domingo, 6 de mayo de 2012

Imperio de luz balbuceante


Él goza al verme llorar porque sabe que lo escucho, y pasa su lengua áspera por mis mejillas y lame el sudor de mi sordo dolor, y posa sus manos largas y fibrosas sobre mis hombros y lame después mis orejas. Aparecen las tinieblas que nublan mi visibilidad cada vez que él se hace presente, y es entonces cuando descubro que me enfurezco, y es entonces cuando quiero arrancarte los cabellos a mordiscos y despernancarte los pómulos con mis puños y chocar tu cabeza sangrante contra el piso y oler con impudicia el charco de tu muerte y es entonces cuando me sonrío porque pude al fin apaciguar mi furia efervescente, pero entonces el otro, el dueño de los principios, el dueño de la bondad y la locura inocente, deja caer sus lágrimas voluminosas y sanadoras, y no habla porque tartamudea, y el semblante permanece serio, muy serio, y entonces él sabe que perdió la batalla mas no la guerra, y descubre que no podrá nunca, jamás, derrotar la barrera que el orgullo, con su armadura brillante y lentes oscuros, ha edificado ante sus ojos saltones.
Él goza al verme llorar porque sabe que lo escucho, y luego pasa su lengua áspera por mis mejillas y lame el sudor de mi sordo dolor y posa sus manos largas y fibrosas sobre mis hombros y lame después mis orejas. Aparecen las tinieblas que nublan mi visibilidad y el sudor se hace más frecuente, y la oscuridad reina, y es entonces cuando quiero enterrarte la enciclopedia y el enorme Larousse por las entrañas y abofetearte hasta que las palmas me latan de la desesperación, y quiero agarrarte por el pelo y estrellarte contra el vidrio del computador, y quiero hacerte entender el horror ignorante en que te has convertido, y sólo entonces podré sonreír porque pude al fin apaciguar mi furia efervescente, pero entonces el otro, el dueño de los principios, el dueño de la bondad y la locura inocente, deja caer sus lágrimas voluminosas y sanadoras, y no habla porque tartamudea, y el semblante permanece serio, muy serio, y entonces él sabe que perdió la batalla mas no la guerra, y descubre que nunca, jamás podrá derrotar la barrera que el orgullo, con su armadura brillante, lentes oscuros, barba a medio crecer y cabellos desordenados ha edificado ante sus ojos saltones.
Él goza, óiganme bien, goza mucho al verme llorar porque sabe que lo escucho, porque sabe que lo he escuchado siempre y porque sabe que lo escucharé hasta el día en que el ánima se me desprenda del cuerpo. Él, que ha ganado muchas batallas, que ha ganado muchas peleas y ha erigido una infinidad de efigies asombrosas sobre mi espalda, se ha encargado de sembrar masas callosas en mi cuero cabelludo y se ha valido de mi ahora constante mal humor para ganarme muchas batallas más. Pero cuando abra bien su asqueroso ojo diabólico, luego de que encienda sus pupilas amarillentas y mortíferas, redescubrirá que nunca, jamás, podrá derrotar la barrera que el orgullo, con su armadura brillante, lentes oscuros, barba a medio crecer y cabellos desordenados, ha edificado ante sus ojos saltones. Redescubrirá también que el orgullo es su aliado traicionero, su más denigrante colega, pues en unas ocasiones está de su lado y en otras no, en unas ocasiones ayuda y en otras no, en unas ocasiones le toma de la mano y en otras no, en unas ocasiones lo abofetea y en otras no. Y también redescubrirá que el orgullo es apuesto, sensual, altivo y egocéntrico, con unos ojos tan expresivos y bellos que penetran en lo más hondo del corazón. Y también redescubrirá que aquel siempre estará en el bordillo de la barrera aquella, escupiéndole, insultándole y apartándole, mientras el otro, el dueño de los principios, el dueño de la bondad y la locura inocente, simplemente dejará caer sus lágrimas una vez más, pero esta vez firmemente tomado de la mano del hombre de acero que es su orgullo, y éste le sonreirá y le reafirmará que no está solo, y entonces el dueño de los principios dejará de llorar, dejará escapar a su furia pues es inútil y pasajera, y él allá abajo finalmente sonreirá y retrocederá una vez más a su casa en las tinieblas, y entonces se dispondrá a esperar una vez más el refulgir de aquel el sentimiento venenoso, y esperará a que el apuesto orgullo se vaya por donde vino, y se lleve su filantropía molesta a otra parte.
Y ahí, frente a ti, se desenvuelve todo eso. Tú frunces el ceño y me llamas idiota una vez más y entonces yo descanso, el peso de mi ánima se va aligerando, y entonces suspiro y vuelvo a esbozar en mis labios la sonrisa tonta que define a este su imperio de luz balbuceante.


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