lunes, 27 de julio de 2015

Sin título. Sin él.

No puedo evitar llorar al escuchar cualquier merengue, y eso es algo que mucha gente desconoce de mí o bien, no terminan de entender.
Yo tenía doce años. Santa Marta no era tan calurosa como ahora, pero el bochorno de entonces se alborotaba en la casa de mi tía Nelly con el aullido ronco de los vallenatos que provenían de la cocina. Dichos vallenatos, sin embargo, eran poderosamente silenciados bajo la voz nasal y estridente de José María, mi primo, quien interpretaba una canción de Kinito Méndez. Yo me desternillaba de risa cada vez que bailaba el "sua-sua" con su adorable torpeza.
Cuando no era cantando canciones de merengue, nos pasábamos el resto de la tarde contando chistes malos. Escribiendo ahora esto me doy cuenta de que gracias a él me río de cualquier tontería, solo para no llorar al recordar su prematura partida. 
Mi yo de doce años no entendía muchas cosas por ese entonces. No entendía de internet, de sarcasmos ni de ironías. Y, por ende, tampoco entendió por qué se ensombrecieron de repente los rostros de los adultos durante el almuerzo de aquel fatídico día. Tampoco pude entender, muchos años después, por qué alguien que decía ser tu amigo vendría a estrangularte la vida por la espalda con una correa, y así de paso estriparme el cuello un poco a mí, alguien para quien desde ese momento un género musical tan alegre adquirió el pesado y lúgubre manto del luto.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario