Él goza al verme llorar porque sabe que
lo escucho, y pasa su lengua áspera por mis mejillas y lame el sudor de mi
sordo dolor, y posa sus manos largas y fibrosas sobre mis hombros y lame
después mis orejas. Aparecen las tinieblas que nublan mi visibilidad cada vez
que él se hace presente, y es entonces cuando descubro que me enfurezco, y es
entonces cuando quiero arrancarte los cabellos a mordiscos y despernancarte los
pómulos con mis puños y chocar tu cabeza sangrante contra el piso y oler con
impudicia el charco de tu muerte y es entonces cuando me sonrío porque pude al fin apaciguar mi
furia efervescente, pero entonces el otro, el dueño de los principios, el dueño
de la bondad y la locura inocente, deja caer sus lágrimas voluminosas y
sanadoras, y no habla porque tartamudea, y el semblante permanece serio, muy
serio, y entonces él sabe que perdió la batalla mas no la guerra, y descubre que
no podrá nunca, jamás, derrotar la barrera que el orgullo, con su armadura brillante
y lentes oscuros, ha edificado ante sus ojos saltones.
Él goza al verme llorar porque sabe
que lo escucho, y luego pasa su lengua áspera por mis mejillas y lame el sudor
de mi sordo dolor y posa sus manos largas y fibrosas sobre mis hombros y lame
después mis orejas. Aparecen las tinieblas que nublan mi visibilidad y el sudor
se hace más frecuente, y la oscuridad reina, y es entonces cuando quiero
enterrarte la enciclopedia y el enorme Larousse por las entrañas y abofetearte
hasta que las palmas me latan de la desesperación, y quiero agarrarte por el
pelo y estrellarte contra el vidrio del computador, y quiero hacerte entender
el horror ignorante en que te has convertido, y sólo entonces podré sonreír
porque pude al fin apaciguar mi furia efervescente, pero entonces el otro, el
dueño de los principios, el dueño de la bondad y la locura inocente, deja caer
sus lágrimas voluminosas y sanadoras, y no habla porque tartamudea, y el semblante
permanece serio, muy serio, y entonces él sabe que perdió la batalla mas no la
guerra, y descubre que nunca, jamás podrá derrotar la barrera que el orgullo,
con su armadura brillante, lentes oscuros, barba a medio crecer y cabellos
desordenados ha edificado ante sus ojos saltones.
Él goza, óiganme bien, goza mucho al
verme llorar porque sabe que lo escucho, porque sabe que lo he escuchado
siempre y porque sabe que lo escucharé hasta el día en que el ánima se me
desprenda del cuerpo. Él, que ha ganado muchas batallas, que ha ganado muchas
peleas y ha erigido una infinidad de efigies asombrosas sobre mi espalda, se ha
encargado de sembrar masas callosas en mi cuero cabelludo y se ha valido de mi
ahora constante mal humor para ganarme muchas batallas más. Pero cuando abra
bien su asqueroso ojo diabólico, luego de que encienda sus pupilas amarillentas
y mortíferas, redescubrirá que nunca, jamás, podrá derrotar la barrera que el
orgullo, con su armadura brillante, lentes oscuros, barba a medio crecer y
cabellos desordenados, ha edificado ante sus ojos saltones. Redescubrirá
también que el orgullo es su aliado traicionero, su más denigrante colega, pues
en unas ocasiones está de su lado y en otras no, en unas ocasiones ayuda y en
otras no, en unas ocasiones le toma de la mano y en otras no, en unas ocasiones
lo abofetea y en otras no. Y también redescubrirá que el orgullo es apuesto,
sensual, altivo y egocéntrico, con unos ojos tan expresivos y bellos que penetran
en lo más hondo del corazón. Y también redescubrirá que aquel siempre estará en
el bordillo de la barrera aquella, escupiéndole, insultándole y apartándole,
mientras el otro, el dueño de los principios, el dueño de la bondad y la locura
inocente, simplemente dejará caer sus lágrimas una vez más, pero esta vez
firmemente tomado de la mano del hombre de acero que es su orgullo, y éste le
sonreirá y le reafirmará que no está solo, y entonces el dueño de los principios
dejará de llorar, dejará escapar a su furia pues es inútil y pasajera, y él
allá abajo finalmente sonreirá y retrocederá una vez más a su casa en las
tinieblas, y entonces se dispondrá a esperar una vez más el refulgir de aquel
el sentimiento venenoso, y esperará a que el apuesto orgullo se vaya por donde
vino, y se lleve su filantropía molesta a otra parte.
Y ahí, frente a ti, se desenvuelve
todo eso. Tú frunces el ceño y me llamas idiota una vez más y entonces yo
descanso, el peso de mi ánima se va aligerando, y entonces suspiro y vuelvo a
esbozar en mis labios la sonrisa tonta que define a este su imperio de luz
balbuceante.
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