martes, 26 de enero de 2021

diarios del desasosiego















“(…) el silencio es tan cierto, tan verdadero.
Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola.
Alguien —tal vez muchos— tiembla a mi lado”.

Alejandra Pizarnik, Diarios


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14 de noviembre de 2019

Tal vez no diera tantas vueltas para escribir si me pusiera a trabajar en un libro que disfrute haciendo. Desde pequeña he querido crear a mi propio científico loco. Está bien. Hagamos un poco de investigación. Técnicamente, la que sentó el género fue Mary Shelley y su Frankenstein. Lo que he leído me ha causado bastante impresión y duré varias noches pensando en cómo reanimar a los muertos. 
¿Se imaginan morir y que cojan tu muslo con el tatuaje de atrapasueños para crear un monstruo? ¿En verdad alguien se tomaría el tiempo de sacar mi cadáver de su tumba? También pensé qué parte cogerían. ¿Cogerían mi cuello? ¿Mis piernas? ¿Mis brazos? ¿Mis pestañas? ¿El dedo meñique del pie izquierdo que se me tuerce ligeramente hacia la derecha? En ese momento recuerdo que me los miré. Yo fui bastante gorda estando bebé y siendo muy niña, pero adelgacé, y por eso me quedaron unas líneas arriba de las articulaciones de mis brazos. Dios mío. ¿Qué son estas cosas? ¿Son costuras? ¿Y si ya soy el monstruo de Frankenstein? No, no puedo estirarlas tanto. Se pueden descoser. Estirar las articulaciones sobre mis codos porque las líneas que separan a mi brazo de mi antebrazo son costuras que se desharán si las dejo mucho tiempo estiradas.

Tal vez ya sea el monstruo de Frankenstein y no lo sepa. Tal vez hicieron y deshicieron conmigo y esta tormenta de pensamientos sean la sumatoria de todas y cada una de las almas que residen en mí. De pronto siento ganas de susurrarle a mi brazo: “Por favor, déjame dormir”. Después a mis codos, a mi vientre, a mi entrepierna. Cállense. Cállense todos. O desármenme. Estiro los brazos. Ya no tengo miedo de desprenderlos de mí. Estiro el cuello. Ojalá se me desprenda la cabeza.

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