Han pasado más de 365 días de fortuitos trazos y garabatos desordenados. Da la impresión de que haya pasado menos tiempo, puesto que no veo que la grama ni los árboles hayan tenido algún cambio contundente, ni que la atmósfera haya sentido el paso más vacuo.
Ahora que las ánimas se han dispersado, las nubes dejan ver un sol infinitamente radiante. Es cuando verdaderamente me doy cuenta del paso irrefrenable del tiempo, cuyos pesados tentáculos lamieron la roída atmósfera.
Veo el cutis demacrado, las venas inflamadas y las ganas mucho más fogosas que al principio.
Los olivos restriegan sus pétalos contra el mármol blanco de las paredes.
¿Puede haber un cumpleaños más fúnebre que ése?
Feliz cumpleaños, literato oprimido, insensato y cohibido.
Y ojalá sean muchos más.
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