miércoles, 22 de febrero de 2017

29 de abril de 2015

Qué sueño tan largo, tan extraño y tan intenso. Estábamos Robert Downey Jr., Stephen King, un montón de gente que no conocía y yo saliendo de un apartamentucho de mala muerte. Íbamos elegantemente vestidos, como si fuésemos para una fiesta de esas elegantes. Mi vestido iba manchándose con el perro que tenía entre mis brazos, un french poodle de pelo amarillento, mugriento y baboso. Caminamos bastante hasta que llegamos a un ancho salón comedor. Nos sentamos en una mesa larga, Robert a mi lado, muy cerca de mí, y Stephen frente a nosotros, con cara de aburrido. Yo hablaba muy animadamente con ellos, y a cada tanto miraba hacia los otros que nos acompañaban, cuyos rostros me parecieron desconocidos, casi difusos. Robert puso el brazo bajo la mesa y comenzó a tocarme las piernas, y sus dedos callosos me dieron cosquillas por entre mis muslos.

Al rato llegó el momento de irnos, y al salir del lugar le di un vistazo a las piernas de Stephen que se había adelantado. Noté que estaban pálidas, rodeadas por lo que parecían unas medias veladas cortadas hasta las rodillas. Robert se me había enganchado cual novio, bien abrazado a mí, pero de pronto se soltó y me dieron el perro otra vez para que lo cargara. Cuando quise voltear a ver, ya Robert y Stephen habían desaparecido.

Como no quería llevar al perro cargado, me devolví al apartamentucho a buscar una correa para amarrársela. Al llegar allá, noté que las puertas vecinas estaban forzadas, despegadas de las bisagras, y cuando llegué al umbral del apartamentucho vi que su puerta también estaba así. Nos robaron, comenzó a gritar una mujer a mi lado, que tenía un bebé en brazos. Después dejé que entrara, y tras de ella entró un hombre. Yo me quedé afuera, sin saber qué hacer, y entonces, repentinamente, de la casa vecina salió un extraño sujeto con apariencia sospechosa. Como llevaba un montón de cosas encima y además un arma, dedujimos que se trataba del ladrón. Me lo confirmaron los gruñidos de desaprobación de mi perro, rogándome que lo soltara. Y eso hice al cabo de unos minutos de duda. El perro salió corriendo cual animal rabioso y el tipo no tuvo tiempo de pegarle un tiro antes de que se le enganchara los dientes a la entrepierna. La mujer de bebé soltó un grito y antes de que me pudiese dar cuenta ya el ladrón se había recuperado y había secuestrado al bebé.

En la siguiente escena, aparecimos en lo que parecía una iglesia. En el altar vimos que había dos personas, un matrimonio. Ahí estaba el ladrón, casándose con Snoop Dogg. Yo me entretuve después mirando alrededor, pero el bebé no estaba por ningún lado.

De pronto un hombre bien bajito y calvo dijo que quien fuera el más célibe de todos nosotros era el único que podría recuperar al bebé. Y entonces, después de mirarse entre ellos, me miraron a mí y yo me asusté. Alguien sin rostro se me acercó y me preguntó si sabía qué tenía que hacer. Lo único que contesté fue que tenía que disfrazarme de niño para poder acercármele al ladrón, ya que evidentemente le gustaban los hombres. La persona no dijo más nada y en la siguiente escena ya estaba vestida como un hombre. Alcancé a ver a los que supuse eran los padres del bebé hablando muy animadamente con alguien más, y ahí me di cuenta de que, más que un matrimonio, parecía que estuviésemos en un velorio. Estábamos todos de negro. 

Luego cambió drásticamente la escena otra vez, y ahora estaba yo acercándome al bandido, con poses insinuadoras. El hombre me sonrió socarronamente, mirándome de arriba abajo. Después me preguntó que cómo me llamaba, y yo le dije que Esteban. Él soltó una carcajada horrible y desafinada. El sueño se acabó antes de que pasara algo más, fríamente asesinado por un ruido del mundo real.

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