martes, 27 de noviembre de 2018

27 de noviembre de 2018

Soñé que yo era un hombre. Un doctor. Resulté ser un tipo muy querido en la pequeña isla donde trabajaba, sobre todo por los niños. Caminaba por lo que parecía un gran hotel o remedo de centro de convenciones, todo atiborrado de gente caminando de aquí para allá. Caminé, caminé y caminé. No me senté ni un segundo a descansar. Pero, con todo y eso, el cansancio no se me notaba porque me la pasé sonriente y muy alegre. Me detuve delante de una puerta y al entrar me encontré con una fiesta infantil. Allí todos los niños se abultaron a mis rodillas y saltaron emocionados al verme. Me preguntaban cosas que ahora mismo no recuerdo. A pesar de que mi yo médico se sentía contento y reconocido, no pude evitar sentir incomodidad, incluso algo de recelo. Como si fuera la presa de algo más grande y más inquietante.

En el sueño se me hizo entender que mi yo doctor era conocido por dejar bisturíes en todos lados por donde pasaba, e incluso me llegó la imagen mental de todas y cada una de esas herramientas en todos y cada uno de los lugares. Yo solo me reí y los niños también, aunque ellos de manera bastante escandalosa y algo tétrica. 

En ese momento vi que había una playa y corrí hasta ella. Ahí había una lancha que estaba preparándose para salir en dirección a Santa Marta, pero ahora mismo no recuerdo exactamente qué es lo que pasa. Sé que fue algo malo, porque mi yo médico, de un momento a otro, se transformó en una persona distinta. 

No puedo explicarlo bien ahora escribiendo esto, pero en el sueño mi yo médico se convirtió en Edward Mondrake, un hombre con dos rostros, atormentado por siempre por la voz de detrás de su cabeza. 

Me levanté con una sensación de desasosiego. No pude escuchar lo que aquella voz le decía a mi yo médico, pero sí supe cómo se sintió él escuchándola.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario