martes, 1 de marzo de 2011

No me gustan los domingos...

El calor efervescente de la madrugada penetró en mí como un tempestuoso oleaje, y el temblor de mis manos se hizo mayor cuando advertí que era domingo. No me gustan los domingos. Para nada. No me gustan porque me recuerdan que pasó otra semana sin publicar mi novela. Me recuerdan que al amanecer será otra vez lunes. No me gusta la esperanza agridulce que me depara el amanecer del domingo, para que a la puesta de sol todas las ganas de un "mañana mejor" se hayan ido por el caño. En los domingos por las tardes mis padres siempre están de malhumor; sus estados anímicos metamorfosean terriblemente cuando llegan de algún partido de fútbol, pues es cuando y la borrachera y los quehaceres del lunes se enfrentan en una agria batalla. Los domingos hacen que me sienta culpable por la inminente flojera que me invade al pensar en que debo ir a misa. Los domingos son los días más alegres, pero para mí son extrañamente tristes.
En la televisión no dan nada bueno los domingos. El Internet se vuelve molesto y abrumador los domingos. La cabeza se me hace más pesada los domingos. Un domingo me regalaron el BlackBerry...
Ah, y los domingos son de fútbol. ¡Domingos de fútbol! del aburrido e inoportuno fútbol...
Los domingos son para mí como un corto noviembre; tienen alto contenido nostálgico. Un domingo se murió mi último abuelo hombre. Un domingo a las cinco de la mañana murió el genio de Poe. Un domingo descubrí mi diente torcido. Supongo que un domingo me llegó la regla. Un domingo lloré como una magdalena. Y un domingo pensé en el suicidio.
En los domingos el sol alumbra más de lo normal, pero las tinieblas en mi habitación se hacen mayores con el soplido de la brisa. Los domingos adquieren voluntad propia cuando mi mamá dice "vamos a donde tu abuela", y es cuando soy enormemente feliz por jugar toda la tarde a Donkey Kong 3.
Pero por otro lado, los domingos son alegría; son días perfectos para ver películas. Son días de playa, calor, brisa y paseos. Los domingos son días de Bonda, el barrio más desconocido para mí de Santa Marta. El domingo es día de sopas, de pollo broaster y de dar gracias. Son días que imprimen en mí unas ganas tremendas de leer y escribir, pero entonces me encolerizo al saber que todas esas ganas se esfuman como polvo insípido... Claro que también los domingos también son días de descanso y reflexión.
Los domingos tienen color gris laxo. Los domingos están poseídos por esa brisa áspera y gélida que puya sin compasión las amígdalas. Las seis de la tarde de los domingos carecen de energía, carecen de viveza y esperanza. Carecen de sentimientos y ganas de hacer cualquier cosa.
Pero entonces reflexiono en que el domingo es un día más. Me emociono al pensar en que un domingo puede que me gane el Nobel; un domingo puede llover dulce; un domingo pueden poner música de Crystal Castles en Radio Uno... Un domingo puede ser el día para empezar la novela que ronda lastimera por mi cabeza. Un domingo puede ser día de dibujo, de literatura, de pasión. Un día de exponerle al mundo tu pasión y de vibrar  un día más con el bailoteo de las hojas al viento. Un domingo puede ser el comienzo de la eterna buena suerte, y un domingo puede terminarse la guerra.
Un domingo es esperanza, en todo caso. Un domingo pudo ser ayer, puede ser hoy o podrá ser mañana, pero siempre será domingo: un caluroso y deprimente domingo, día de tareas, cansancio, oscuridad, esperanza, luz, playa, fútbol, y también... de vida.
A vivir la vida carajo, que mañana es miércoles.

2 comentarios:

  1. jaja los domingos deberían ser días para dormir, para alienarse del mundo, un día para ser alguien mas...

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  2. domingo dia de ensayo... :P de musica, de libros, de series, de peliculas....

    yo tambien odio los domingos, a pesar de las cosas buenas q suele aportar

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