miércoles, 26 de enero de 2011

Hombres de poca fe

Javier era un muchacho bastante particular. Bastante extraño si vamos a ello. Sus más grandes pasiones eran tocar el violonchelo y escuchar música electrónica; resultaba ser un par de aficiones altamente disímil y paradójico para un punketo púber y simplón como Javier, pero también gustaba de ir a conciertos de Rock y Metal. Con todo y eso, nada igualaba a su amor por el beat. 
En su cuarto tenía incontables afiches de Nirvana, Metallica, AC-DC, Daft Punk, Crystal Castles, y al lado de éstos se encontraban fotografías y partituras de Mozart, Chopin, Stravinski, Bach, entre muchos otros. Javier era alguien sumamente feliz, pues tenía todo lo que necesitaba: el violonchelo, de nombre "Habacuc", su cabellera descomunal y el mp3.
Los compañeros de clase tenían a Javier como el bicho raro del que todos se burlan, mas eso a Javier no le importaba en lo absoluto. Un dato curioso es que siempre andaba para arriba y para abajo con su singular violonchelo, cuya estructura exponía irreverentes calcomanías y estaba pintado de un color tan insólito que haría llorar a Stradivarius.
Un día como otros nuestro querido Javier vio en el periódico escolar que estaban buscando un chelista para enviarlo a la Academia de Música de la Ciudad Bonita. Las audiciones estaban abiertas, lo cual era una imperdible oportunidad para Javier. Tenía que presentarse, no podía desperdiciar aquel llamado casi divino.
En fin, el día llegó. Javier se había preparado enteramente para darlo todo en aquella audición. Había preparado tres canciones, y su sonrisa comenzaba a molestar las comisuras de los labios.
Llegó el turno de Javier, y sus manos temblaron al cargar a Habacuc. Con una rapidez nerviosa subió a la tarima y con voz quebrada se presentó ante el jurado, que estaba compuesto por cuatro hombres y una mujer, todos ellos con miradas maquiavélicamente penetrantes. De modo que se entiende que Javier estaba completamente nervioso, pero trataba de sobrellevarlo diciéndose que sabía que lo haría bien. Sería admitido en la academia. Pareció ver que Habacuc le sonreía, como animándolo a empezar.
Las dos primeras canciones no fueron gran cosa para los oídos expertos del jurado. En sus caras se veía el más profundo aburrimiento, y en un gesto de uno de los jurados se leyó la frase: "eso puede hacerlo cualquier chelista". La irritación de Javier se hizo mayor, pero impidió que lo gobernara, pues aun tenía un as bajo la manga. Aun le quedaba una canción. Ahí empezó todo; desde que sonaron los primeros acordes los ojos de los expertos se concentraron en el inquieto arco que raspaba, y en la cabellera que se sacudía por encima. La mujer frunció el ceño, como tratando de comprender la asombrosa maestría con la que se desenvolvía aquella pieza desconocida. El más viejo de los del jurado quedó fascinado, y estaba haciendo conjeturas sobre el posible autor de aquella loca melodía, tan excitante, tan divina, y el que estaba a su lado anotaba en su libretita.
Para cuando Javier terminó los cuatro jurados estaban de pie aplaudiendo, estupefactos, fascinados, sonrientes. La mujer hasta le lanzaba besos. Javier se sonrojó, y con la yema de los dedos acarició el sticker de Kurt Cobain encima de la piel de Habacuc. Hizo una reverencia. Los aplausos no se detuvieron hasta que la mujer del jurado hizo la pregunta del millón de pesos:
-¿Cuál es melodía que tocaste para nosotros?
A lo que Javier, sonriente y eufórico como se encontraba, contestó, implacable:
-Too Long/Steam Machine, de Daft Punk. Álbum Alive, 2007.

Por supuesto que, después de eso, Javier no fue aceptado en la Academia de Música; no obstante aquel hecho, en vez de entristecerlo, avivó su emoción. No dejó de ir a toques ni conciertos, y desde entonces sólo toca a Habacuc para él mismo. Posteriormente consiguió una guitarra Gibson, a la cual llamó "Esther". La ennovió con Habacuc y se unió a la banda de un colega de universidad.
Hoy día es un gran músico.

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