jueves, 19 de mayo de 2022


Santa Marta, 22 de enero de 2020


Mami,

Recuerdo que pensaba, y era algo que me repetía con orgullo, que no había mamá como la mía. Es decir, iba a las casas de mis amigos y sus mamás no eran como tú. Esto es, que se preocuparan por organizarse a sí mismas y a la casa para la visita, lavarse los dientes, ponerse brasier (que ninguna mujer se ponía), o al menos una bermuda limpia (que ningún muchacho se ponía), que recogiera el desorden (que ninguno nunca recogía)…

Siempre preocupándote por cosas que no deberían preocupar.

No has sido perfecta, eso lo tengo claro. Sé que nos amas profundamente, a nosotros tus hijos. Eres confiable, todavía risueña, entregada. Daniela suele decir que es mi fan número uno, pero yo la contradigo porque mi fan número uno eres tú, desde antes de que yo naciera, con nada menos que veintiséis años de ventaja. Todos los logros, por minúsculos que sean, los celebras más que yo. Todos mis dibujos, por más básicos que sean, te parecen Mona Lisas y los exhibes cual David de Miguel Ángel.

Lo mejor de ti es que siempre piensas más en los demás que en ti misma. Y lo peor es justo eso. 
Crecí convencida de que cualquier cosa que hiciera, escribiera o pensara iba a hacerte daño de una u otra forma. Me prohibí a mí misma escribir sobre ciertos temas, y hasta me privé de escribir historias de terror, que a mí me encantan, pero que tú odias. Evité tocar temas como el de la infidelidad porque me aterraba la idea de recordarte a mi papá, que fue y sigue siendo el peor esposo del mundo. Me reservaba lo del ateísmo y mis dudas sobre la existencia de Dios porque todas las noches te escucho gemir de dolor por cuán alejados estamos de Él. Me cuidaba de hablar de gais, lesbianas y bisexuales porque te imagino pidiéndole a ese mismo Dios que tu hija no te salga así. Mis hermanos y yo nos prohibimos tener animales. Nos prohibimos pensar en adoptar siquiera una hormiga porque nos aterraba la idea de hacerte sufrir hasta con nuestra propia saliva. Hasta hace poco me parecía un sacrilegio crear personajes que fuesen malos hijos o malos padres, porque todos los hijos debían ser como yo y estar pensando siempre como yo en su mamá, y todas las mamás debían de ser como tú y estar pensando siempre en sus hijos. Fue terrible darme cuenta, y a las malas, que no todos los hijos son iguales y que no todas las mamás son buenas. Todo esto ha estado clavado en mi cabeza desde que tengo memoria, y escribirlo aquí… hasta pensarlo siquiera me llena de un dolor y una culpa indescriptible. Decirte que lo único que quiero es respirar es como si me clavaran como a Cristo. Arranco el brazo de la cruz y con esa mano hueca me arranco la otra y escribo esto. Me siento como Atlas forzado a cargar un planeta goteando sangre. Un Atlas que no solo carga un planeta sino todo el maldito sistema solar y de paso una galaxia entera. Pero tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo, mami, porque me muero. Y me llena de dolor y de tristeza tener que decirte que me estás matando, pero me siento así. Tengo que salir de tus manos, de tus brazos, porque me estás asfixiando. Con el corbatín del uniforme del colegio que me arreglas, con el cuello de la camisa que me acomodas, con el pelo largo y pesado que me quitas de los hombros, con la mugre empegostada que me quitas con estropajo de las arrugas del cuello…

Diría que me asfixias, pero lo cierto es que ya me dejaste sin aire.

Saco el poco oxígeno de mis pulmones destruidos y respiro. Entonces recuerdo que me corté el pelo y me sentí divinamente, sin nada de culpa. Te hablo de la vida, de la muerte, de lo que hay en otros planetas o de visiones fantasmales y no de lo que se puso o dejó de ponerse la vecina, o bien de que la dejó el marido por el exmarido, el tipo de cosas de las que te hablaría mi hermana… y me siento bien, sin culpa. Me visto como a mí se me dé la gana. Lo hago sola, no te pido aprobación y no me siento tan mal por no pedírtela. Ya no voy a todos lados contigo, a pesar de haber pasado gran parte de mi vida pensando que te ibas a morir y que me iba a morir si no colgaba de tu mano.

Escribirte todo esto es como arrancarme la lengua que me deja sin habla o una pierna que me deja inválida, pero sé que tengo que arrastrarme por el piso y sangrar hasta el cansancio porque eso no es sangre sino coágulos y restos de carne que tienen que salir de mi cuerpo. Lo vomitaré si es necesario. Porque ya no aguanto más.

Estoy inválida, coja, muda, ciega. Sin pulmones. Con una depresión que me ha sido más constante que mis propios padres y una ansiedad paralizante que no me deja dormir por las noches. De vaina me deja vivir. Pero estoy bien. Por primera vez en mucho tiempo me siento yo misma, no la sombra de tus miedos. Me siento bien conmigo misma con o sin tus reproches por mi mal aliento, por el vientre abultado que ya no quiero meter o por las sandalias o tacones de mi hermana que no quiero usar.

No escribo esto desde el resentimiento. Tampoco lo hago con odio. Es con dolor. Un dolor que está pasando, lenta y enloquecedoramente. Quiero que sepas que te amo y nunca dejaré de hacerlo. No has sido la mejor, pero eres una madre. Mi madre. Y te has esforzado. Eres mi madre, y lo sigues intentando.

Oriana.

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