lunes, 23 de abril de 2018

Eché una mirada al pasado simplemente: 20

Ha llegado la hora de saber de dónde viene el famoso kimono blanco corto de mangas cortas del que tanto hablo. El mismo que siempre me pongo para limpiar el doyo o algo así. Pues, empezaré diciendo que cuando era chiquita, mi mamá me compró una batita blanca, que se suponía era un kimono blanco como la nieve. Recuerdo que fue en un invierno oscuro y solitario. Mamá me puso el kimono y me quedó grande. Muy grande para ser exactos. Sólo me acuerdo de que mamá lo dobló bien y después lo guardó, y que lo sacaría el día en que estuviera más grandecita como para ponérmelo. Pero, no. Esa misma noche lo saqué de su gaveta y me lo puse, con todo y anchura. Y dormí cálidamente con él. Con mis manitos metidas en los bolsillos… 
Y así me lo puse… hasta hoy, que me quedan ya las mangas por encima del hombro y las bajas faldas del kimono ya están por encima de los muslos. 
Bien, esa fue la historia del kimono blanco, fiel y leal. 
Ahora, continuemos con esto. 

Era hora del baño diario, así que decidí ir al cuarto de baño y desnudarme por completo. Me iba a mojar el pelo, así que me metí de cabeza a la tina –y no me golpeé--, repleta de agua tibia. El otoño no era cálido ni mucho menos, y no me gustaba bañarme en agua fría en un día tan frío como lo era ese día. 
Adelantando a los hechos, me bañé de pies a cabeza y salí. Dando pasos mojados, me topé con Yasuhito, que estaba observando a una mujer. 
Enseguida divisé que observaba a Keiko, la geisha amiga mía, por si no se acuerdan. Estaba con un kimono morado liso, el cual le llegaba hasta el suelo. Tenía el pelo anudado en una cola de caballo; estaba barriendo el piso que daba para su pequeña habitación, y que seguramente al lado estarían las demás habitaciones de las geishas. Yo estaba oculta tras la pared, la cual se encontraba con otra y hacían la esquina. Estaba mirándolos con una sonrisa en la cara, hasta que alguien me interrumpió. 
-Ehmm, disculpa. ¿Dónde puedo encontrar a Ukai Sorimachi? 
-¿Eh? Ah, bueno, si quieres te puedo llevar con ella… pero en cuanto me cambie, ¿bueno? 
-Sí, está bien. Gracias. 
Era una chica, de más o menos de mi edad. Era más alta que yo y llevaba una armadura gruesa que le recubría el busto. Tenía el pelo abultado en la frente, bueno, no como yo que me lo separo en la mitad. Debajo de la armadura, traía una camisa blanca y vestía pantalón rojo escarlata.
Luego, me digné a ir a mi habitación y la chica me siguió. Cuando entré a mi cuarto, ella esperó afuera, obviamente; enseguida me quité la toalla, la arrojé al piso, como acostumbro hacerlo siempre y me sacudí el pelo. Las gotas pesadas de agua cayeron en el tatami del suelo, y después saqué de una gaveta unos kimonos. Recuerdo que había uno verde de pétalos más claros, otro que era rosado con franjas blancas y un último que era negro con puntos blancos y azules. Ese definitivamente lo descalifiqué, como no, empezando porque el negro es muy fúnebre para una mañana tan esplendorosa como esa, los puntos no me gustan y además, esa combinación estaba horrorosa. Dirán que tengo un gusto estricto para vestir, ¡pero es que ese kimono estaba inmundo! Y al final, opté por el verde de pétalos. 
Al salir, mi mirada se chocó con la de la extraña, que estaba esperándome. La encontré apoyada en una columna (las que sostienen el techo del doyo) y cruzada de brazos, mirando a lo lejos. Al mirarme, habló de nuevo. 
-Ah, ya saliste. Bueno… eh, creo que es hora de que busque a Ukai—dijo. 
-Sí, bien… es por aquí—dije señalando el largo pasillo que une las habitaciones de geishas y samuráis. 
Yo iba adelante, para indicarle el camino. La chica miraba a todos lados y cuando yo volteaba, me miraba. Al parecer, ya Yasuhito se había marchado, y Keiko igual. Caminamos muchos, y después dimos con la pieza de Ukai. Tocamos, pero nadie respondió. 
