En la primera parte del sueño, lo veía todo a través de los ojos de otra persona. Un hombre, como de medina edad, con gafas y una quijada prominente… algo así como una versión caricaturesca de Stephen King. Estaba en medio de mucha gente, en mi casa, mi casa de la vida real, pero… no sé, se sentía diferente. Todo pasaba lento, como si estuviese bajo el agua. De pronto, otro hombre, parecido a mí (a mi yo hombre-Stephen-King-caricaturesco, valga aclarar), calvo, también con gafas, se me acercó. Se presentó como mi hermano. Hablamos animadamente, aunque no pude evitar sentir pena por él. Puedo empezar diciendo que tenía una hendidura muy fuerte del lado izquierdo, en la parte inferior de la boca, como si le hubiesen partido el labio con un puñetazo. En un momento rio tanto que alcancé a ver su boca por dentro. Sangraba profusamente, y la sangre se mezclaba con la saliva a cada carcajada. Más adentro, la boca estaba… cómo explicarlo. Sucia. Pero no era que tuviera los dientes amarillos ni caries o algo parecido. Hedía, eso sí, con un apestoso aliento, mezcla de humedad y cebolla podrida. Sus paredes estaban mohosas, bastante ennegrecidas. Ya llegando a la campanilla y a la garganta, desde el paladar superior emergía una capa amarillenta, un liquen cuarteado y horrible que llegaba hasta las últimas muelas superiores. En vez de asco sentí mucha lástima. No sé cómo o por qué tuve esa idea, o cómo logré dar con ese horrible sentimiento de tristeza y desamparo que provoca la muerte de un ser querido. Pero sí. Ese hombre era importante para mí y no quería que muriese, así que lo aferré fuerte y le di unos golpecitos en la espalda. Los dos nos pusimos a llorar en medio de sonrisas tristes.
En la segunda parte del sueño seguía estando en mi casa, pero ya no era un hombre, y mucho menos la versión caricaturesca de Stephen King. Ahora era yo, una muchacha, y estaba en la sala, viendo pasar a la gente por la calle. En esas llegaron tres tipos grandes y corpulentos con gafas oscuras. Pidieron hospedaje y yo los dejé entrar. Caminaron viéndolo todo por encima del hombro, llegaron a la cocina y finalmente al cuarto de aseo. Acodándose sobre la lavadora sacaron unos cigarrillos. Con un temblor en la voz me apresuré a decirles que si querían fumar lo hicieran en la terraza, pero no me hicieron caso. En vez de eso, destaparon los botones de la lavadora y encendieron fuego con chispas. Estaban usándola como si de una estufa a gas se tratase. Emitía una serie de sonidos fuertes, como pequeñas explosiones que me asustaron sobremanera. Con esas explosiones encendieron sus cigarrillos y fumaron muertos de la risa.
Y bueno. Por más que me mate la cabeza pensando en el resto del sueño, no he podido acordarme de más nada.
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