lunes, 10 de septiembre de 2018

Amanecer de nubes rojas: 1

PRIMERA PARTE

“El amor es un piano lanzado de un cuarto piso y tú estabas en el lugar equivocado y en el momento equivocado”.


I.
LO QUE PASÓ ESE DOS DE JULIO

¿Les ha pasado alguna vez que no recuerdan lo que sueñan, pero sí las sensaciones que les dejó ese sueño? Hacía rato que no me despertaba de esa forma, toda agitada y temblorosa, a eso de las cinco de la mañana, bañada por un sudor frío. El corazón me pateaba las costillas y respiraba con la boca abierta. 
No sé qué soñé, pero sí sé que fue una pesadilla. Y en ella corría. Corría y corría. Huía de algo, pero solo Dios sabe de qué. 
O de quién. 
Escribiendo ahora esto, tal vez era mi subconsciente tratando de advertirme de lo que pasaría a partir de entonces.

Si queremos saber cómo todo empezó realmente, debemos remontarnos al dos de julio de hace tres años años. Ese día todo pasó como un estornudo: rápido y doloroso. Mientras trataba de no ahogarme en medio de la pila de papeles y el olor a tinta, miraba a cada tanto el hermoso sombrero de mariachi de lentejuelas que tenía a mi lado. Suspiré. Un regalo que no había podido entregar. Pero ese desánimo se me fue así de rápido como vino. Bueno, no por nada era un día perfecto, y estuve sonriente por un buen rato hasta que recordé el discurso para Lord Tsuchikage que debía tener listo para las cuatro de la tarde y ya eran las tres y cuarenta y cinco. A la larga logré terminarlo a tiempo, así que todo estuvo perfecto, y por eso salí con cara de ponqué de la casa. Armando la mochila miré por última vez el sombrero de mariachi con lentejuelas y encogiéndome de hombros lo metí en una bolsa de regalo y lo empaqué. En ese momento pensé: “uno nunca sabe, tal vez me encuentre con el cumplimentado en el camino. En fin. Me despedí de mi mamá, que estaba en la cocina, y de mi papá, que tomaba el té en el comedor. Salí de la casa corriendo, balanceando una sarta de papeles engrapados.
Afuera todos estaban como locos. Confieso que en un principio me extrañó enormemente ver a ninjas correr de aquí para allá, con cara de pocos amigos, en mi misma dirección, pero yo estaba tan contenta que no le di mayor importancia. 
En la puerta del edifico de Lord Tsuchikage estaba Kurotsuchi-sama, mirando a un lado, con los brazos cruzados. Se estaba mordiendo el labio y los dedos le convulsionaban en el antebrazo. Al tocarle el hombro para saludarla, me lanzó una patada que casi no me deja contar esta historia, pero logré entregarle los papeles con el discurso. 
—No hay tiempo para eso ahora, Raina—dijo. 
—¿Eh? ¿Por qué? 
—Algo… algo raro está pasando. Ugh, y el vejete no me deja moverme de aquí. 
Kurotsuchi-sama temblaba de la rabia que tenía. 
Entonces lo oímos. 
Una serie de explosiones comenzaron a escucharse a lo lejos. 
Ambas nos miramos y corrimos hacia el norte de la aldea. 
Lo único que pude vislumbrar en medio del humo de las explosiones fue un ave gigantesca y blanca, alejándose. Pude distinguir sobre ella unas cuatro siluetas, de entre las cuales sobresalía una melena rubia. Y una mirada triste hacia nosotros. 
—Dei…Deidara-nii—dijo Kurotsuchi-sama.

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