Después de varias tocadas, eso sí, de la desconocida que estaba al lado mío, se abrió la puerta. 
Fue Sonaki la que abrió. 
-¿Sí? 
-Ah, hola Sonaki, ¿como estás? 
-Hola, Yoko… ¿Qué te trae por aquí? 
-Es que a Ukai la busca una chica. ¿Le puedes decir que salga? 
-Bueno, hay un problema. La señorita Ukai no está aquí en estos momentos. Ella está en una reunión con el señor Kinomoto. Creo que ya no debe tardar, ya que fue hace rato que salió. Pero puedes esperarla, ¿no? 
-Claro, por supuesto que sí. Gracias. 
-Bueno, de nada. 
Y así, cerró la puerta. Otra vez me quedé sola con la chica… que no sabía como se llamaba. 
Hubo ratos largos de silencio. Pero como me perturba mucho el silencio, hablé. 
-Eh, ¿y cómo te llamas? 
-Pues… pensé que nunca lo preguntarías. 
Me reí. 
-Bueno, me llamo Akemi, Akemi Nakayima, ¿y tú? 
-Ay, te llamas como mi hermana. Bueno, soy Yoko, Hakariyama Yoko… ó Yoko Hakariyama, el orden de los factores no altera el producto, muy bien dicen en las matemáticas. 
Se rio.
-Esa hermana tuya es una copiona de nombres. 
-No, tú eres la copiona. Ella se lo puso primero. Tenía veinticinco años. 
-Ah, vale. Me ganó, yo tengo veinte. Pero insisto en que es una copiona. Mi mamá lo pensó primero. 
-Je, claro. 
-Oye ¿y porqué dijiste que “tenía”?, ¿es que acaso ya cumplió mas años o qué? 
Me quedé callada por unos minutos. Las lágrimas me vinieron a los ojos, pero no lloré. 
-Lo que pasa es que… está muerta. 
Me di cuenta que es la primera vez que admito que esta muerta. 
-Oh, vaya… lo siento.
-Sí, lo sé. Ya no importa. 
Traté de secarme las lágrimas que aún no salían. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos que hice por que Akemi no notara mis ganas de llorar, se dio cuenta. 
Mi mirada cayó al suelo arcilloso de fuera del doyo. Sentí la de Akemi en mi cabeza, y con mayor razón contuve la vista en el suelo. No me quedé callada y enseguida hablé. 
-Eh, creo que nos tocará esperar a Ukai por unos minutos. ¿Quieres esperar aquí o… o te vas a mi habitación conmigo? 
-Me parece una buena idea. Vamos. 
Y así sucedió. Me acompañó hasta mi habitación y allí, nos sentamos en el suelo y comenzamos a hablar. Que cosas, ¿no? 
-Y bien, vamos a conocernos. ¿Estás aquí sola o…? 
Interpreté lo que quería decir. 
-Pues, no. Llegué aquí con Shimamura, un joven samurai. 
-Ah, ¿sí? ¿Es tu novio? 
-¡Claro que no! Qué tal… 
Me sobresalté un poco al escuchar semejante comentario. Akemi me miraba con una sonrisa pícara. Eso me hizo enfadar un poco, pero no mucho. Me di cuenta desde que la vi que era una persona burlona y de buen sentido del humor. 
-Y, ¿tú no naciste acá?—siguió diciendo Akemi. 
-No, yo nací en el doyo Kohawa. Queda lejos de aquí. 
-Pero… ¿ese no fue el doyo que se quemó sin dejar sobrevivientes? Eso era lo que había entendido. 
-Sí… de hecho, fui la única sobreviviente. 
Noté en su cara un gesto despectivo, que me hizo creer que no lo creía. Acomodó los pies dentro de las sábanas del kotatsu y habló otra vez. 
-Oye, perdona. ¿Puedo meter las piernas aquí? 
-Sí, desde luego. 
-Gracias. Es que hace un poco de frío aquí dentro. 
En ese momento me di cuenta de que la ventana estaba abierta. “Trágame tierra” susurré. La pena me obligó a pararme a cerrarla… y vi afuera del doyo unos hombres hablando. Me acomodé para escuchar la conversación. 
-Listo, señor Kinomoto. Ya todo está en orden y sólo estamos esperando su señal. 
-Bien. Ya pueden irse. 
