viernes, 25 de abril de 2014

Hasta siempre, Macondo.

Colombia se enteró del deceso de su hijo más querido.
Si hablaba de él, nunca me atrevía a llamarlo "Gabo", "Nobel", "Gabito", ni "Gabriel", y me ofusco cuando alguien que yo sé que no lo conoció en persona lo llama así. Me enferma que le hablen, lo insulten y critiquen como si hubiesen dormido con él la noche anterior, como si le hubiesen cambiado los pañales, como si le conociesen de toda la vida. Yo me conformaba con decirle Gabriel García Márquez, y sé que me demoraba más, era más largo, hasta el punto de parecer un trabalenguas por decirlo tantas veces, pero algo dentro de mí sentía que no expresaba toda mi admiración si no mencionaba cada letra de su nombre.
García Márquez y yo teníamos una rivalidad de la que él nunca se enteró. Era, es y seguirá siendo un duro oponente a vencer, en lo que a escritura se refiere. Cuando me preguntan por mis influencias nunca lo menciono, porque, gracias a Dios, existe Stephen King y puedo "embarajar" mi estilo, por decirlo de algún modo. Y no es que tuviera pena. No. Era porque no sabía en qué exactamente ese condenado me estaba influenciando.
A Stephen King le emulaba y le emulo la manera directa de decir las cosas; a García Márquez... no tengo idea. Es un no sé qué que está en yo no sé dónde y quién sabe desde cuándo esté enredado entre mis letras. Lo admiraba, lo admiro y lo admiraré, pues sus novelas y cuentos, literalmente, me partieron el ojo. No son una cosa de este mundo. Quiero superar, de alguna forma, y si es humanamente posible, lo que él plasmó en su obra. Ese no sé qué de sus escritos es el que quiero yo succionar, para ver si les salpico un poquito de eso a los míos.
Muchos de mis compañeros han dejado de leer sus historias porque temen contagiarse de su estilo característico. Pero yo, una costeña con cara de cachaca, no he dejado de leerlo, porque aún estoy cavando bien profundamente en el misterio de todas y cada una de sus palabras.
Hoy comparto el dolor de la costa y de Colombia en general, y como llorona sin remedio, el día que me enteré no pude evitar pegar la lagrimeada. Me hubiese gustado haber podido conocerlo en persona, haberle leído algo de lo que escribo, haberle escrito un par de cosas. Me hubiese encantado echarle un chiste malo, hacerle las uñas, presentarle a Robert Downey Jr., mostrarle mis historietas absurdos, besarle los pies, regalarle mil bolis, hacerle una casa en el aire... pero ni modo. Tal vez en la otra vida pueda hacerlo. Lo último que se pierde es la esperanza, ¿no? Yo lo único que pido es que ojalá me dejen meter el computador en el purgatorio...
Nunca pude llegarle más arriba de los talones. Pero hoy me digo que emplearé uñas y dientes para, al menos, llegarle a las rodillas. Esto que diré a continuación es algo que voy a imprimir y mandar a enmarcar para verlo siempre cuando me despierte: ¡Gabriel García Márquez, va a saber de mí, donde quiera que esté, cuando le clave los colmillos en la costilla! Y para cuando rasguñe el deltoide, espero haber logrado, al menos, la mitad de las cosas que logró con su Macondo.
El coronel no tiene quien le escriba. Pero sí tiene quién lo lea.

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