Les voy a hablar sobre el Hombre
Sombra y las historias que me cuenta. Historias que solo yo veo, que solo yo
escucho. Historias que me acechan desde lo más profundo del cuarto. Vienen a mí
todas las noches, y yo tengo que estar atento, siempre pendiente de todas y
cada una de las letras que aterrizan como cosquillas en mis oídos. Me habla de
Marta, a la que su pelo le creció tanto que se la tragó. Me habla de
Candelaria, que resultó descuartizada, víctima de una horda de murciélagos saturados
de rabia. Me cuenta de Vanessa, que se tiró de este mismo balcón. de Nicolás, ahorcado con una correa. De Ernesto, asesino de Nicolás. De Mauro, el que se
zampó las pastillas como caramelos, y de Ágata que se tiró de este mismo balcón.
También me contó sobre Lila. Toda ella era inocente, beldad, mucha ternura,
pero sus uñas… ugh. Eso sí que no. Esas malditas garras, cuales pezuñas de
diablo, lucían cuarteadas, casi tan largas como garfios. Era culpa de su madre.
Todas las noches era la que con paciencia y con esmero venía todas las noches a
cortarle las uñas que crecían y crecían como si de plantas bien fértiles se
tratase, hasta que la mujer se perdió y se confundió con la eternidad, y con ella
había muerto la higiene de Lila, dejando a las uñas vueltas una mezcla de
liquen y moco amarillento. Una noche, sin embargo, Lila se despertó una
sensación caliente en sus piernas. Esa noche vio algo más que liquen y moco al
pie de su cama. Algo brillaba, flotaba justo en frente de ella. ¿Qué podría ser
aquello? Brillaba tanto… Lila quiso acercársele a lo que sea que fuese, pero
una extraña fuerza descomunal la acostó de nuevo. Luego se abalanzó sobre sus
pies como una sombra alargada y densa, y empezó. Todo lo que escuchó Lila de
aquello fue una serie de ruidos secos. TAC. Lila se sobresaltó y se sintió
presa de una sensación caliente a pesar de estar congelándose de la cintura
para arriba. Otro TAC, y sintió caer sobre su cama una lluvia dura, como
granizo inyectándose en sus piernas desnudas. TAC. TAC. TAC. TAC. El cortaúñas
siguió sin parar, hasta que, al cabo de unos minutos, detuvo la mutilación y antes
de que Lila reaccionara la sombra había desaparecido. Y así estuvo por varias
noches. Sueño intranquilo, despertada, la sombra aparecía, le cortaba las uñas
y se iba. Sueño intranquilo, despertada, sombra, uñas, adiós. Sueño
intranquilo, despertada, sombra, uñas, y adiós. Veintiséis noches en total,
cada una de las cuales era más placentera que la anterior. Lila no podía
explicar el placer que sentía cuando la lluvia de granizo ungular que caía
sobre sus piernas. No pares. No pares. No pares. TAC. TAC. TAC, pero no pares,
así se acaben mis uñas. No pares, así estés llegando a la madre. Y la sombra llegó,
y aun así Lina gemía, presa de un éxtasis inconmensurable que ni ella misma
lograba terminar de entender. Gemía y gemía. Algo al pie de la cama parecía
brillar más que el cortaúñas y Lila se dio cuenta. Era una sonrisa. La sonrisa
de la sombra. Le recordó tanto a su madre. Mi madre, decía. Mi madre, mi
sombra. Mía y solo mía, carajo, la única que me cuidaba, la única que me
quería. Pasó una noche, perforó los dedos. Pasadas dos más, llegó hasta el
empeine. TAC. TAC. TAC. Pasó una semana, llegó hasta el tobillo. Lila arqueaba
el cuerpo tratando de guardar el placer que le hormigueaba desde las
pantorrillas hasta las costillas, y gemía y gemía, y LiLA GRITABA AHORA, YA
CASI ERA EL AMANECER Y LILA QUERÍA QUE SE QUEDARA HASTA LA MAÑANA, TARDE, HASTA
LA NOCHE, QUE NO PARARA, PORQUE IBA A ESTALLAR, MI MADRE NO ESTABA AQUÍ, PERO
CÓMO LA SENTÍA DE CERCA, Y LILA SE SENTÍA EN EL CIELO, DIOS, ES ESTE EL CIELO O
EL INFIERNO, PORQUE LILA SENTÍA QUE LA ALEGRÍA QUE TENÍA SU SOMBRA PARECÍA MÁS
BIEN TRISTEZA, PORQUE LILA SENTÍA QUE LLORABA. SÍ. Y LA LLUVIA DE LOS PÁRPADOS
SE CONJUGABA CON EL GRANIZO SOBRE LAS PIERNAS, YA, YA NO AGUANTABA MÁS, HABÍA
PERFORADO SU MUSLO, TAC, TAC, TAC, Y LLEgó la noche número veintiséis y la
alegría seguía ahí, brillando, al lado del cortaúñas, y Lila enloqueció, y tenía
los ojos desorbitados, y Lila quedó en la cama, sin piernas y con unos muñones
de brazos. Y así termina la historia de Lila, de
las historias que el Hombre Sombra me cuenta. Siento una piquiña en el bajo
vientre, esa sensación que siempre me dejan sus historias susurradas al oído. Y
ahora las transcribo aquí, estornudando por la lluvia de granizo ungular que ha
dejado en mi regazo.
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