En eso, me percaté de que eran ninjas. ¿Qué demonios estarían hablando con el señor Kinomoto? Sabrá Dios. Sólo sé que después que se fueron como sombras andantes (insisto) el señor Shizo se metió al doyo. 
Akemi comenzó a preocuparse. 
-Oye, Yoko ¿qué tanto ves? 
-¿Eh? Ah, no, nada. Sólo… 
Me quedé en silencio por un corto instante. 
-Nada, nada, sólo me quedé mirando las hojas de otoño — respondí raudamente. 
-Ajá. Eh… ¿y te la pasas aquí tú sola? 
-Pues… no. A veces me voy a hablar con mis amigas geishas. 
-¿Geishas? ¿Y tú no eres una? 
-No. Sólo soy la que sirve el sake. 
-¿Sake? ¿No tendrás por ahí un poco? 
-No, yo sólo lo sirvo. Ukai siempre lo guarda…, ehmm, no sé exactamente en dónde. Creo que en la cocina. 
-Ah, bueno. No es que sea alcohólica o algo así. Sólo quería un poco, se me secó la garganta. 
-Eh, pero si quieres te puedo dar un poco de agua. 
-Bien. Está bien. 
Nos levantamos y corrí la puerta. Primero salí yo y después me siguió ella. Caminamos hasta la cocina, y la verdad me sentía un poco incómoda el tener que encargarme de Akemi mientras la Ukai esa se demoraba mucho. Me sonrojé, pero seguí caminando. 
Al fin llegamos a la cocina; al entrar, nos encontramos con unas cuantas señoras, de esas que hacen los sushis y los teriyakis y otras comidas del desayuno, almuerzo o cena. Una de ellas se nos acercó. Era gorda (no rechoncha), vestía un kimono azul cielo y tenía un pañuelo en la cabeza. Tenía también un delantal anudado a la altura de la cintura, y cuyo nudo no se alcanzaba a ver por la grasa que le caía de los senos. Estaba pasadita de peso, sí. Pero no estaba obesa. 
-¿Se les ofrece algo, mujeres? 
-Éste…, bueno, ella es nueva aquí—dije señalando con las manos a Akemi--, y necesita un vaso de agua. 
-Hmm, bueno. Ven acá. 
La señora cogió de la muñeca a Akemi y la condujo hasta un pequeño mostrador; allí, puso un pequeño vaso, y sacó un jarrón, que estaría lleno de agua. Vertió el agua del jarrón en el vasito y se lo dio. 
-Aquí tienes, niña. 
-Oh, muchas gracias. 
La tomó con gusto y rápidamente. En cuestión de segundos, su puño bajó junto con el vaso y lo colocó en el mostrador. Unas gotas de agua cayeron en la madera de la pared y otras en el mismo mostrador. 
-Ay, estaba reseca. 
Después, nos fuimos de vuelta a la habitación. Para ir a mi habitación siempre es placentero, ya que como tenemos que pasar por un pasillo que da para el bosque, el viento que siempre era cálido, nos pegaba en la cara, de manera que mi cabello jugueteaba con las ventiscas al igual que el de Akemi. Unas hojas se entraban al tatami del suelo, y luego las pisábamos. 
-¿Y qué se supone que vamos a hacer en tu cuarto, Yoko? 
-Pues… eh, ¿sabes qué? No vayamos a mi cuarto. Ya sé lo que vamos a hacer. Te voy a presentar a Shimamura. 
Y así lo hicimos. Retrocedimos a paso lento y nos fuimos directo a la sección de las piezas de los samuráis. Estaba un poco vacía, cabe destacar; había unos trapos y ropas guindadas afuera, en el jardín. Como se notaba que eran ordenados (lo dije sarcásticamente… je) 
-¿Dónde es la habitación del tal Shimamura?— me preguntó--, estos samuráis viven en una tacita de plata si vamos a ello. 
-No es cierto—rezongué--, es la señora que asea la que deja el piso reluciente… ni pienses que esos cavernícolas dejan esto así, para nada. Todas las mañanas paso por acá para ir a la habitación de Ukai, y siempre visito a Shimamura y veo que esos samuráis de alcornoque (sobretodo Shimamura) dejan todo esto vuelto nada. 
Akemi frunció el entrecejo. 
-Es la pobre señora Takeda a la que le toca todo este desastre—proseguí. 
-Ajá, ya veo—dijo ella arqueando las cejas. 
