jueves, 26 de junio de 2014

Una soledad

Un viejo, octogenario, con más arrugas que camisa de pobre, entró lentamente a la iglesia. Los fieles lo miraron con lástima. La iglesia respiraba más soledad que de costumbre, pero al menos no estaba tan sola como el viejo esa mañana. El viejo, con los ojos inundados de lágrimas, hincó las rótulas sobre el cojín desgastado y alzó la vista. ¿Por qué? ¿Por qué ella y no yo?, era lo que se decía. 
Ni siquiera el Cristo crucificado que lo miraba desde la pared se sentía tan solo como el viejo esa mañana. Las lágrimas evocaban a la vieja, que ya no temblaba, y que no iba a ir a esa misa... ni a ninguna misa por el resto de la eternidad.

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