domingo, 4 de septiembre de 2011

A Snoopy le pica la espalda

Sentado en el bordillo de la cama pude percatarme de la presencia del Snoopy coqueto que estaba recostado tomando el sol. Lo vi ahí, durmiendo sobre la madera opaca de la gaveta del clóset, junto al sticker de las letras que rezaban la empalagosa frase siempre juntos.
Al darme cuenta de la presencia de aquel ser recordé que dicho perrito se había pasado más de la mitad de su perruna vida recostado sobre los astillosos leños del techo de su casita.
Uno de chiquito no suele pensar en esas cosas, pero ahora que tengo más uso de razón que antes pienso que Charlie Brown lo malcrió bastante.
Oso imaginármelo ahora levantándose mucho tiempo después de una siesta deliciosa.
Me lo imagino despertándose con el montón de comején y aserrín clavado en la espalda.
Me lo pinto en la mente con el lomo despeinado y el pelaje blanco sucio y polvoriento.
Snoopy ahora me mira con sus ojos orientales tan descaradamente, y veo que sus dientes parecen diseñar la distorsionada mueca de una sonrisa. Sus bigotes húmedos por la baba se mueven de arriba abajo.
Me despierto del trance y recuerdo que estoy semidesnudo, que tengo una vida y debo alistarme para ir a la universidad.

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