Las dos miramos hacia una puerta que se abrió. Era Yasuhito. Supuse que ya se había presentado con Kinomoto y que ya hasta tenía cuarto. Tenía puesto un kimono negro, que parecía más bien un azul oscuro, casi turquí. Encima del kimono, su ahora común armadura gruesa que visten todos los samuráis. Además, iba con unas sandalias que iban cerrando con broche de oro. Se veía bien, y al parecer no fui la única que lo noté, ya que Akemi había puesto sus ojos en los de él. 
Yasuhito nos vio y enseguida comenzó a hablar. 
-Ah, buenos días, Yoko. ¿Quién es tu linda amiga? 
Akemi se sonrojó. 
-Eh, bueno. Yasuhito, ella es Akemi Nakayima. Akemi, él es Yasuhito Nohara… si mal no estoy. 
-No lo estás, querida—dijo él, y después dirigió su mirada a ella--. Mucho gusto, Akemi. 
Akemi levantó la cara, porque de la pena la había echado al suelo. 
-El gusto es mío. 
Se quedaron mirándose a los ojos por un largo rato, hasta que él tuvo que irse.
-Bueno, lamento no poder seguirlas acompañando, pero el deber llama. 
Nos miró con cara ladina y después volvió a hablar. 
-No es cierto. Es que tengo mucha hambre y la verdad no me quiero perder el banquete… ese sashimi que estaban haciendo… uyyy, hasta aquí olía delicioso. 
-Descuida, sólo estamos buscando a Shimamura. ¿Lo has visto?—le pregunté. 
-Eh, creo que no. El viejo no se ha aparecido por aquí. Bueno, no sé, en toda la mañana no lo he visto… ¿ya buscaste en su recámara? Tal vez esté muerto de risa ahí. 
Reí, y Akemi hizo lo mismo. 
-No, no hemos buscado allí. Sí, quizá esté ahí—le dije--. Bueno, ven Akemi, iremos a buscarlo. 
-De acuerdo, ¡ah, pero esperen! La comida no la sirven dentro de unas horas, así que… eh, oye, te toca esperar—dijo frotándose el estómago. 
Asentí con la cabeza, Akemi se sonrojó y después, fuimos a la habitación de Shimamura. Entonces, como soy yo la que conoce la dirección hasta allá, iba adelante. Caminamos y caminamos hasta llegar a una alcoba de color terracota. La puerta estaba abierta, así que sin más preludios entramos; no había nadie adentro, tal vez Shimamura no estaba ahí. 
-Ay, ¿donde puede estar?—me pregunté. 
-En el baño, quizá…--replicó Akemi. 
Ya había levantado las cobijas del suelo, dizque buscándolo (como si él fuera tan delgado para no notarse a través de las sábanas… soy algo tonta). Akemi y Yasuhito miraban a ambos lados y decidí entonces entrar al baño. Recordando aquella vez que entré al baño y él estaba desnudo, traté de ser lo más discreta posible, pues para que, si se diera el caso y estaba ahí, no se diera cuenta. Entré sigilosamente, con pasos entrecortados. Y, después de haber mirado en derredor, deduje que no estaba, que el cuarto de baño estaba vacío. Mis mejillas se pusieron coloradas por el frío que se acumulaba en el cuarto de baño. 
-No, no está aquí—murmuré. 
-¿Y entonces?— preguntó. 
Me quedé callada. Solamente me encogí de hombros y ella lo tomó como respuesta. Como estaba medio agachada, me enderecé y salí del baño. Tosí; realmente el humo frío (que no recuerdo de donde salió) me hacía sentir mal, más bien, pesada. Extendí los brazos buscando algo para apoyarme y me encontré con los brazos de Yasuhito, que estaba preocupado, y trataba de ayudarme. Caí en sus manos y me levantó. Estaba con los labios partidos y la cara helada. 
Cuando me enderecé… 
-¿Estás bien? Casi te caes… 
-Sí, lo estoy. Descuida. 
Sonrió. 
-Sí, me doy cuenta, querida. 
Me ayudó a incorporarme y me sacudió el kimono, ya que se había ensuciado un poco de polvo, ya que me arrodillé en el suelo. Y el baño de un hombre no es que sea del todo limpio que digamos… ustedes me entienden, ¿no? Y por eso, mi kimono se había manchado. 
Salimos pues del cuarto y nos encontramos cara a cara con el propio Shimamura, que estaba desayunando, o algo así. 
