Luego de muchos intentos, en uno de los cuales hasta casi pierde el pico, logró recoger hojas y raíces suficientes y como pudo se las amarró a las alas. Sin embargo, al tratar de emprender el vuelo, las batió tanto y tan rápido que no las podía ni ver, y todo su esfuerzo previo fue en vano.
—Más que alas de sable parecen las alas de un mosquito—se lamentaba.
Ya estaba bastante entrada la noche cuando un currucucú lo vio. Éste, al verlo tan afligido, desde una ceiba le preguntó:
—¿Qué te pasa, muchacho? ¿Por qué la cara larga?
Alas de sable le habló sobre el barranquero del amanecer y su cola que parecía un péndulo de zafiro. Entonces el currucucú le dijo:
—¿Acaso está pendiente el sol de su luz? ¿Miran las estrellas el resplandor de la antorcha? —después de meditar durante un momento, agregó—: Ven, acompáñame.
El currucucú entonces le hizo señas a Alas de sable para que se acercaran al río y así lo hicieron. Bajo la luz de la luna, unos colores fosforescentes que no reconoció brillaron con intensidad en el agua.
Al final, resultó que Alas de sable, el joven colibrí, no sabía nada de la vida o de sí mismo. Pero ahora sabía que los colores en el agua eran los suyos.
Ese amanecer fue el barranquero quien lo miró.
Dice un viejo refrán: “Quien no se conoce a sí mismo es como el ciego que camina inseguro por el laberinto de la vida”.
—Más que alas de sable parecen las alas de un mosquito—se lamentaba.
Ya estaba bastante entrada la noche cuando un currucucú lo vio. Éste, al verlo tan afligido, desde una ceiba le preguntó:
—¿Qué te pasa, muchacho? ¿Por qué la cara larga?
Alas de sable le habló sobre el barranquero del amanecer y su cola que parecía un péndulo de zafiro. Entonces el currucucú le dijo:
—¿Acaso está pendiente el sol de su luz? ¿Miran las estrellas el resplandor de la antorcha? —después de meditar durante un momento, agregó—: Ven, acompáñame.
El currucucú entonces le hizo señas a Alas de sable para que se acercaran al río y así lo hicieron. Bajo la luz de la luna, unos colores fosforescentes que no reconoció brillaron con intensidad en el agua.
Al final, resultó que Alas de sable, el joven colibrí, no sabía nada de la vida o de sí mismo. Pero ahora sabía que los colores en el agua eran los suyos.
Ese amanecer fue el barranquero quien lo miró.
Dice un viejo refrán: “Quien no se conoce a sí mismo es como el ciego que camina inseguro por el laberinto de la vida”.
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