La primera parte del sueño estaba en una rara versión del Buenavista. Estaba en mantenimiento, con pedazos en construcción y así, pero en el sueño era un aeropuerto, no un centro comercial. No sé por qué yo lo veía todo a través de una mujer castaña, delgadísima, que se parecía mucho a Teresa, la de la telenovela mexicana. Ella caminó todo el aeropuerto atravesando puertas, ascensores, salas de abordar y pasillos interminables. Parecía afanada y perdida, yo podía sentir su angustia, aunque ella trataba de mantener la calma. En un momento llegó a las puertas de un destartalado ascensor y subió. Adentro, el cubículo estaba forrado de bolsas negras como de basura. Subimos muchos pisos, buscando la maldita sala de abordar, cuyo número no recuerdo ahora muy bien, sólo sé que era algo así como G3. En fin. Seguimos subiendo y bajando de pisos. Una vez llegamos a una sala de abordar con un solo número de diferencia de la nuestra, ¡Estábamos cerca! Así que tomamos el ascensor una vez más. Había dos personas más ahí con nosotros, dos hombres. Uno musculoso u gigantesco y el otro más bien flaco. Nos miraban como con hambre, parecían muy sospechosos. De pronto el ascensor pareció emitir un "ups", como burlándose de nosotros, y cayó estrepitosamente hasta el piso número uno. Antes de que se abrieran las puertas, el hombre musculoso sacó un cuchillo diminuto y lo lanzó hacia mí. Yo saqué fuerzas de quién sabe dónde y atrapé su brazo, que dejó estirado de una manera bien incómoda. Lo empuje y salimos del ascensor forcejeando. Se escuchaban unos gritos despavoridos, pero no supe quién los emitía, pues miraba a mi alrededor y no había absolutamente nadie. Mis brazos se habían deformado cual boa constrictor atenazado al hombre a mi bien fuerte, entonces el otro de los ladrones, el flaco, sacó una pistola y comenzó a dispararme. Yo me apresuré a ocultarme tras una columna también forrado en bolsas negras. En una de esas el flaco apuntó y use al musculoso como escudo. Mato a su cómplice sin compasión, prácticamente vaciándole el cartucho en el pecho.
Al final llegó una especie de Policía y logró capturar al flaco. Luego, yo arrastré el cadáver del musculoso, demorando un buen tiempo en llevarlo hasta la Policía. Una vez llegamos a su encuentro, el hombre fue transformado en una especie de mofeta morada y cartoon, ¡vivo! Y la Policía le amarró manos y pies sobre su cuerpo boca arriba, como un cerdo a punto de ser el centro de una cena. Mi prima me llamó y yo, toda ensangrentada, corrí a buscar mi maleta y mis chancletas. Recuerdo que tenía angustia de que todos mis objetos estuviesen dentro del maletín, intactos. Después corrí hasta donde estaba mi prima y partimos.
Esta parte del sueño que sigue es más bien nostálgica. Ahora estaba en el que fuera mi colegio. Caminaba por los pasillos con parsimonia. Llegué a quedar cerca de la capilla, en donde me encontré con personas con las que hace tiempo perdí el contacto. Una de ellas era Ana María, una amiga de infancia, y el otro era Édgar, un compañero de Universidad. Ahí, acorralada por lo que parecía una materia y la pared, los abracé. Abrace también a una persona más, a mi prima. Y lloré.
Finalmente los solté y me fui con mi prima, a seguir la extraña travesía. Llegamos a un apartamento. Dejamos las cosas en una habitación y nos acomodamos. Luego entramos a otra y prendimos la luz. Debajo de la cama había una niña gorda, bebé, de raza asiática y achinada, llorando. Nos escabullimos para consolarla y hacer que saliera de ahí. Estaba acostada sobre un montículo de tierra sucia y había un creciente hormiguero formándose bajo ella. Pero la niña no quería salir de ahí. Hizo pataletas y escándalos por cada vez que intentamos moverla. La saturamos de atenciones, le trajimos agua, un tetero con leche, una almohada, pero ella seguía aprehensiva con nosotras. Seguía pataleando y llorando hasta que decidí preguntarle si quería que la dejásemos sola, a lo que ella respondió asintiendo con la cabeza. Entonces salimos de debajo de la cama y de la habitación, apagando otra vez la luz. Ya de vuelta en el otro cuarto, mi prima y yo nos sentimos con el corazón roto. La niña no nos necesitaba ni quería estar con nosotros. Me sentí especialmente devastada.
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