Nos vio. 
-Caramba, Yoko, ¿ni un segundo puedes parar de molestarme? 
-Ay, idiota… sólo quería presentarte a Akemi… pero ya nos vamos, para no molestarte más… estúpido. 
-Sólo bromeaba… no es para tanto. 
Akemi y Yasuhito reían. Él me miraba y yo le correspondí con una mirada severa y con el ceño arrugado. Shimamura si que me sacó de casillas. 
-Yoko…--oí que decía Shimamura--, sólo estaba jugando, no te lo tomes a mal, tonta. ¡Ven! 
-Cierto—dijo Akemi—, ¿no te toleras ni una bromita? 
-¡Eso para mí no fue una broma, Shimamura!—grité. 
-¡Oye no me levantes la voz!—gritó él. 
Yasuhito y Akemi retrocedieron. 
-¡No te estoy gritando! Lo que pasa es que como te molesto tanto que ni siquiera soportas que te alce la voz… 
-¡Claro que me gritaste! ¡Y ya te dije que fue una broma! 
-¡Ay para ti todo es una broma! 
-¡DEJA YA DE GRITARME, YOKO! ¿NO PUEDO BROMEAR ACASO? 
-¡ESA BROMA FUE DE MAL GUSTO! 
-¡PUES PERDÓN! ¡YA! ¡¿Contenta?! 
Nos miramos fijamente a los ojos. Él y yo estábamos iracundos, tanto, que Akemi estaba asustada. Yasuhito, sin embargo, estaba riéndose. 
-¡Te apuesto a que ni siquiera toleras mi presencia aquí! 
-¡Claro que…! ¡Oye Yoko…! ¡Espera! 
No presté atención y emprendí retirada. Mis cachetes ardían de rabia y estaban además colorados. Mantenía la mirada fija en algún punto en la nada, con tal de no voltear a verles la cara a los otros. Con todo lo que hice, de todos modos alcancé a escuchar lo que dijeron a continuación. 
-Al parecer, ustedes tienen un serio problema de convivencia—dijo Yasuhito. 
-Sí—dijo Akemi--. Pero como dice el dicho: del odio al amor sólo hay un paso… 
-¡Cállate!—farfulló Shimamura—. ¡Yo no amo a Yoko ni mucho menos!—se calló y volvió a hablar—: Además, ¡toda esta pelea estúpida es culpa de ella! 
Sus palabras me hirieron tanto como si me hubieran enterrado mil cuchillos. 
-¡¿Ah, sí?! ¡Si tanto te parece culpa mía, es mejor que me vaya! 
-Sí—continuó Yasuhito cruzándose de brazos—. Yo diría que se quieren mucho… 
Dijo eso y se rió. Akemi también lo hizo. Shimamura y yo sólo nos mirábamos con cara furibunda. 
Esa pelea sí que dio para rato, señores. Cuando reaccioné, recordé que Akemi buscaba a Ukai y que aún no salía del despacho del señor Kinomoto. “ya debió haber salido hace buen rato” pensé. 
-Oye Akemi—dije olvidando la absurda pelea--. Ya Ukai debió haber salido. ¿Quieres que vaya a ver? 
-Sí, de acuerdo—replicó. 
Y así lo hice. Dejé a los chicos y seguí en dirección a la habitación del señor Shizo, que estaría con la puerta cerrada. 
-¡Oye Yoko!—gritó Shimamura--. ¡Aún no he terminado contigo! ¡Regresa! 
No le presté atención y volviendo a lo que estaba, ajá. Estaba enfrente de la habitación. Como soy educada, ni más faltaba, toqué la puerta con el puño derecho. Esperé un rato, pero nadie respondió. Toqué de nuevo e igual… nadie respondía. Me cansé de tocar y abrí la puerta. Me encontré torpemente cara a cara con…Ukai. 
Ella notó que la miraba. 
-Yoko… ¿eras tú la que tocaba?—dijo con tono cínico, como le es usual. 
-Eh…, sí, claro. Era yo. Es que la necesitaba. ¿Ya terminó de hablar con el señor Shizo? 
-¿Es que acaso lo ves aquí?—dijo señalando el kotatsu--. Claro que terminé de hablar con él. Hace buen rato, Yoko. 
