sábado, 29 de junio de 2013

El vientre de la vida

No somos más que una tanda infinita de fetos ambulantes.
Puede que nunca hayamos dejado de serlo.
No somos más que sacos de huesos moviéndose, pero suspendidos, pues damos vueltas y vueltas enganchados al peso de nuestros años, con nuestras ánimas enclaustradas en el envoltorio de la carne.
No somos más que almas que exhalan gemidos de violín y pieles que evaporan sudor de leche agria.
La respiración, el eterno recuerdo de nuestro enlace umbilical con esto que llamamos vida.
La sangre, oh afanoso líquido amniótico que nos infla y nos satura.
Y allá arriba, el cielo, y abajo la tierra y el mar, todos ellos tornasolados, todos ellos convertidos en acorazadas placentas, tan frágiles y a la vez tan duros como ladrillos, han jurado protegernos hasta el atardecer de nuestros días.

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