Obligó a mis ojos a mirar a los suyos y…
-Es hora de que te muestre algo que debí mostrártelo desde hace mucho tiempo.
-¿Qué dices? ¿Mostrarme algo?
-Bueno… quiero que sea una sorpresa…
-Ay, vamos… dime, ¿sí?
-No, es una sorpresa.
-Por favor…. Dime, dime, dime—dije sacudiéndole del brazo.
-Ya basta, Yoko, no te diré.
No me gustan las sorpresas, personalmente. La verdad soy muy impaciente para ellas, ¡y no me gusta esperar! Sobretodo cuando sé que se tratará de algo hermoso…según lo que me decían los ojos de Shimamura, claro está.
En eso, se puso de pie e hizo que yo también lo hiciera. Aún me tenía prendida de las manos, y me llevó fuera de la pieza, que estaba un tanto desordenada, cabe destacar. Recorrimos todo el pasillo principal y me condujo hasta una habitación de puerta de madera. Frunciendo el ceño, abrió la puerta. Había mucho polvo por los aires, cosa que hacía que tosiéramos mucho (sobretodo yo, que me encanta toser). En eso, se detuvo. Primero lo miré a la cara y luego miré en derredor. Esa habitación estaba llena de espadas viejas, armaduras y cuanta cosa más de samuráis. Vi en un rincón, una brillante armadura, que supuse que era especial y diferente a las demás. Me solté de las manos de Shimamura y caminé lentamente hasta donde estaba aquella armadura. Soplé un poco de polvo y vi una etiqueta que decía “esta armadura perteneció al gran guerrero samurai Aoshi Hakariyama”. De repente, mis ojos se llenaron de lágrimas al ver lo que veía. Al lado de esa armadura, estaba una pintura. Era mi papá, con su común armadura de guerra; a su lado estaba mamá, más abajo estaba Akemi, pequeña… y al lado de ella, estaba… estaba yo. Todavía más pequeña… ay. Me dio nostalgia, ya que perdí a mi mamá y hermana en el incendio aquel. Y papá murió cuando yo era muy pequeña. Creo que esa pintura la hicieron poco antes de que papá partiera a su destino final.
Miré un poco más abajo, y estaba la grandiosa espada que había usado mi papá para sus peleas, y que según decía la leyenda, usó en su última batalla. Las lágrimas cayeron como ríos por mis mejillas.
-Papá…
Oculté mi cara en las manos y lloré desconsoladamente. Shimamura, pronto, se acercó a mí. Me agarró los hombros y apoyó su cabeza en la mía. Trataba de consolarme.
-Yoko… vamos, sé que está bien llorar, pero hay que ser fuertes. Tienes que demostrarles a los otros que no eres débil.
-Pero… Shimamura… tú no entiendes. Él hubiera querido que yo fuera hombre… más bien, que fuera guerrera, para así triunfar como él…. Así estaría orgulloso allá en el cielo…
Arranqué a llorar de nuevo. Me apretó más fuerte.
-Ya… sé fuerte. Tú puedes ser héroe así seas mujer, Yoko. Te aseguro que, dondequiera que esté tu padre, estará muy orgulloso de ti.
Limpiándome las lágrimas, mi mirada cayó hasta el suelo. Luego volví a hablar.
-Ay, Shimamura, ¿porqué nunca me mostraste esto?
Me soltó y yo me volví para darle la cara. Sus ojos brillaban, pero no más que los míos, por el llanto.
-Bueno, verás. Fue anteayer que descubrí esto. No te lo había dicho porque estaba esperando el momento en el que estuvieras lista para verlo. O sea, mira. Quería esperar hasta el momento en el que te dignaras a admitir que eres valiente, que con tu coraje puedes llegar a donde tú quieras. Bueno, fue precisamente anoche que vi que cumpliste todos esos requisitos. Y por eso esperé hasta hoy para mostrártelo, Yoko.
-Shimamura… no sé que decir.
-Vamos, no tienes que decir nada.
El silencio vino por minutos y después se esfumó, porque me fastidié (ustedes saben).
-Oh, vaya. Eres muy amable—dije al fin.
En ese momento no supe que más decir. Por Dios, ¡era como una especie de mundo de recuerdos de mi familia en el doyo Aebo! Cielos, la verdad no lo podía creer… supongo, no podía parpadear de la emoción que tenía.
Y… por si fuera poco, Shimamura estaba ahí a mi lado, consolándome en mis más duros momentos.
Ah, voy a hacer un pequeño paréntesis. Desde el día en que nos conocimos, Shimamura y yo hemos sido inseparables, como la uña y el mugre. Tanto así, que nos contamos todo (bueno, tengo que admitir que él es el que me cuenta todo. Yo le cuento casi todo). Lo único que daña nuestra relación es el borroso recuerdo que tiene de Ukyou. Claro, si fue su prometida y estaban a un paso de casarse y formar una familia… si no fuera por el incendio, ellos estuvieran casados y no nos hubiéramos conocido. Jamás.
Pensándolo bien, el incendio trajo cosas malas y buenas. Primero, las desventajas: uno, perdí a mi mamá, hermana, amigas geishas, y a mi primer amor Kuno. Además de perder totalmente el lugar en donde crecí y di mis primeros pasos. Segundo, las ventajas (creo que más bien “ventaja” porque sólo fue una): si no hubiera sido por el incendio y por la muerte de Ukyou, Shimamura y yo nunca nos hubiéramos conocido. Y como dicen por ahí que las cosas que a una le pasan son por algo, y ahora pido (recapacitando, más calmada y tomando aire), que Dios bendiga el incendio. No, sólo lo digo por el haber conocido a Shimamura, nada más. Lo mejor que me ha pasado en mi vida se lo debo a ese desastroso incendio. Lo mejor que tengo en la vida es… él, Shimamura Futanaba.
Después de eso, desayunamos juntos y nos reímos hasta el cansancio (ahora no recuerdo de qué, pero sé que era algo muy gracioso, porque recuerdo que reía horrible).
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