Me respondió como si fuera qué, ¿tonta? ese es otro impulso para el movimiento sin ánimo de lucro DAU (Detestamos A Ukai/Ukyou, o todo lo que se le parezca). Al parecer soy la única miembro. Pero poco a poco conseguiré más compañeros. Lo sé. 
No me quedé callada. 
-Ah… pues, viéndolo así…, ah, bueno, hay una chica que dice que quiere hablar con usted… señorita. ¿La dejo entrar? 
-¿Está ahí afuera? 
-No, tengo que ir a buscarla…, es que hace rato que llegó. 
-¿Y por qué no la habías traído, eh? 
-Es que cuando entré en su pieza, me abrió Sonaki, y me dijo que estaba hablando con el señor Kinomoto y… conociéndola a usted… y a él…pues, pensé que tardarían mucho. Lo lamento. 
-Ay, bueno, está bien. Tráela…, anda. Por el amor de Dios… 
Se puso la mano en la frente en señal de frustración. Le hice mala cara (creo que más bien fue una mofa con los labios, ya saben, sacando la lengua), aprovechando que tenía los ojos tapados. Dios, no la soportaba y tras del hecho me tocaba ser servicial ante ella. ¡Si supieran las ganas que tenía de agarrarle los pelos de una sola mano y trapear el suelo con su cara! 
Bueno, creo que de eso se encargará el DAU, para eso lo inventé. 
Bien, después salí del cuarto y cerré la puerta de un rodazo. Suspiré y emprendí caminata de vuelta al cuarto de Shimamura, ya que supuse que Akemi seguiría ahí. 
Iba con los brazos adelante y algo torcida; el flequillo se sacudía con la ventisca en mi frente pequeña y trataba de peinarlo cada vez que cesaba el viento. 
Y después de dar tantos pasos y pasitos llegué otra vez a la habitación de Shimamura. 
Para mi desgracia, Akemi, ya se había ido. Sólo estaba él. 
Y me estaba mirando, señores. 
-Ah, Yoko. Por fin. ¿Volviste para disculparte, no?—dijo rabioso. 
-No…, idiota, vine en busca de de Akemi… ¿Dónde está?—dije mirando a todos lados. 
-Pues… qué te digo. Me dijo que iba a buscarte. No sé si habrá entrado a tu habitación. Búscala que la encontrarás—dijo encogiéndose de hombros. 
-Pues, sí, ¿no? Imbécil. 
-Lo mejor del cuento es que acaba de irse… cómo te parece. 
-Ay, no me digas eso. 
Unas pesadas gotas de sudor frío cayeron de mi sien. Eran del frío, obvio, porque en esa época no hacía calor. Para nada. Suspiré de nuevo y salí en busca de Akemi, y primero pasé por mi habitación, que como cosa rara estaba arreglada. 
No, no había señal de Akemi por ningún lado. Ahora sí que la Ukai me va a matar. Pero si lo hace, la DAU tendrá más motivos para ir en su contra, ¡sí, señor! 
Aparecen banderitas y todo eso… pero no Akemi. 
Tocó entonces ir a otro lado. No la conocía bien, y no sabía que le gustaba y que no. Pues de todos modos me tocó caminar, que era lo que menos quería hacer en ese momento. 
Pero… ahora viene lo bueno. 
Resulta que encontré a Akemi viendo nada más y nada menos que la pieza escondida, en la que todos los recuerdos de mi familia estaban sellados. Era el cuarto que me había mostrado Shimamura, el de mi papá. 
Al parecer, Akemi había logrado entrar (y no me pregunten de qué forma, señores), y estaba observando la vieja armadura de mi papá. Me inflé de orgullo y entré a la pieza. Se asustó un poco pero al ver que era yo se calmó. 
-Ay, Yoko… me asustaste. ¿Qué traes? (supongo que esa es una nueva maneta de decir “que ocurre”… o algo así) 
-Eh, no nada. ¿Qué haces en el cuarto de mi padre? 
Abrió los ojos más de lo normal. Se quedó un tanto boquiabierta. 
-¿QUÉ? No… no me digas que este tipazo es tu papá… Por el amor de Dios, ¡es mi ídolo! 
Me sonrojé, y alcé la vista hasta los ojos de papá, en la pintura. Parecían brillar de orgullo. 
Ella siguió hablando con algún toque de emoción (por qué será que todo el mundo se emociona cada vez que digo que Aoshi Hakariyama es mi padre, eh? Ni que fuera qué, ¿Oda Nobunaga?) 
