lunes, 19 de agosto de 2013

Mane

Cuando lo vi por primera vez llevaba una barba de tres días tan espesa como una capa desagradable de polvo. Su cara pálida se desinflaba en el abatimiento, y tenía unas ojeras terribles que lo hacían ver como si en vez de dos décadas tuviese millones ancladas al hombro. Lo conocí porque estudiaba conmigo ingeniería mecatrónica, y Bogotá nunca había sido tan seca y calurosa como entonces. Ah, y todavía tenía el muñón.
A pesar de que estábamos en plena nueva era, dizque un nuevo futuro, la época todavía no había avanzado lo suficiente como para acabar el maldito servicio militar obligatorio que masacraba al país. Cada una de las líneas de sangre del Caguán ahora estaban en el rostro de Emmanuel, a quien Colombia le había cobrado el servicio llevándosele gran parte del brazo derecho. De sus ojos grisáceos tan grisáceos como ceniceros emanaban los rayos de esa rabia e impotencia, esa vaina rara que le escalaba las venas y le calentaba el pellejo.
Bastante bien se las había arreglado para cuando volví a verlo. Después de todo, se trataba de “Mane”, el pela'o más inteligente de la universidad y probablemente de la región. Y ya verán por qué se los digo. Se había deshecho finalmente de sus millones de décadas en el hombro y relucía un aire de seguridad sorprendente, ese aire que tanta falta le hacía. Pero lo que realmente me dejó estupefacto fue algo alargado en su brazo. Un millón de cartílagos artificiales, como gusanos plateados siameses de cabeza, emergían desde donde finalizaba su hombro y unían su muñón con una brillante mano de acero. Sin más lo abracé y lo felicité por su "intervención quirúrgica", pensando que por fin la EPS se había compadecido de él. Pero entonces me interrumpió y un escalofrío me cruzó media espalda cuando escuché lo que me dijo a continuación. “Qué va. Lo hice yo mismo”. Me llevé las manos a la boca con evidente sorpresa que después metamorfoseó en lástima, pues me confesó que lo decidió después de llorar mares y mares de impotencia ante el escritorio en donde tenía regados todos sus mangas y novelas gráficas sin terminar. "Lo único que quería era volver a dibujar. Nada más que eso", fue lo que me dijo, y sus ojos grisáceos, ahora sonrientes y tan relucientes como dos enormes lunas, terminaron de helarme la sonrisa estupefacta del rostro.

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