¿Por dónde se puede empezar?

Querido diario:

Espera; déjame me acomodo y despido a mi amiga. Bien, ahora sí. Bueno, hoy fue un día fenomenal, aunque nada me haya salido del todo bien. El compendio de los quehaceres diarios me dejaron exhausto, pero bueno, no fue problema para alguien tan enérgico como yo. Ver tantos colores en aquel fondo blanco sin duda había cansado mi vista, pero ni así la imaginación se detuvo. El día fue fenomenal porque apenas desperté escribí muchas cosas geniales en mi cuadernito; me dejé llevar por aquellos colores y la inspiración no tardó en florecer. Escribí ciento seis bellos poemas, todos para mi querida Paola. Déjenme decirles que ser parte de un manicomio es sencillamente fantástico, pues solo tienes que preocuparte por obedecer, comer, orinar, cagar y dormir. Es la vida que había estado esperando, sí. Y no es para nada monótono, pues todos los días hago cosas diferentes y charlo con personas diferentes. Hoy por ejemplo hablé con Dafne, una muchacha muy bonita que presenció la toma del Palacio de la justicia en el 85. Ah, como siempre los guardias no me dejaron platicar cómodamente, puesto que me gritaban, ambos enardecidos, que me callara. Lo que pasaba es que ellos no sabían que tenía compañía. Pobres, no entendían nada.

-Adal, ¡cómete ya la maldita comida!

Nunca me cayeron mal, no, para nada. No me caen mal ni siquiera cuando colocan con violencia la camisa de fuerza alrededor de mi cuerpo ni cuando me deslizan el plato de la comida despectivamente por debajo de la puerta. De otro lado, mi Paola ni se imagina que le escribí tantos poemas. Bueno, Querido diario, espero que no te molestes, pero quiero continuar con mis escritos, de modo que hasta aquí escribiré hoy. Tal vez mañana te cuente cómo anudarán la cabuya a mi cuello y me pasearán por el comedor en la cena de Halloween. ¡Será divertidísimo!