-Guau, no pensé que llegaría este día… conocer algún descendiente del gran Hakariyama… ¡Dios! 
-Ehmm, bueno, sí. Pero ahora debes acompañarme, Akemi. Ukai ya se desocupó. Te está esperando. ¡Vamos! 
-¿Eh? Ah, claro… Ukai. 
Se volvió para darme la cara, que estaba roja de la emoción. Mi sonrisa no se borraba. Mi mentón estaba erguido y el orgullo no me cabía en el pecho. Así pues salimos ambas de ahí y nos fuimos a donde se encontraba Ukai. 
Esta no estaba de buen humor, como nosotras. 
-Hmm, Akemi Nakayima… te estaba esperando-- dijo con la mirada fija en los ojos de Akemi. 
-Sí, señorita. Estoy dispuesta a lo que me ponga hacer. 
Ukai se frotaba la barbilla en señal de que estaba pensando (perdón, ¿ella piensa? Pensé que era de esas geishas que eran huecas de mente, –sin ofender, querida Keiko y también tú, Futari-). Akemi la miraba desafiante y confiada. Yo me encontraba detrás de ellas, en la puerta; miraba el cabello negro azabache de Akemi, que la diferencia de mi hermana, ya que ella era un tanto pelirroja. Bueno, ese no es el punto. Ukai me habló después. 
-Yoko… ya puedes retirarte. 
-¿Qué? 
Comprendí lo que quiso decir. Señaló con la cabeza la puerta y salí fugazmente. Akemi se quedó con ella y la verdad le rogué a Dios que la anaconda (je, así le digo a la estúpida) no se la comiera. Me apoyé de espaldas en la puerta unos momentos y movía la cabeza de lado a lado, concentrando la mirada en el techo. Estaba un tanto sucio, porque las señoras del aseo no lo habían limpiado. Entonces, decidí ir a contemplar de nuevo la pintura de mi familia, en aquella habitación. 
Entré cuidadosamente, sin romper nada que estaba alrededor. Concentré la mirada en los aún brillantes ojos de mi padre, las manos de mi mamá tocando a Akemi, mi hermana y yo que estaba a un ladito. Era la más chiquita de la foto. 
En la pintura tenía el cabello hasta la barbilla. El copete lo tenía todo abultado en la frente (cosa que no me gusta, por eso me lo separo) y era muy cachetona. 
Después, bajé la mirada a la espada envainada del rincón, que estaba al lado de la gruesa armadura. Mis ojos se aguaron y caminé despacio hasta ella; la levanté con mis dos manos y hablé sola. 
-Sé que papá hubiera querido que sus hijas fueran unas grandes mujeres… y como Akemi no lo logró… pues, creo que yo debo hacerlo, ¿no? Soy una de las pocas Hakariyama que quedan en el mundo. Debo hacerlo. Tengo que ser… guerrera. 
Me extrañé de mis propias palabras. 
-¿Guerrera? No, eso no es lo mío. ¿Geisha? No tampoco… entonces, ¿cómo demonios enorgulleceré a mi familia? 
En eso mi conciencia metió baza. Aparecieron como dos conciencias: un angelito y un diablito. Creo que eso le pasa a todo el mundo, el angelito bueno y el diablito que te quiere tentar… ya saben. Pero el diablillo empezó a hablar: “Yoko, tiempo sin verte… no, mentiras. Vamos a lo serio. ¿Sabes qué puedes hacer para enorgullecer a la familia? Lo único que tienes que hacer es… ¡matarte! ¡Sí! ¡Mátate, mátate, mátate!...”
Y el angelito, no se quedó callado: “¡No lo escuches, Yoko querida! No confíes en ángeles que se visten de rojo y negro. ¿Sabes? He estado analizando tu caso y creo que, si confías en mí, claro, deberías… no sé, lanzarte a seguir tus corazonadas… tal vez consigas una oportunidad en otro doyo para ser eso que tanto anhelas. Sabes que debes seguir a tu corazón…
Después de escuchar algo semejante, quedé en dubitativo silencio. 
-Seguir mis corazonadas, ¿no? Hmm, no está mal—me dije—. No sería un mal comienzo, tal vez deba…, sí, ser guerrera, como mi padre siempre lo quiso. 
Y así salí del cuarto de mi familia. 


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