lunes, 19 de agosto de 2013

Sette

Antes era simplemente Odette Ramírez, una muchachita sencilla y muy insegura a la que le gustaba pintar óleos. La conocimos cuando llegó al barrio, estábamos todavía muy niñas, y para cuando terminamos el colegio ella era una muchachita ingenua, sencilla, nunca cuestionaba ni peleaba con nadie. Llevaba por ese entonces el pelo largo y ondulado, pero la capa abundante de friz alrededor de su cabeza le alborotaba la baja autoestima. Sus primeros semestres fueron de excelentes notas y sonrisas fingidas, y conforme avanzaba sus estudios, iba dándose por enterada de cuán infeliz estaba siendo. Y, para colmo, la noticia de la posible separación de sus padres fue más devastador de lo que ella hubiese querido; no imaginaba la vida lejos de su padre, su mayor confidente y amigo, un cantante de rock jovencísimo, incluso más joven que su esposa. Tampoco imaginaba una vida sola con su madre, manipuladora hasta la médula, a la que le debía los muchos cuadros que le había prometido antes de meterse a estudiar artes plásticas.
Ahora era Sette, un seudónimo que nosotras no entendíamos y de apariencia bien diferente a la “Ode” que conocíamos. Pero llegamos a la conclusión de que había sido un cambio para bien. Es decir, lucía un cabello bien corto, parado, y estaba incluso mucho más flaca que antes, posiblemente por la anorexia, según nos contó Luciana. No nos juzguen, aquí en el barrio todo se sabe.
La vimos por última vez cuando salía con paso decidido de su casa, con el grueso estuche de su violonchelo amarrado en la espalda. Llevaba en las manos un papel, y ahí notamos su diminuto tatuaje de clave de sol. La doctora Ramírez, abogada, la mamá de Sette, estaba sentada en la terraza cuando vino la hija y le tiró el diploma de la escuela de bellas artes. Finalmente, y dejando tanto a su padre como a su madre estupefactos (solo que el señor Rain estaba, en el fondo, feliz, porque, como ya dije, todo en este barrio, hasta los pensamientos de la gente, se saben), Odette... digo, Sette salió rauda y desapareció calle abajo.

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