Soñé que estaba en la habitación de un apartamento que no conocía, rodeada de un montón de cajas y toda clase de objetos envueltos en plástico. Era una habitación bastante rara en la que me encontraba, y estaba bastante intimidada por las gigantescas arañas que anidaban en las cuatro paredes. Estaba alistando una maleta. De pronto sentí ruido proveniente de afuera del cuarto. Al cabo de unos segundos de tensión, una serie de personas fueron atravesando la puerta en fila: no tenían rostro y sus voces eran escandalosamente desafinadas. Una de ellas corrió hasta donde yo me encontraba y comenzó a gritarme, como reclamándome algo. Pero yo no entendía nada de lo que decía. Parecía hablar en otro idioma, como con mil voces al mismo tiempo. En eso me prendió por los hombros y comenzó a sacudirme, sin dejar de gritar. Yo forcejeé para soltarme, hasta que lo logré, y después traté de hablarle a ese ser sin rostro, pero de mi boca no salió palabra alguna. Me toqué la cara, tratando de forzar a mi boca para que hablara, pero lo único que salió fue un suspiro. Volví a mirar al ser sin rostro, y de pronto me agarró y me lanzó por los aires, golpeando con la espalda la puerta y aterrizando varios metros fuera de la habitación.
Después de recuperarme, me incorporé y vi que aterricé en lo que parecía la terraza de una mansión. Bajo un sol que me ardió en los ojos vislumbré un jardín extenso, lleno de muchas flores y arbustos tupidos. Subí la vista y vi un letrero que rezaba "THE EVERYTIME'S WATCH", escritos con brochazos violentos de pintura negra.
Al cabo de unos minutos decidí entrar en la casa. Tras el umbral se encontraba la masa de gente más grande que había visto en mis sueños y en mi vida. Gente, gente y más gente. Dios mío. A un lado había gente llorando, al frente había unos que reían. Al lado izquierdo, había varios hombres agazapados debajo de unos muebles, y encima de éstos otros tantos peleaban. Llegué a la cocina y vi otro grupo de sujetos, autoflagelándose con toda clase de látigos espinosos. Entraba en una habitación, más tortura. En otra habitación vi cuerpos rajados y sangrantes, y atravesaban las paredes gritos ahogados. Era, en suma, un espectáculo de llanto, sangre, dolor, risas... una horrible mezcla de ruido y olores. Me sentía en algún círculo del infierno dantesco.
En la última habitación en la que entré vi a un hombre recibiendo latigazos, y el verdugo no era un ser humano. Parecía un híbrido entre lagarto y tigre, y sus ojos… no olvidaré jamás esos ojos tan llenos de fuego y de vida. Como si aquellos fueran los ojos de Medusa, apenas los vi y quedé petrificada, y no me espabiló ni siquiera el hecho de que cortara violentamente la espalda al hombre con sus garras. De pronto aquella bestia se dio cuenta de mi presencia. Yo seguía quieta, como muerta en vida. Entonces corrió hasta donde estaba yo, yo ahogué un grito y finalmente todo se ennegreció.
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