viernes, 21 de enero de 2011

Apreciación tardía

El ladrón cruzó la calle, trepó la enredadera y abrió la ventana. El cuarto de Rosalinda estaba desierto. Suspiró profundamente y caminó a paso silencioso por la habitación. Vio con morbosa codicia los collares y pendientes relucientes de la mesa de noche; los vestidos caros resaltaban de la puerta entreabierta del clóset, y contempló relamiéndose la boca el portátil que tenía aquella manzanita molesta en la tapa, cuyas características significaban para el ladrón mucho dinero.
Estuvo apiñando objetos en su saco como por media hora. Papayazos así no se reciben todos los días. La sonrisa endiablada lastimaba sus encías y sus comisuras. Sudaba a chorros, pero eso no constituía la menor importancia para el ladrón. Pensaba que por fin iba a darse los lujos que siempre quiso, que por fin iba a salir de pobre, de la maldita miseria. Pensaba en todo eso, cuando de repente sintió aquella melodía.
Provenía de la sala, de eso estaba seguro el ladrón. Dejó de sonreír y cerró los ojos, para concentrar todos sus sentidos en aquella bella melodía que sonaba. Nunca había escuchado algo así; era melosa, exquisita, sublime. Él creía que sus oídos eran muy poca cosa para ser receptores de aquella hermosa tonada. Imaginó que estaba dando vueltas en las nubes, que rozaba las mejillas de incontables doncellas, y en menos de un segundo se transportó a la época de aquellos músicos clásicos, sin tener él la más remota idea de quiénes eran. Era verdad que nunca había escuchado ese tipo de música, pero el enamoramiento de aquella melodía fue inmediato. Sus pupilas se dilataron bajo sus párpados, y las puntas del saco estaban perforándose duramente bajo los ansiosos dedos. Su sonrisa ahora era de éxtasis.
Con cobardía salió de la habitación, con los ojos todavía cerrados, guiándose solamente por el oído. La melodía celestial subía de volumen a medida que caminaba. El ladrón tragó saliva. Cuando llegó a la sala, de donde provenía el sonido, abrió los ojos y vio a la hermosa Rosalinda sentada, acariciando algo que parecía una gran guitarra. El ignorante ladrón se sorprendió mucho de sus acciones, pero no se inhibió en preguntar:
-¿Qué es eso?
Rosalinda se asustó cuando se dio cuenta de la presencia del ladrón.
-Un...un violonchelo.
-¿Y cómo se llama la canción que estabas tocando?
-Es la suite No. 1 de...de Bach. Un solo para violonchelo.
-Ah...
No. No tenía ni idea de quién era ese hombre.
-¿Y eso qué es?
-Son las partituras... para poder tocar la canción.
-¿Y...en donde vive?
La joven frunció el ceño.
-¿Qué?
-Sí, sí, pa ver si puedo robar todas sus partituras para que tú me sigas tocando...

El pobre ladrón lloró amargamente cuando se enteró que Bach ya estaba muerto.

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