Sé que hablábamos y reíamos de algo, pero era en un idioma inentendible, casi inaudible, como si estuviese escuchándolo todo desde debajo del agua. A su lado, iba recordando cómo nos habíamos conocido y cómo habíamos llegado hasta ese punto de nuestra historia. Estaba contenta porque sentía que en ese momento Hatori era feliz por fin, y yo era la razón. Recuerdo que en ese momento también pensé que, en otro contexto, él ya se hubiese transformado en caballito de mar (o en dragón) por la manera tan firme con la que estaba aferrada a su brazo.
Después de caminar por largo rato, pasamos una esquina donde estaba ubicada una tienda de abarrotes. En ese momento dejamos de reírnos porque nos dimos cuenta que detrás de nosotros venía Shigure (primo de Hatori) acompañado de una mujer muy hermosa. Entonces entramos en la tienda y volvimos a reír mientras nos escabullíamos entre la gente. Cuando ya no había moros en la costa, salimos de la tienda hasta el otro lado de la calle.
El día pasó y se llevó más risas nuestras. Recuerdo una imagen especialmente, una en la que hice a Hatori reír tan genuinamente. Primero fueron quejidos roncos, pero después soltó unas bellas carcajadas y su rostro iluminó toda la avenida.
Ya anocheciendo estábamos en una habitación, los dos frente a frente, y entonces se esparció un humo azulado. Todo comenzó a oler dulzón. Había delante de mí ahora un dragón gigantesco, flotando en medio de la habitación, y en vez de volar parecía que estuviese flotando en el agua. Lejos de estar asustada, yo estaba dichosa. Sabía que era Hatori. ¿Por qué iba a tener miedo? Las comisuras de los labios me dolían de lo mucho que sonreía.
Luego de eso, el tono del sueño cayó de manera bastante vertiginosa. Ahora estaba encerrada en un pequeño cuarto en forma de C, de paredes lisas, de un color durazno sanguinolento y separado por una construcción tubular de vidrio negro. El cuartucho tenía una sola ventana grande y estaba abierta. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que no estaba sola. Conmigo estaba un extraño hombre, un tipo que no estaba nada bien. Tampoco se le veía bien: era calvo, grande y velludo, y sudaba mucho. Respiraba muy ruidosamente y me miraba fijo, listo para atacarme en cualquier momento. De pronto quiso arremeter contra mí y yo corrí a ocultarme, pero entonces vi que de la ventana abierta entró una extraña especie de roedor bastante peluda y grande, blanca como la nieve. Lo más extraño es que también tenía en la frente un cuerno… no, era más bien un aguijón delgado, igualmente blanco y larguísimo, que clavó en el hombre sin piedad, justo en medio de las piernas. El hombre soltó un grito de lo más espantoso, mezcla de quejido y rugido gutural. Yo nada más le veía las piernas temblando de manera epiléptica hasta que soltó un líquido transparente y viscoso, un ácido que también me salpicó a mí en las piernas, causándome quemaduras que se me hincharon como si fueran mesetas de carne en la planicie de mi piel.
Ahora mismo, escribiendo esto, no recuerdo haber visto salir a la ardilla de su cuerpo. Y la sensación de querer, pero no poder escapar me invadió incluso después de cambiar de escenario. Ahora estaba en medio de una gran multitud de personas, en lo que parecía un gran salón. Yo estaba vestida de etiqueta y ya no me dolía nada. Miraba a todos lados en busca de alguna cara conocida, pero no había nadie. La claustrofobia me atacó fuerte en ese momento por lo que cerré los ojos y finalmente todo se fue a negro.
Después de caminar por largo rato, pasamos una esquina donde estaba ubicada una tienda de abarrotes. En ese momento dejamos de reírnos porque nos dimos cuenta que detrás de nosotros venía Shigure (primo de Hatori) acompañado de una mujer muy hermosa. Entonces entramos en la tienda y volvimos a reír mientras nos escabullíamos entre la gente. Cuando ya no había moros en la costa, salimos de la tienda hasta el otro lado de la calle.
El día pasó y se llevó más risas nuestras. Recuerdo una imagen especialmente, una en la que hice a Hatori reír tan genuinamente. Primero fueron quejidos roncos, pero después soltó unas bellas carcajadas y su rostro iluminó toda la avenida.
Ya anocheciendo estábamos en una habitación, los dos frente a frente, y entonces se esparció un humo azulado. Todo comenzó a oler dulzón. Había delante de mí ahora un dragón gigantesco, flotando en medio de la habitación, y en vez de volar parecía que estuviese flotando en el agua. Lejos de estar asustada, yo estaba dichosa. Sabía que era Hatori. ¿Por qué iba a tener miedo? Las comisuras de los labios me dolían de lo mucho que sonreía.
Luego de eso, el tono del sueño cayó de manera bastante vertiginosa. Ahora estaba encerrada en un pequeño cuarto en forma de C, de paredes lisas, de un color durazno sanguinolento y separado por una construcción tubular de vidrio negro. El cuartucho tenía una sola ventana grande y estaba abierta. No pasó mucho tiempo para darme cuenta que no estaba sola. Conmigo estaba un extraño hombre, un tipo que no estaba nada bien. Tampoco se le veía bien: era calvo, grande y velludo, y sudaba mucho. Respiraba muy ruidosamente y me miraba fijo, listo para atacarme en cualquier momento. De pronto quiso arremeter contra mí y yo corrí a ocultarme, pero entonces vi que de la ventana abierta entró una extraña especie de roedor bastante peluda y grande, blanca como la nieve. Lo más extraño es que también tenía en la frente un cuerno… no, era más bien un aguijón delgado, igualmente blanco y larguísimo, que clavó en el hombre sin piedad, justo en medio de las piernas. El hombre soltó un grito de lo más espantoso, mezcla de quejido y rugido gutural. Yo nada más le veía las piernas temblando de manera epiléptica hasta que soltó un líquido transparente y viscoso, un ácido que también me salpicó a mí en las piernas, causándome quemaduras que se me hincharon como si fueran mesetas de carne en la planicie de mi piel.
Ahora mismo, escribiendo esto, no recuerdo haber visto salir a la ardilla de su cuerpo. Y la sensación de querer, pero no poder escapar me invadió incluso después de cambiar de escenario. Ahora estaba en medio de una gran multitud de personas, en lo que parecía un gran salón. Yo estaba vestida de etiqueta y ya no me dolía nada. Miraba a todos lados en busca de alguna cara conocida, pero no había nadie. La claustrofobia me atacó fuerte en ese momento por lo que cerré los ojos y finalmente todo se fue a negro.
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